Con el paso de los meses, Thomas comenzó a enfrentar no solo los desafíos académicos, sino también las pruebas internas de su fe. La vida en el seminario exigía mucho más que estudio; requería un compromiso profundo con Dios y consigo mismo.
Hubo días en que la soledad y la responsabilidad pesaban en su corazón. Extrañaba a su familia y a su pueblo, y a veces dudaba si realmente estaba preparado para todo lo que implicaba su vocación.
Una tarde, después de una larga jornada, se sentó en el jardín del seminario y contempló el cielo gris. Sintió una mezcla de miedo y esperanza.
En ese momento, el padre Miguel, que había ido a visitarlo, se sentó a su lado y le habló con calma:
—Thomas, la fe no es ausencia de dudas, sino la valentía de seguir adelante a pesar de ellas. Recuerda que Dios siempre está contigo, incluso en los momentos difíciles.
Esas palabras le dieron fuerza. Supo que debía confiar en su camino y en el llamado que sentía en su corazón.
Desde ese día, Thomas enfrentó cada prueba con renovada determinación, aprendiendo que la verdadera fortaleza nace de la fe y la perseverancia.