Capítulo 10 – La Reina sin Cadenas

Lyra

La corona no era de oro.

No tenía piedras preciosas ni adornos vanos.

Mi corona era el respeto.

Era el silencio cuando hablaba.

Era la forma en que las miradas se inclinaban.

Era el eco de mi nombre en los labios de los que antes me llamaban “luna”.

Ya no era la marcada.

Era la que marca.

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—¿Qué quieres hacer con los antiguos alfas? —preguntó Elaia, mientras la sala del templo se llenaba de los líderes del nuevo consejo.

—No son mis enemigos —respondí—. Aún.

El Consejo del Ciclo había sido formado.

Cinco miembros. Cinco pilares.

1. Elaia, la Sabia.

2. Kora, la guerrera del colmillo doble.

3. Naem, el lobo ciego que veía el alma.

4. Seth, antiguo alfa que renunció por amor.

5. Y yo, Lyra. Luna Alfa. Reina sin cadenas.

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—Enviaremos un emisario —dije—. Un mensaje claro.

Naem asintió.

—¿Y si lo toman como una amenaza?

—No es una amenaza —dije, con los ojos encendidos por el anillo lunar—.

Es un aviso.

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Alaric

El mensajero llegó al atardecer.

Un lobo blanco. Sin cicatrices. Sin miedo.

Traía un pergamino con el sello de Lyra.

La espiral de la luna nueva, marcada con fuego.

Kael lo leyó primero.

Luego lo dejó caer, como si quemara.

Lo tomé.

Y leí:

> “Ya no estoy a merced de los que me marcaron.

Estoy al mando de quienes me eligen.

No deseo guerra.

Pero si se acercan a mis tierras sin permiso, la recibirán.”

Al pie del mensaje, un nombre grabado con sangre lunar:

Lyra – Luna Alfa del Nuevo Ciclo.

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Kael se rió sin humor.

—¿Así que ahora es reina?

—No, hermano —le dije, sintiendo un escalofrío por la espina dorsal—.

Ahora es nuestra igual… o nuestra superior.

—¿Y qué hacemos?

—Lo que debimos hacer desde el principio:

Respetarla…

o perderla para siempre.

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Riven

Había vuelto.

Exiliado. Silencioso. Observando desde la sombra.

Y lo que vi…

fue caos.

Kael bebiendo cada noche como si pudiera borrar su culpa.

Alaric más frío que nunca.

Los betas discutiendo. Las patrullas confundidas.

Ella los había vencido sin tocar una sola garra.

Con poder.

Con presencia.

Con verdad.

Y eso… dolía más que cualquier herida.

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Me llamaron a la sala central.

Alaric estaba allí.

Sólido. Tenso.

—¿Sabes lo que hiciste? —me preguntó.

—Sí.

—¿Y te arrepientes?

—No.

—Entonces no eres uno de los nuestros.

Tragué saliva.

—Nunca quise ser como ustedes.

Kael se acercó. Me miró directo a los ojos.

—¿La amas?

—Sí.

—Entonces ya perdiste. Porque esa mujer…

no quiere amor.

Quiere lealtad absoluta.

Y en su voz no había odio.

Había admiración.

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Lyra

Desde la torre más alta del templo, veía el bosque expandirse como una herida abierta.

No quería guerra.

Pero tampoco iba a huir de ella.

Una loba se acercó. Kora.

—Tenemos informes. Uno de tus antiguos aliados… está considerando entregar información a un clan rival del Este.

—¿Quién?

—No lo sabrás hasta que actúe. Pero si lo hace, tú tendrás que dar una orden de ejecución.

—¿Estás lista para eso?

Silencio.

Y luego mi voz, firme como acero.

—Sí.

Porque las reinas no se quiebran.

Se forjan.

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Elaia

En el silencio de la noche, fui al altar oculto.

Tenía que hablar con los espíritus lunares.

Con las sombras de las antiguas reinas.

—Lyra está lista —les susurré—. Pero el mundo no.

Las velas temblaron.

Y una voz, tan antigua como el viento, me respondió:

—Entonces prepárala…

para lo inevitable.

—¿La guerra?

—No.

La traición.

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Lyra

Soñé con fuego.

Con un lobo de ojos rojos arrasando los árboles.

Con un beso convertido en mordida.

Con un alfa que decía “te amo” mientras apretaba una daga contra mi espalda.

Y desperté…

sabía que algo se acercaba.

Pero no sabía aún quién traicionaría primero:

¿Kael?

¿Alaric?

¿O alguien dentro de mi propio consejo?

Solo una cosa era segura:

La Luna me eligió.

Ahora el mundo debía arrodillarse.

O arder.