[C1:P1] - Solo un segundo…

(07/05/2027 - 08:47AM)

El viento de temporada recorre el todo con una furia descontrolada que no suele ser habitual por esos rumbos, barriendo los residuos de la ciudad, papeles marchitos y el aire formando remolinos con polvo en su interior. En medio de ese caos, la silueta de Ismael cortaba la acera agrietada con zancadas desesperadas, con la urgencia de quien conoce del retraso y la humillación, mientras sus pulmones arden bajo el impacto del aire helado, cada molécula de oxigeno quiere recordarle que los segundos no perdonan.

A la altura del suelo, sus tenis viejos pero fieles compañeros que golpean el asfalto, como tambores de guerra con una orquesta gloriosa. Hay algo casi cómico pero fascinante de resaltar: El muchacho que corre, sin siquiera tiempo de estar seguro si la meta vale la pena; contra la ciudad que camina en lado contrario.

Solo se necesita un segundo de descuido, no parpadees, porque el destino siempre aficionado a la ironía actúa: la suela de su pie izquierdo (esa misma que ya amenaza con separarse) se sumerge superficialmente en un charco traicionero, jadea ante la sensación del agua que se alcanzó a filtrar dentro mojándole la calceta agujereada, «Carajo…», piensa mientras deja salir un suspiro resignado, la única respuesta que puede dar al tener el tiempo contado. ¿Se puede intimidar a un charco? Ismael lo intenta, lanzando una mirada feroz y furtiva a esos reflejos mudos, aquellos tan ajenos como testigos de su carrera que parece no tener destino.

Son cerca de las nueve de la mañana, y una vez más la puntualidad no está de su lado. Con los hombros tensos bajo el peso de su mochila, se prepara ante lo inevitable: voces y perfumes mal elegidos; el mar humano se extiende frente a él, espeso y caótico, bloqueando el paso como una gran muralla. No le queda mas remedio que abrirse paso, apenas da el primer empujón mas accidental que voluntario y una voz elevada le regala una bienvenida matutina - Oye, fíjate idiota - Se escucha con cansancio y rabia acumulada. Ismael ni se molesta en voltear atrás; apenas se le escapa una media sonrisa torcida, la clase de muecas que solo los perdedores empedernidos, pero certificados sobrevivientes saben usar.

La escena queda atrás como una fotografía en sepia, vibrando en cámara lenta, la mochila rebotando sobre su espalda, parece pesar más de lo que debería, como si en ella transporta no solo libros y útiles en general, si no evidentes piedras invisibles rellenas de advertencias impulsadas por culpa del reciente hombre que esquivó, uno que olía a cigarro rancio y barato, un olor familiar, «No pienso tolerar otro reporte de tardanzas» Ismael sacude la cabeza, con la esperanza de que el eco de esa voz no gane la solidez amenazante de la real, donde suena hasta amable, casi graciosa. Pero sabe por la antes mencionada realidad, que de gentil no tiene nada, así que es mejor bloquearla, o al menos ignorarla, porque sabe que a pesar de todo es una batalla perdida, por mas que lo intente esa presencia siempre logra colarse en los resquicios de su animo cada vez que sale de casa, sombra “Idiota” (?) inevitable, tanto por costumbre como por destino.

En la esquina, se detiene. Calcula el momento exacto para cruzar, no solo por el tráfico, también por la marea humana, avanza unos metros más y a cada paso el ritmo de su carrera pierde ímpetu, no por falta de ganas, sino porque la acera se vuelve aún más estrecha, obligando a todos a renegociar el espacio, la multitud se vuelve una especie de rompecabezas donde cada pieza se resiste a encajar, y por lastima, una actividad que alguna vez amo, ahora le provoca alergia.

Aprovecha una grieta entre dos ancianas para deslizarse con agilidad, y mientras lo hace escucha vagamente su conversación: - ¿El precio del pan sigue siendo económico?... -

Por un momento mira atrás, como si así pudiera escuchar mejor, ignorando que está justo en un momento peligroso para distraerse: la banqueta es ahora como una cinta delgada, frágil, traicionera… Pero la pregunta lo atrapa; una sonrisa diminuta, absurda, se le escapa «Carajo, ¿Sigue siendo barato?» Se pregunta.

Su mente, traicionera y muy rápida para la huida se dispara a un recuerdo cálido: Ahí está ella, en la cocina de azulejos partidos, luchando con aquel horno, que pareciendo saber cosas, nunca quiso integrarse a… la familia. Su madre prepara la receta extranjera que desata un rico aroma pan crujiente, dorado por fuera y tan suave que daba tregua. Pero el recuerdo no encaja del todo; más allá del rango de visión todo parece borroso, algo envuelve a Ismael de manera turbia, una sensación incómoda de culpa, ¿Fue culpa del viejo horno que cada vez parecía calentar menos? O fue suya por ________. «Tal vez el verdadero culpable fue el precio del pan» bromea consigo mismo.

Sus alertas internas, ese instinto entrenado a base de errores, son puestas fueras de servicio por su mente insistente e implacable que lo arrastra entre recuerdos manteniéndolo divagando - Mami… ¿Cuándo podré ver a mi hermanito? - La frase, dicha por una voz diminuta y temblorosa, lo atraviesa y el corazón se le encoge, apretado por una mano invisible que provoca que el mundo se le desenfoque en un instante peligroso: frena en seco. Solo entonces mira abajo y descubre que estuvo a punto de arrollar a una pequeña niña, se sorprende, con qué frecuencia alguien «Se parece tanto a ella», piensa mientras el tiempo se distorsiona, para Ismael todo se detiene, el bullicio de la ciudad se atenúa, las bocinas y los pasos se quedan en suspenso. Pero la verdad es que el mundo sigue, incluso parece ir más rápido, lo rebasan las voces, las prisas ajenas, la impaciente acera.

A el en cambio, la sangre le sube al rostro: un rojo encendido, vergüenza, sorpresa y más emociones. Por dentro tiene una sonrisa ante la semejanza inesperada, sus ojos que no ocultan su alegría y melancolía. Por fuera sus facciones dibujan el contrario: desconcierto, seriedad forzada, torpeza adolescente, pero la culpable es esa frase - Mamá, ¿cuándo volveré a ver a mi hermano? - Su propia voz infantil atraviesa su mente sin tiempo a cobertura.

- L-lo siento… - Balbuceó, aún rojo de vergüenza, sin atreverse a mirar más allá de los zapatos diminutos de la niña. Ella, con ojos grandes y brillantes se esconde de inmediato detrás del regazo de su madre.

Ismael alza la vista por reflejo, esperando [ingenuamente] una indulgencia. En su lugar es recibido por la mirada de una madre que lo atraviesa con una intensidad inquietante, como si una habilidad atemorizante hubiera salido directamente de sus ojos que lo obliga a bajar la mirada, mientras duda si disculparse una vez más - De verdad… una disculpa… - finalmente se decide, aunque sale en un susurro que podría confundirse con un suspiro.

Se desplaza nervioso, rodeando a ambas con una distancia extraña, como si un aura eléctricamente amenazante las rodeara, repeliéndolo y empujandolo de regreso al flujo apresurado de la acera. El frío se cuela en sus huesos, o quizás solo es el eco del comentario cortante que le suelta la mujer - Ten cuidado, niño…

Por un momento se paraliza, esperando el clásico regaño explosivo para poder archivarlo entre su colección que quizá le deje marca para el resto del día. Pero eso es todo; la reprimenda más tranquila que ha recibido en años, la economía de palabras lo desconcierta, y a la vez lo alivia. Se hace más pequeño mientras se aleja, lanza un último suspiro y la multitud lo devora en segundos.

Inesperadamente y en contra de las expectativas, Ismael reaparece varios metros adelante cuando llega a una nueva esquina, ahora va caminando, ya no hacía falta correr, pues cuando gira a su derecha emerge la silueta de su secundaria al final de la calle, puede ver los altos ventanales empañados por el frío, «Ocho cuadras más…» se dice, pareciera que enumerar la distancia pudiera reducir el trayecto. SPOILER: No funciona…