En el seminario, Thomas comenzó a forjar una amistad especial con Lucas, un joven seminarista de su misma edad. Lucas era extrovertido y tenía una sonrisa fácil, pero también compartía la misma pasión por la fe y el servicio.
Juntos estudiaban, rezaban y compartían sus dudas y esperanzas. Lucas ayudaba a Thomas a relajarse cuando la presión era mucha, y Thomas le enseñaba a Lucas la importancia de la disciplina y la perseverancia.
Una tarde, mientras caminaban por el jardín, Lucas le dijo:
—Thomas, a veces siento miedo de no estar a la altura, pero cuando estoy contigo, siento que podemos lograrlo.
Thomas sonrió y respondió:
—No estamos solos, Lucas. Dios nos guía y nos da fuerzas para seguir adelante.
Esa amistad se convirtió en un pilar fundamental para ambos, recordándoles que el camino de la fe también se recorre en compañía.