A medida que Thomas avanzaba en su formación y asumía mayores responsabilidades, comenzó a enfrentar una lucha interna que pocos conocían: la sombra de la duda. Aunque su fe seguía siendo fuerte, la magnitud de la misión que sentía sobre sus hombros a veces lo hacía cuestionar si estaba verdaderamente preparado para lo que el futuro le deparaba.
En las noches silenciosas del seminario, mientras los demás dormían, Thomas se sentaba a orar y a reflexionar sobre sus temores. Recordaba las palabras de sus maestros, las visiones y señales que había recibido, pero también sentía el peso de las expectativas y la soledad que a menudo acompaña al llamado divino.
Durante una conversación con un sacerdote mentor, Thomas se abrió por primera vez:
—Padre, a veces siento que no soy suficiente. Que las pruebas son demasiado grandes para mí.
El sacerdote, con una sonrisa comprensiva, respondió:
—La duda es parte del camino, hijo. No significa que la fe sea débil, sino que eres humano. Lo importante es no dejar que la duda te paralice, sino que te impulse a buscar más a Dios y a confiar en su gracia.
Estas palabras fueron un bálsamo para Thomas. Comprendió que la verdadera fortaleza no estaba en la ausencia de dudas, sino en la capacidad de seguir adelante a pesar de ellas.
Con renovada esperanza, decidió enfrentar sus temores con valentía, confiando en que Dios lo guiaría en cada paso del camino.