(07/05/2027 - 09:12AM)
Se detiene frente a la cerca cerrada, lo primero que entra en la escena son esos viejos tenis, veteranos agotados. Parece que por primera vez en el día se le concede una chispa de fortuna. Acerca el rostro con la cautela de un mapache hurgando en la basura ajena y olisquea entre los barrotes (un penetrante aroma a metal oxidado y desesperación adolescente), bingo, ha llegado lo suficientemente tarde como para que el vigilante (aquel que según los cuestionarios de satisfacción laboral filtrados por algún alumno con demasiado tiempo libre, se auto proclamaba "el muro infranqueable de la disciplina") haya bajado la guardia (probablemente atrincherado en el comedor, devorando a escondidas los almuerzos de los profesores). Ismael, sin perder un nanosegundo más de su ya maltrecha existencia, se desliza como una sombra con complejo de anguila y burla la entrada principal. Esa misma puerta que, en días normales, es más traicionera y chillona que una alarma de coche con crisis nerviosa, y bastante más eficiente que el sistema antirrobo oficial de la secundaria, dicho sea de paso, hoy milagrosamente calla, es su mejor momento de complicidad en la historia.
Más adelante el peligro es obstinado, con puertas que flanquean el corredor y paredes plagadas de cristales inmensos, donde las figuras de autoridad suelen vigilar con ojos de lupa, coleccionando errores ajenos como trofeos y hacen de cada paso en falso un escándalo. Pero Ismael ya es experto en esa materia, camina encorvado y con la mochila cruzada sobre un solo hombro (que dé gracias al cielo, o a la incompetencia administrativa que las cámaras no funcionan desde hace años).
Por fin alcanza el pasillo más cercano, en el que está solo, el ruido interior de los salones que atraviesa apenas alcanzan a filtrarse por los vidrios resquebrajados, continua caminando entre paredes con capas de pintura superpuestas, la última parece que en realidad nunca se hizo, en su lugar aparecen marcas de estudiantes: nombres, fechas, corazones, todas podrían contar historias si quisieran, pero son pruebas al fin de cuentas, de generaciones actuales y seguro previas sobre existencialismo. Se permite enderezar la espalda, exhala el aire contenido, se siente más seguro en este sector donde puede confundirse fácilmente como un estudiante más en camino a su próxima clase, pero sabe que aún le queda un obstáculo por superar.
Con un chirrido metálico, arrastrando lo permitido y lo prohibido, la puerta se entreabre, permitiendo que una ráfaga de aire frío invada el aula. Ismael apenas asoma medio rostro, ojos agudos y en guardia, sobre el salón en busca del profesor, ignorando lo más posible la mirada de sus compañeros. Avanza con pasos ligeros que apenas rozan el suelo, se desliza entre los pupitres, intentando que su llegada pase lo más desapercibida posible hasta alcanzar su asiento.
La voz de la profesora, inconfundible y severa, interrumpe su momento resonando en todo el aula - Sr. de Alanís, llega tarde nuevamente.
No hace falta que se digne a mirar, su tono es confiado… y exacto, tan severo como la campana de entrada. La maestra sigue de espaldas, escribiendo sobre el tema que enseña hoy, esos escritos que se convierten en amenazas. Los silbidos en tono de burla no se hacen esperar, mientras él queda congelado en pleno paso, sintiendo la presión de decenas de ojos clavándose sobre su rostro.
Con la mochila a punto de resbalarse de su hombro, se giró lentamente enfrentando el escenario mientras traga saliva – …Lo siento, y-yo me desvele estudiando y mi despertador no sonó… profesora.
El silencio es denso, expectante, tan cargado que uno podría rebanarlo y comerlo en el receso, mientras la mentira, envuelta con torpeza y buena fe, rebota entre paredes mientras Ismael cruza los dedos, esperando que por una vez, la clemencia… le tenga clemencia.
Manteniendo una postura estricta, lo observó con juicio que por un momento pareció eterno – Esta sería la tercera ocasión con retraso… en lo que sería la misma semana, Sr. Alanís – Sentenció, remarcando cada sílaba, cual carpintero que martilla clavos sobre un ataúd. Además el eco de las risitas, filtradas entre las filas de pupitres, saltando como grillos. Ismael sintió el rubor arderle en las mejillas, y tuvo la certeza de que hasta el poster mal pegado se estaba riendo de él.
Sin concederle siquiera la oportunidad de pensar en una respuesta digna la profesora siguió adelante ignorando el carrusel de carcajadas y los codazos cómplices - Una vez más y tendré que llamar a sus padres – Soltó el ultimátum al mismo tiempo que desenfundaba una libreta, lista para llevar otro nombre al borde del fin del mundo.
- ¡No! ...por favor – Brotó la súplica de Ismael, tan repentina e inesperada que los murmullos y risas se detuvieron en seco. El aula olía a tensión… no espera, era el desinfectante barato; las miradas que yacían sobre él se tornaron diferente: desconcierto, posiblemente también llevaban el morbo de ver que el show se había renovado.
- N-no es necesario… intentaré que no vuelva a ocurrir, ¡Lo juro! - Su voz se precipitó en urgencia, y antes de que su cerebro pudiera advertirle, ya se encontraba inclinado mirando el suelo que se había transformado en el abismo del ridículo: una muy profunda reverencia japonesa Saikeirei. El gesto, aprendido de videos virales y memes, inmediatamente detonó una explosión de carcajadas en sus compañeros, la mayoría cargadas del cruel alivio de no ser el protagonista… de la escena que presenciaban.
La profesora alzó una ceja con una elegancia coreográfica, mientras pasaba pagina tras pagina, buscando su objetivo entre su burocrática libreta, ajena a la euforia colectiva – …Ismael Alejandro Alanís Blake, tercera falta presente – Anunció después de un momento. Su mirada lo atravesó con una mezcla justa de exasperación y esa chispa de ironía que solo los años de docencia otorgan – Tome asiento, y por favor… no jure cosas en vano - Un último eco de risitas más nerviosas se hizo escuchar.
- …Gracias – Alcanzó a murmurar con una sonrisa tan tensa que parecía pegada con cinta adhesiva barata. El sudor frío le perlaba la frente en diminutas gotas y sus mejillas aún ardían con un tinte rojizo. Asintió con rapidez, solo visible para los más atentos, antes de escabullirse y desplomarse sobre su asiento, intentando encogerse hasta caber en la grieta que pisaban sus tenis.
Quiso tomarse un segundo para relajarse, pero la sensación de ser observado no lo abandonó en ningún momento; a cada segundo una nueva mirada lo acechaba, aunque después de unos minutos más el murmullo de la clase se fue apagando poco a poco, disolviéndose en el aire mientras la profesora retomaba su lección.
Fue entonces cuando con una velocidad caricaturesca, y astuto como todo cómplice, Oscar se inclinó hacia Ismael, su sonrisa con una curvatura de travesura, prometiendo problemas, aunque no principalmente de una mala manera. Habiendo medido antes la exactitud de tiempo que la profesora pasaba absorta en sus escritos al pizarrón, le propinó a Ismael un leve golpe al hombro - Amigo, por un momento casi me la creo, eso de que te desvelaste estudiando.
El comentario pinchó la burbuja de ansiedad en la que Ismael se había estado asfixiando desde hace un buen rato – Bueno… a decir verdad si estudié hasta tarde, pero después estuve jugando el juego que venía con la consola que me regalaste – Aun así su respuesta le salió con cautela, temiendo que cualquiera de sus palabras, dicha en voz tan solo un poco alta pudiera convertirse en material para un terrible drama juvenil.
La voz en su confesión, mezcla de culpa y gratitud, más de lo último, con la sinceridad de quien cree que ya no puede perder algo más. Sobre esa consola de penúltima generación, la misma que Oscar le había regalado hace apenas unos días, en cuanto sus papas, intentando compensar algún aspecto, le obsequiaron la más moderna y reluciente, por poco podía oler a la fábrica donde fue ensamblada.
La imagen de su amigo, jugando con una consola por voluntad propia, solo eso bastó para detonar un chispazo orgulloso de Oscar, muy difícil de ocultar. Sus ojos brillaron y su postura se enderezó, de inmediato dejó de medir el volumen de su voz, por culpa de ese sentimiento contagioso, pero peligroso - ¡¿CRO3?! Amigo ese juego es una maravilla… la misión de asesinar al espía enemigo… ¡JODER! Ese plot twist nadie se lo hubiera imaginado… - Soltó, el chico casi se ahoga en su propio entusiasmo, comenzando a agitar las manos, una de dos o trataba de imitar estar en el escenario como si fuera el protagonista o intentaba dibujar la escena en el aire (quizá solo simulaba estar en una montaña rusa).
Ismael abrió los ojos como platos y se encogió instintivamente cuando algunos rostros los miraron de reojo, deseando ser absorbido por el pupitre, después de unos segundos analizando el comportamiento de quien no es necesario mencionar, pego la cabeza al cuaderno - S-si… supongo, aunque esa escena innecesaria que termina con la habitación cubierta de sangre que, totalmente fuera de lugar, además de que casi me hace vomitar - Murmuró y dejó escapar una risa nerviosa, muy baja, más por reflejo que por convicción.
Antes de que Oscar pudiera contestar, probablemente seguía una burla amistosa sobre el poco aguante de su amigo ante la violencia pero la voz de la profesora atacó primero, sin camaradería ni perdón - ¡PORFAVOR! ¿Podemos concentrarnos? - El tono no admitía debate, complementada con esa ceja arqueada, suficiente para erizar la piel de cada alumno, evaporando cualquier intento de rebeldía adolescente en cuestión de nada, pero que perdía poder por cada estudiante que sabía que no era el objetivo, en esta ocasión… fija en Ismael.
El más extrovertido elevo las palmas de las manos en señal de rendición y una nerviosa sonrisa que fue forzada a asistir; por su parte, el mejor guerrero se replegaba instintivamente tras la figura del compañero de adelante. – Si profesora, una disculpa — Respondieron ambos al unísono con una coreografía disciplinada e involuntaria.
Al recibir la docilidad que esperaba, la maestra asintió por inercia, retomando la compostura tras haber recuperado el orden, así continuando su lección como si no hubiera ocurrido nada, tras de si los murmullos sordos bajo concentración fingida, la mayoría regresando a sus mundos propios, sobre una clase en la que al fin de cuentas siempre vagaba la energía de rebeliones sofocadas.
Mientras tanto las miradas del dúo se cruzaron durante un instante, insuficiente para alguien ajeno al par de amigos, incapaz de ver que ya hubo una larga conversación, donde se selló un pacto en silencio: prestarían toda su atención al resto de la clase. O al menos, lo intentarían con todas sus fuerzas… durante los próximos cinco minutos. Ismael interceptó al vuelo un pedazo de papel hecho una bolita apretada, lanzado con la precisión de un quarterback por Oscar. Lo desdobló bajo la mesa con sigilo. «Sabías que a lo largo del juego a Naya le crecen las te…» …suspiró. Al menos, sin más sobresaltos públicos por hoy. O eso esperaba. Con ese amigo, nunca se sabía.