Alaric
El mensaje llegó de madrugada.
Un cuervo con las alas manchadas de ceniza.
Un sello antiguo que reconocí de inmediato: los Nacidos de la Medianoche.
“Una orden fue rota. El castigo caerá. Tu gente está contaminando el nuevo ciclo. Tú decides si deseas ser parte… o enemigo.”
Mi sangre se heló.
—Riven… —susurré.
Había desobedecido.
Había ido tras ella.
Y Lyra lo había castigado.
Y aún así…
lo que más me dolía no era su traición.
Era el hecho de que ella ya podía enviar órdenes.
Y yo… tenía que obedecerlas.
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Kael estaba en la sala cuando entré.
Sentado, con una copa en la mano y el corazón en llamas.
—Ya lo sabes —dijo sin mirarme.
—Ella está actuando como lo que es: una Alfa.
—No.
Ella está actuando como más que eso.
Y lo peor… es que se lo está ganando.
Lo miré con una mezcla de furia y respeto.
—Tú querías marcarla como tuya.
Yo también.
Pero ella… está marcando el mundo como suyo.
Kael sonrió.
Triste. Derrotado.
—Tal vez siempre fue más que los dos juntos.
Y ahí supe que estábamos en guerra.
No por ella.
Sino por no haber sabido verla.
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Lyra
Riven fue escoltado al borde del templo por dos centinelas.
Sus ojos no me suplicaron.
Me ofrecieron.
—Si quieres que me quede aquí, me quedo.
Si me quieres lejos, también.
Solo… no te olvides de quién fui cuando nadie te creyó capaz.
—Tú fuiste leal —admití—. Pero eso no te da derecho a romper una orden directa.
—Tal vez no.
Pero no vine por poder.
Vine porque te amo.
Silencio.
Y una lágrima.
No mía.
De él.
—Vete, Riven.
Y él se fue.
Con el corazón roto.
Y la dignidad intacta.
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—¿Estás bien? —preguntó Elaia esa noche.
—No.
Pero cada decisión que duele me acerca más a lo que tengo que ser.
Ella me ofreció una copa de fuego lunar.
—Bébela.
Te abrirá el alma.
Y lo hizo.
Porque esa noche…
soñé con mi madre.
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Visión – Madre de Lyra
La vi joven. Hermosa. De pie ante un altar de piedra.
—Hija mía, me fallaron los lobos, los hombres, los consejos.
Pero no me falló la luna.
Y por eso te entrego lo que no pudieron darme: libertad.
—¿Qué soy yo? —le pregunté en la visión.
—Eres el inicio de una nueva línea.
Una donde la luna no se obedece…
se encarna.
Y desperté.
Sola.
Temblando.
Fuerte.
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Kael
No puedo dormir.
Su ausencia me carcome.
Y lo peor es saber que ya no es ausencia.
Es distancia elegida.
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Esa noche, soñé con ella.
Pero no estaba desnuda, ni suplicante, ni enamorada.
Estaba coronada.
Y me miraba desde arriba, como quien decide si perdona o destruye.
Y desperté con una idea en la cabeza.
—Debo verla —le dije a Alaric.
—Ni se te ocurra romper su orden.
Uno más y no solo habrá guerra.
Habrá fin.
Y por primera vez, Kael…
no fue el temerario.
Fue el sabio.
Porque ya no se trataba de marcarla.
Se trataba de no ser borrado.
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Lyra
Reuní a los líderes de los Nacidos de la Medianoche.
—Quiero formar un consejo —anuncié—. Uno donde no haya solo Alfas.
Donde haya estrategas, sabias, guerreras, guardianes de palabra.
—¿Qué propósito? —preguntó uno.
—Restaurar el equilibrio.
Y decidir si el mundo de los alfas debe seguir existiendo tal como está.
Silencio.
Luego una voz ronca:
—¿Y qué hay del Norte? ¿Del clan de Kael? ¿Del de Alaric?
—Aún no he decidido su destino.
Pero lo haré.
Y lo haré como Luna Alfa.
Como heredera.
Como reina.
No por venganza.
Por justicia.