Capítulo 1 Fiesta de Cumpleaños

Adán sostenía la carta entre sus manos. Al principio, la había leído con dudas e incredulidad. Pero al descubrir que su verdadera naturaleza no era humana, todo comenzó a tener sentido. Comprendió por qué siempre se sentía diferente a sus compañeros, a sus amigos… incluso a sus padres. Las lágrimas le rodaron por las mejillas, una tras otra, hasta desbordarse como una cascada.

Sus verdaderos padres estaban vivos… y eran todo lo que siempre había soñado. Desde niño, sentía una profunda fascinación por los cuentos fantásticos: seres con forma humana, pero con habilidades sobrenaturales. Ahora entendía por qué.

Un deseo intenso nació en su corazón: encontrar a su madre… y salvar a su padre. Aunque no tenía idea de cómo lograrlo. Siempre creyó que esos seres eran superiores en todo a los humanos. Pero también sentía una nueva esperanza: si lo que decía la carta era cierto, sus poderes pronto despertarían.

Secó sus lágrimas y se lavó el rostro. Era su cumpleaños número dieciocho. Sus padres adoptivos le habían organizado una fiesta enorme. Aunque nunca tuvo muchas amistades —sus padres eran excesivamente sobreprotectores—, se había acostumbrado a una vida de aislamiento. Estudiaba en casa, en un gran salón acondicionado como aula. Sus padres, extremadamente ricos, contrataban a maestros particulares y vivían rodeados de lujos. Sin embargo, evitaban todo lo relacionado con la tecnología moderna. Nada de teléfonos inteligentes, asistentes virtuales ni redes sociales. Preferían los objetos antiguos. Su padre coleccionaba pinturas, esculturas, jarrones y reliquias, llenando varios salones de la mansión.

Pero Adán siempre se sintió distinto a ellos. Anhelaba una vida libre. Quería salir al mundo sin tener que llevar uno o dos guardias cada vez que salía. Pensó en lo que decía la carta. Tal vez, finalmente, tenía la excusa perfecta para abandonar la mansión y descubrir quién era en realidad.

Solo tenía dos amigos de verdad, Daniel y Lidia, y nunca los había presentado a sus padres. No por vergüenza, sino por miedo a que se los prohibieran. Pensó que, tal vez, ahora podría pasar más tiempo con ellos… pero el recuerdo de la advertencia en la carta lo golpeó de nuevo. Debía alejarse de todos, por su seguridad. Ese pensamiento le rompió el corazón.

Alguien golpeó la puerta de su habitación.

Adán se secó el rostro una vez más y se acomodó el cabello: rizado, grueso, y de un negro intenso. Trató de disimular su estado emocional.

—Voy —dijo, acercándose a la puerta.

Al abrirla, se encontró con alguien que nunca había visto. Claro, en su fiesta había muchas personas desconocidas, ya que sus padres se encargaron de las invitaciones sin consultarle.

Era un joven de cabello castaño ondulado, de más o menos su edad.

—Hola —saludó—. Soy Gin.

—Mucho gusto, Gin. ¿De qué familia vienes?

—Soy pariente tuyo. Pero de tu verdadera familia —dijo el joven, entrando sin permiso a la habitación y cerrando la puerta tras él.

Eso incomodó a Adán. Se suponía que nadie conocía el contenido de la carta. Estaba intacta, con un sello antiguo, sin abrir. ¿Quién era este extraño?

—Sé que esto es raro —continuó Gin—. Créeme, si un desconocido entrara así a mi cuarto, también me molestaría. Pero como somos familia, pensé que podrías entender…

—Basta de rodeos —lo interrumpió Adán, frunciendo el ceño—. ¿¡Quién rayos eres!?

—¡Wow! Tranquilo. Más respeto a tus mayores —respondió con una sonrisa—. En fin, parece que mi hermana no me mencionó en la carta. Ya le reclamaré después. Soy Gin, el hermano menor de tu madre biológica. Eso me convierte en tu tío. Así que… más respeto, ¿sí?

Adán lo miró con más confusión que antes. Pensó en llamar a los guardias. Pero algo en el tono de Gin le hizo dudar. Decidió interrogarlo un poco más.

—¿Así que conoces a mi madre?

—¡Lo dije hace un minuto! Soy su hermano. Claro que la conozco.

—Entonces, ¿por qué no aparece tu nombre en la carta? Si eres tan importante, ¿por qué no te mencionó?

—Oye… ¿es una amenaza eso? —dijo Gin, sin perder la sonrisa—. Mira, un grupo de humanos no podría ni tocarme. Pero entiendo tus dudas. Scarlet —sí, así se llama tu madre— no me mencionó porque… bueno, porque no sabía si lograría contactarte a tiempo. Me envió a buscarte mientras ella se oculta. Incluso para nosotros es difícil saber dónde está.

—¿Scarlet? Eso no tiene sentido —murmuró Adán—. Si eres su hermano, deberías poder…

—¡Cierra la boca! —alzó la voz Gin, de repente molesto—. Scarlet está indefensa por el hechizo que te lanzó. Usó toda su energía en protegerte. No puede usar magia ni defenderse de los que la persiguen. No es tu culpa, pero deberías aprender a escuchar antes de juzgar.

Adán guardó silencio. Aún no sabía si creerle, pero algo en la voz de Gin lo hizo temblar. Se apoyó en la pared, confundido, sin saber qué pensar.

—Así está mejor —dijo Gin, más tranquilo—. Ahora escucha. Tenemos poco tiempo, así que iré al grano. Sé que será difícil de creer, pero tendrás que hacerlo.

—Está bien —respondió Adán, y ambos tomaron asiento.

—Hace exactamente dieciocho años…

(Continuará…)