---
CAPÍTULO 2 – El dios que entrena en el caos
¿Qué debería hacer con esta energía? ¿Usarla… o guardarla?
Tras meditarlo largo tiempo, decidí conservarla.
Mi cuerpo y mi alma, aunque ya divinas, seguirán desarrollándose de forma natural durante los próximos siglos. Solo cuando alcance el límite de lo que mi existencia permite… entonces la usaré como impulso final.
Ya no tengo prisa.
Ya no necesito tenerla.
Soy un dios.
Y para los dioses, el tiempo no es un enemigo… ni siquiera un compañero.
Solo un detalle irrelevante que fluye, inmutable, más allá de la conciencia.
No siento hambre.
No siento sed.
No siento fatiga.
Todo aquello que atormenta a los mortales ha dejado de afectarme.
[Aunque eso no significa que no pueda disfrutarlo, cuando llegue el momento.]
Mientras las eternidades se deshacían como humo en este lugar sin nombre, comencé a estudiar mis dones.
Oscuridad.
Muerte.
Ambos formidables… pero distintos. Ambos naturales en mí.
Así pasaron diez años… que para mí fueron apenas un parpadeo.
En medio del caos, una figura se mantenía inmóvil.
Un hombre de 1.80 metros, desnudo, con una piel sin imperfecciones y cabellos que caían como seda gris sobre sus hombros. Su rostro era inexpresivo, sus ojos vacíos, sus facciones aún juveniles.
Su silueta parecía desentonar con ese entorno cambiante, como si el caos se negara a aceptarlo… o como si él se negara a pertenecer.
Ese hombre era yo: Hades.
Al principio, juzgaba este cuerpo con la mentalidad de un humano. Pero no más.
He dejado atrás los hábitos de los vivos.
Ahora comprendo lo que soy… y lo que puedo llegar a ser.
Me acostumbré a esta carne divina.
Moldeé mis sombras como extensiones de mi voluntad.
Creé una lanza hecha de tinieblas y me dediqué a practicar, sin descanso ni propósito definido más que la autocomprensión.
Estocadas, cortes, barridos… Repetía movimientos que recordaba de mis días como humano: artes marciales, películas, juegos. Todo lo inútil para la humanidad aquí cobraba sentido en mis manos.
Creé clones de mí mismo, sombras vacías a las que dividí parte de mi poder.
Y combatí contra ellas.
Una y otra vez.
Nunca antes me había esforzado tanto. Ni en mi vida mortal. Ni siquiera al morir.
Ahora comprendo la belleza del esfuerzo por el propio mérito, no por la supervivencia.
[Esa emoción… sí, esa emoción me gustaba. Mucho.]
Pero no pensaba dejarme arrastrar por la avaricia de poder.
He visto en recuerdos ajenos lo que ocurre con aquellos que se pierden en su hambre.
Yo… no cometeré ese error.
Por eso, tras cada entrenamiento, me sentaba.
Meditaba.
Reflexionaba sobre quién soy… y en quién quiero convertirme.
Me imponía pequeñas metas.
No quiero ser una deidad errante. No quiero perderme en la inmortalidad.
Y así, el tiempo prosiguió su danza absurda.
Noventa años, borrados como si nunca hubieran existido.
Ahora contaba cien.
Mi cuerpo estaba completo.
Mi poder… irreconocible comparado a aquel día en que me devoró Cronos.
Allí, en medio del caos, un hombre se mantenía sentado, piernas cruzadas, ojos cerrados. Su largo cabello gris descendía como un río petrificado sobre su espalda.
Parecía dormido.
Ese hombre… seguía siendo yo.
Abrí los ojos.
Una ola de energía divina se derramó como una respiración profunda, y por un instante, incluso este lugar sin reglas pareció estremecerse ante mi avance.
—Por fin… he tocado el umbral del Dios Mayor.
Pensé en el Hades original.
¿Cómo pudo ese necio ser opacado por Zeus?
Con este potencial monstruoso… de haberlo cultivado, no habría sido inferior. Quizá, incluso superior.
Pero yo no soy ese Hades.
Yo he heredado su nombre… no sus errores.
Con decisión, murmuré:
—Recolecta.
El vacío respondió. No fue una voz, no fue un sonido. Fue una certeza impuesta en mi alma.
> Has extraído del caos: Semilla del Mundo Interior.
Un núcleo naciente. Si se cultiva, formará un mundo propio, capaz de generar su propia energía y compartirla con su dueño cuando alcance madurez.
[Esto… es más que útil.]
Puede ser la llave para abandonar el destino que me fue impuesto.
No pienso permanecer atado a las cadenas del mito griego para siempre.
Pero no todavía.
Todo a su debido tiempo.
Llamé a mi estado con un simple pensamiento.
---
Nombre: Hades
Energía divina: Dios Mayor (bajo)
Físico: Dios Medio (pico)
Poderes: Oscuridad-Sombra, Muerte-Alma
Almacenamiento: Energía divina (Dios menor), Semilla del Mundo Interior
---
Un siglo de soledad… y sus frutos están aquí.
Estoy satisfecho.
Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos.
Una presencia se aproximaba.
No apresurada, no hostil. Simplemente… determinada.
Supe de inmediato que era una de mis hermanas.
No podía distinguir quién. No las conocía lo suficiente para reconocer sus auras.
Y al final, dejó de importarme.
Extendí mi mano. Condensé cien sombras. Dividí mi poder equitativamente.
—Ataquen.
Las sombras se lanzaron sin dudar.
Mi lanza las desgarró una tras otra.
Pero al final, me arrodillé.
Apenas respiraba. El cansancio… sí, aún lo sentía.
Entonces, una luz cálida me envolvió, cerrando mis heridas con lentitud paciente.
Me giré.
Allí estaba ella.
Una mujer de dos metros.
Hermosa. Pura. Tan pura que incluso yo, en mi apatía, me detuve a observarla.
Su cuerpo parecía pequeño frente a mí, pero su figura era imposible de ignorar.
Cabellos negros, largos, cubriéndola apenas.
Una diosa. En todo el sentido de la palabra.
—¿Quién eres? ¿Necesitas algo? —pregunté. Mi voz… vacía como siempre.
Ella me miró sin temor.
—Eres mi hermano, ¿verdad? Yo soy Hestia. ¿Puedes decirme tu nombre? ¿Por qué estás tan herido? Aquí deberíamos estar solo cuatro… pero tú pareces al borde del colapso.
—Gracias por tu preocupación, Hestia.
Pero dime… ¿por qué has venido? Desde que llegué, es la primera vez que una de ustedes se acerca.
Soy Hades.
—Oh… no sabía que estabas aquí —dijo, avergonzada—. Te percibí solo cuando me acerqué lo suficiente. Perdón por no venir antes.
—No importa.
Responde: ¿qué buscas?
—Solo tenía curiosidad. Quería saber qué clase de persona era mi hermano menor.
Y ahora lo sé: eres cálido… a pesar del frío que te rodea.
Fruncí el ceño.
—¿Yo? ¿Cálido? Te equivocas, Hestia. No me considero tal cosa.
—Puede que por fuera parezcas hielo, Hades.
Pero dentro… hay fuego. Aunque no quieras admitirlo.
No todo se ve con los ojos.
—Ya me has visto. Puedes marcharte.
Un consejo: entrena. Tu nivel es… decepcionante. ¿Cómo puedes, siendo mi hermana mayor, seguir atrapada como Dios Menor (pico)?
—¡Qué alegría! ¡Mi hermano se preocupa por mí! —sonrió, radiante.
—¿Y si me entrenas tú? Así podría alcanzar tus expectativas. ¿Qué dices?
—Solo te has fijado en que me preocupa tu poder…
[Entrenarla… Bueno. Tal vez tener compañía no sea tan desagradable.
Después de todo, incluso los dioses pueden cansarse de hablar solo consigo mismos.]
—Está bien, Hestia. Entrenarás conmigo.
Espero que estés lista.
—¡Sí, hermano! ¡Vamos a entrenar! —rió, con una risa pura que resonó como campanas en mi vacío.
[Qué risa tan… hermosa.]
Pensé.
Y sin notarlo… una pequeña sonrisa apareció en mis labios.
---