Capítulo 12 – La Elección Ardiente

Lyra

No era amor.

Tampoco era estrategia.

Era una necesidad antigua, de esas que no se entienden con la mente…

solo con la piel.

Después de la noche con Alaric, no sentí alivio.

Sentí vacío.

Porque no importaba cuán fuerte me hiciera,

ni cuántas veces dominara el momento…

mi cuerpo no lo buscaba a él.

Buscaba a Kael.

Y ya no lo negaría.

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Fui yo quien cruzó las fronteras.

Yo quien entró sola a su territorio.

Sin soldados. Sin permiso.

Su manada se tensó al verme.

—No quiero guerra —dije, firme—. Solo verlo a él.

Se apartaron.

Porque hasta ellos sabían…

que yo ya no era luna de nadie.

Era la maldición que todos deseaban tocar.

Lo encontré en la sala de piedra, afilando una daga.

Sus ojos se alzaron.

Oscuros. Incrédulos. Ardientes.

—¿Vienes a matarme o a redimirme?

—A desatarte.

Silencio.

Un silencio que olía a tormenta.

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Me acerqué.

No como reina.

No como víctima.

Sino como mujer.

—Tú me viste antes que todos.

Y aun así… me dejaste ir.

—Porque eras fuego, y yo ya venía quemado.

—Pues esta vez…

no huyas.

Arde conmigo.

Sus labios me atraparon como una emboscada.

Su lengua buscó la mía con hambre.

Sus manos me alzaron, me empujaron contra la pared…

como si el mundo fuera a romperse si no me tenía ahora.

—No quiero obedecer —gruñó entre jadeos.

—No quiero que lo hagas —le respondí con la boca en su cuello.

—Entonces dame algo más.

Me desnudé sin prisa.

Mis cicatrices.

Mis marcas.

Mi piel que ya no era territorio de otros.

Solo para él.

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Me tomó con rabia y deseo.

No me pidió permiso.

Porque yo ya lo había entregado al caminar hacia él.

Sus dedos dibujaron fuego en mi cintura.

Sus embestidas fueron precisas, duras, necesarias.

Grité su nombre sin miedo.

—Eres mía —me dijo al oído, empujando más profundo.

—Sí…

Tuya.

Pero no por marca.

Por elección.

Nos rompimos y reconstruimos sobre esa piedra fría.

Su sudor y el mío eran uno.

Su alma, encajada en mi pecho.

Su voz, rugiendo entre besos que ya no eran promesa…

eran pacto.

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Después, en la oscuridad, lo miré.

—No me interesa la guerra.

Ni el trono.

Solo tú.

Kael me acarició el rostro con ternura que no imaginé en él.

—Entonces quédate.

—Lo haré.

—¿Conmigo?

—No.

Para mí.

Él sonrió.

Porque entendió que no era una sumisión.

Era una alianza.

Mi fuego y su oscuridad.

Una loba libre…

que eligió arder con su lobo maldito.