[C1:P6] - ¿Cuál es tu problema?…

(07/05/2027 - 11:16AM)

Mientras el artista de las gafas y su enérgico colega caminaban, o más bien, se arrastraban hacia su aula correspondiente, un silencio más denso y pesado que un discurso político, colgaba entre ellos. Cada uno iba sumergido en el pantano de sus propios pensamientos, un contraste brutal con las risas y las conversaciones ligeras que, seguramente, aún revoloteaban alrededor de la chica de los rizos y su leal escudera. La atmósfera entre los dos amigos era tensa, como la cuerda de un violín a punto de romperse, marcada por reflexiones no expresadas y una seriedad que se podía cortar con un cuchillo.

Apenas habían cruzado el umbral de la puerta del aula, ese portal a otra dimensión de aburrimiento, cuando el más impulsivo de los dos, sintiendo la urgencia casi física de abordar el elefante con tutú rosa que ocupaba la habitación, no pudo contenerse más. Con una seriedad que en él resultaba tan poco característica como un pingüino en el Caribe, rompió el silencio. Su voz, normalmente un torrente de entusiasmo y ocurrencias, sonó cargada de una intensidad inusual.

– !Escuche eso, ¿Sabes?! – Exclamó cruzándose de brazos con gesto teatral y deteniéndose en seco a mitad del aula. Su rostro, normalmente jovial, estaba marcado por una expresión de profundo disgusto, como si acabara de oler algo muy podrido.

– ¿Qué cosa? …No he dicho nada – Respondió Ismael, visiblemente confundido, mientras se llevaba la mano a la nuca en ese gesto tan suyo de incomodidad y "por favor, que la tierra me trague ahora mismo".

– ¿La mentirota a Anna? – Replicó sin perder un ápice de su recién adquirida postura seria y con un tono que bordeaba peligrosamente la acusación.

Intentando restarle importancia al asunto con un tono que pretendía ser despreocupado, le respondió – Ah, eso… ¿Y qué pasa con eso?

Trató de que su voz sonara ligera, como si estuviera hablando del clima, imaginando que, como comúnmente pasaba, ese aire de indiferencia sería suficiente para que su amigo, se olvidara del tema.

Sin embargo, su interlocutor, el de la paciencia selectiva, no se dejó doblegar en esta ocasión ni por un nanosegundo por el evidente y torpe intento de evasión. Frunció el ceño con la intensidad de quien intenta leer la letra pequeña de un contrato, la mirada firme y la postura de perro de presa al que se le ha metido algo entre ceja y ceja y no piensa soltarlo ni aunque le ofrezcan un filete de primera.

– ¡No puedo imaginar si finges, o si es que realmente no te importa! Tienes a una chica increíblemente linda suspirando por ti. ¡Una chica que te invita a una FIESTA! ¡Una fiesta que podría, literalmente, L-I-T-E-R-A-L-M-E-N-T-E, cambiar tu vida social en esta horrible escuela! ¡Podrías ser uno de los más populares, CARAJO! Y tú … !TU LO DESPERDICIAS TODO! – Enfatizó Oscar, cada una de sus palabras con la vehemencia de un predicador, casi escupiendo fuego por la boca.

Ismael analizó el sermón, ahora le quedaba claro la importancia casi vital que su amigo le concedía a la popularidad y a la percepción social. Una importancia que, sin embargo, chocaba frontalmente con su propio ideal de vida, con su visión particular del universo, una visión forjada a base de experiencias que, aparentemente, lo habían hecho madurar a la velocidad de la luz, o al menos más rápido que la media, otorgándole una perspectiva que algunos podrían catalogar como prematuramente adulta y otros, con menos tacto, simplemente como rara, antisocial y ligeramente amargada. Su enfoque vital estaba considerablemente menos centrado, en cualquier caso, en las preocupaciones típicas de un adolescente con las hormonas en plena efervescencia revolucionaria. Y claro que no era ajeno a las intrincadas y a menudo absurdas dinámicas sociales del instituto (habría que ser ciego, sordo y mudo para no notarlas), simplemente no las valoraba de la misma manera. Para él, la popularidad era un juego secundario, una distracción colorida pero, en última instancia, intrascendente; algo que, desde luego, no dictaba ni sus acciones ni sus decisiones. Vivía cada día a su propio ritmo, sin sentir la urgencia apremiante de encajar en ningún molde social prefabricado, y mucho menos la necesidad imperiosa de tener una relación romántica en su vida. No vivía para ello, ni por ello. Una frase de un pasado no tan lejano le cruzó la mente como un relámpago, haciéndole erizar la piel: "En algún punto de la vida, si así tiene que ser, lo tendré sin que me dé cuenta, y entonces, sólo entonces, sabré que es la persona con la que pasaré el resto de mi vida, o al menos… un buen rato". Entendía las preocupaciones de su amigo, de verdad que sí, apreciaba su intento de salvarlo de sí mismo, pero en el fondo de su ser también lo consideraba un tanto inmaduro, y honestamente, esa constatación le molestaba un poquito, como una piedra en el zapato.

Sintiendo ahora la imperiosa necesidad de reafirmar su posición en el tablero, y quizás, solo quizás, de poner fin a la inaguantable presión inquisitorial, Ismael le respondió con ese tono suyo, frío y distante como un iceberg, su escudo leal y eficaz para este tipo de situaciones, casi afilado como una navaja:

– …Dije que tenía muchas tareas que hacer. Si tan atento estabas seguro que también habrás escuchado esa parte.

Oscar, lejos de sentirse convencido por la endeble explicación y visiblemente frustrado por la situación, continuó presionando con una objeción clara como agua.

– Por favor Ismael, asistimos casi a las mismas clases, me doy cuenta porque ¡TE COPIO LOS APUNTES EN OCASIONES! Y se bien que hoy no dejaron tarea en la mayoría de las materias. Llegas a tu casa y en menos de 1 hora las terminas – Dijo, sin dejar de fruncir el ceño y gesticulando con la mano como si estuviera dirigiendo una orquesta de argumentos irrefutables.

– Pues en esa, justo en esa en la que no vamos juntos, justo hubo suficientes como para matar a alguien de aburrimiento -  Respondió el chico de las excusas prefabricadas, golpeándose suavemente la frente con la palma de la mano en un gesto que pretendía ser reflexivo pero que resultó más bien una manera torpe y poco convincente de cubrir sus mentiras con una capa de falso agobio.

El otro claramente frustrado hasta el límite y con una vena irónica que le palpitaba en la sien, no dejó pasar la oportunidad para expresar su más profunda y absoluta incredulidad.

– ¡ES DIBUJO, POR EL AMOR DE DIOS! ¡DIBUJO! ¡DI-BU-JO! ¿En serio me estás diciendo que te han puesto tarea para llenar tres enciclopedias? Si realmente tuvieran tanta tarea que hacer, Anna no habría organizado una fiesta esta noche, ¿no te parece? ¡Si hasta creo que ella es más responsable que tú, y eso ya es decir demasiado! — Espetó con la voz teñida de un sarcasmo tan espeso que se podría cortar con tijeras. Una sonrisa igualmente sarcástica se dibujó en sus labios mientras sus ojos rodaban exasperados hacia el techo, como implorando paciencia divina.

Mientras sentía que el calor de la vergüenza amenazaba con subir al rostro y delatarlo, evidenciando que estaba perdiendo la guerra dialéctica, se contuvo, respiró hondo y contraatacó con la astucia de un zorro acorralado.

– …Si ella fuera responsable como dices, no estaría organizando una fiesta — El maestro del contraargumento inesperado y a menudo ilógico, desafiando la lógica aplastante de su amigo con una nueva capa de absurdo. Luego añadió, con una seriedad forzada que apenas lograba ocultar una diminuta y casi imperceptible sonrisa de victoria ante su supuesto argumento infalible - Además, escuchaste perfectamente que tengo un boceto pendiente que entregarle. Prioridades, amigo mío…

Oscar se sintió momentáneamente en jaque. Intentó contraatacar rápidamente, buscar alguna fisura en esa lógica retorcida, pero incluso antes de que pudiera articular un pensamiento coherente, la puerta del aula se abrió con la brusquedad de un portazo en una película de terror de bajo presupuesto. El profesor, o más bien, la autoridad académica con bata blanca y una cara de pocos amigos que podría agriar la leche, irrumpió en el espacio con la majestuosidad de un emperador romano entrando en el Coliseo para dar comienzo a los juegos.

- ¡Tomen asiento de una vez! ¡Y en silencio, si no es mucha molestia! – Comentó alzando la voz lo suficiente como para asegurarse de que hasta el último y más despistado espécimen de la clase captará su mensaje alto y claro. Su tono firme, su presencia autoritaria y su mirada de "hoy no estoy para tonterías" llenaron el aula como un gas paralizante, estableciendo inmediatamente el orden y desplazando cualquier vestigio de la conversación personal entre el par.

Todos los estudiantes en el aula, como autómatas bien programados, respondieron al unísono con un sumiso y ligeramente tembloroso: —¡Sí, profesor!

Mientras se dirigían con la velocidad del rayo a sus respectivos pupitres. El sonido de sillas arrastrándose con desgana y libros siendo colocados sobre las mesas con resignación llenó rápidamente el espacio. Cada estudiante se ajustaba a la rutina familiar, casi ancestral, de prepararse para la clase. La energía en la habitación cambió drásticamente, pasando de los murmullos personales y las conversaciones discretas a un ambiente de concentración forzada y palpable temor al suspenso.

Oscar, manteniendo un tono de voz lo suficientemente bajo como para no atraer la atención no deseada del domador de fieras adolescentes, se inclinó hacia su compañero de fatigas y susurró con una frialdad calculada - Okay, ¿qué tal si seguimos hablando de esto en la salida? Porque creo que esto va para largo…

Con un leve pero perceptible temblor en la voz y a su vez, su escaso deseo de continuar aquella conversación, Ismael respondió también en un susurro apenas audible, casi imperceptible - Está bien… como quieras.

Así, ambos se dispusieron a sacar sus útiles escolares y colocarlos sobre el mesabanco con la lentitud y la precisión de quien está desactivando una bomba de relojería a punto de estallar, aún con una tensión palpable flotando en el aire entre ellos, una tensión que se extendía mucho más allá de la inminente y seguramente soporífera clase.

Aunque físicamente intentaba seguir el ritmo de la lección, o al menos fingir que lo hacía, mentalmente no paraba de darle vueltas a la discusión pendiente, rumiando argumentos y contraargumentos. Pero algo lo sacó de su ensimismamiento, un sonido casi imperceptible, un aparente y ahogado sollozo. Miró de reojo a Ismael, este se encontraba con la mano cubriéndole el rostro de manera aparentemente casual, como si estuviera reflexionando profundamente sobre los misterios de la vida o simplemente ocultando un bostezo. Pero en esa cabeza, tras esa máscara de indiferencia forzada, se libraba otra batalla, una guerra silenciosa sobre un tema pendiente e invasor, detonado por un reciente recuerdo que venía a abrir viejas heridas.