Una mañana, mientras Thomas estudiaba en la biblioteca del seminario, escuchó que alguien se acercaba. Era el padre Andrés, un sacerdote joven y enérgico que había llegado recientemente para ayudar en la formación de los seminaristas.
—Thomas, he oído hablar mucho de ti —dijo el padre Andrés con una sonrisa—. Tu dedicación y fe son admirables.
Thomas se sintió honrado, pero también un poco nervioso.
—Gracias, padre. Solo trato de hacer lo que Dios me pide.
El padre Andrés se sentó a su lado y comenzó a compartir historias de su propia vida, de los desafíos y alegrías de servir a la Iglesia.
—Recuerda, Thomas —le dijo—, el camino es largo y a veces difícil, pero nunca estás solo. La verdadera vocación nace del amor y del servicio a los demás.
Esa conversación marcó un antes y un después para Thomas. Se dio cuenta de que su sueño no era solo una meta personal, sino una misión para ayudar a los demás y guiar con humildad.
Con renovada inspiración, continuó su formación con más entusiasmo y compromiso.