[P1] ESPECIAL I - Nunca lo ves venir...

(29/07/2017 - 09:51PM)

Una pequeña silueta, casi un borrón en la penumbra, se acercaba con el sigilo de un ratón de campo a otra un poco más grande, esta última posada como una gárgola infantil sobre el borde del balcón. Sus pasitos, lentos y deliberadamente silenciosos, no buscaban la sorpresa; eran un pacto con el aire, por la hora los monstruos debajo de la cama se sienten menos amenazantes que los que habitan en la planta baja, así que era mejor no reanimar la furia sorda de un par de vidas frustradas que, abajo, dormitaban sin realmente dormir, ocupadas en sus asuntos tan improductivos como ruidosos.

Eran casi las diez de la noche. En el cielo de esta parte del mundo, las estrellas eran un lujo raro, una leyenda urbana. En su lugar, unas cuantas y anémicas fuentes de iluminación alumbraban una luz amarillenta sobre la colonia, dibujando sombras largas y tristes. La mancha de luz más destacada, casi un espejismo de alegría, era la del parque relativamente cercano a la casa. Hacia allí miraba la entidad mayor, un pequeño de apenas seis años, con una expresión que era un cóctel amargo y complejo: una parte de resignación de anciano, otra de melancolía de poeta fracasado y un fondo de tristeza pura, sin adulterar.

El cuerpo más pequeño llegó a su destino y se colocó al costado, en un silencio que era a la vez un interrogante y una respuesta. Recargó sus manitas y parte de su torso sobre el mismo borde de hormigón frío. Su presencia, no solicitada pero instintiva, era una ofrenda de compañía, aunque era imposible definir si servía de algo, si su calor de cuatro años podía aliviar el frío de seis. Su estatura era insuficientemente grande, un cruel recordatorio de su impotencia, para poder trepar y sentarse junto a su hermano mayor.

El mayor giró los ojos al sentir la presencia, apenas un cambio en la densidad del aire. Un respingo casi imperceptible lo sacudió; pareció sorprenderse, asustarse un poco al no haberse percatado de cuándo se había materializado a su lado. Pero su rostro, entrenado en el arte de la contención, apenas lo demostró. Solo lo miró a los ojos, a esos dos pozos de curiosidad y preocupación, y pareció entenderlo todo sin necesidad de una sola palabra. Los ojos de su pequeño hermano parecían hablar por él, un lenguaje arcano y mudo, la única manera que tenía de ofrecer ayuda, de esforzarse por hacer algo por él, a pesar de su insignificante estatus en la jerarquía de aquel hogar.

Pareció tomarse un momento eterno, una pausa que contenía el peso de mil silencios, mientras volvía a mirar hacia aquel parque, hacia ese universo paralelo donde se apreciaba un grupo de otros pequeños de su edad corriendo y riendo, ajenos a todo.

- Estoy bien, hermano… - Rompió el silencio entre ambos, pero su voz salió con un dejo de fatiga, como si las palabras le pesaran. Una sonrisa dolorosa, una mueca que era una obra de arte del sufrimiento infantil, se dibujó en sus labios, a pesar de ser cien por cien consciente de que su hermano menor, desde su posición, no podía verla. Era una sonrisa para sí mismo, o quizás…

- Mhhh… - salió un murmullo de entre los labios del más pequeño, mientras su cerebro de cuatro años trabajaba a toda máquina, intentando pensar en algo, en cualquier cosa - El… castigado… por malo - dijo entre titubeos, es interesante ver que Ismael alguna vez interpretó como un niño común que la tristeza suele ser la consecuencia de un castigo. Posó su barbilla forzosamente sobre el borde del balcón, siguiendo con la mirada la dirección de la de su hermano. Sin embargo, su interpretación fue distinta; unos cuantos milisegundos después, en un arranque de iniciativa, se esforzó por escalar un poco sobre las columnas del barandal, inclinando la cabeza para mirar hacia el oscuro vacío de abajo.

Mientras tanto, El, la gárgola infantil, sintió cómo se le erizaba la piel. Fue como si una daga de hielo se le clavara directamente en el corazón, inyectándole con tal furia tan impropia de su edad que por un instante temió no poder contenerla. Pero se contuvo. Sus pequeños dedos se apretaron con una fuerza descomunal sobre el borde de hormigón, disminuyendo el flujo sanguíneo hasta que las yemas se le pusieron blancas como el papel. Exhaló el aire que había guardado en sus pulmones, un suspiro largo y tembloroso, al tiempo que rodaba los ojos en blanco, como si pidiera paciencia a unos dioses sordos. Y se relajó. Liberó la presión, y su piel recuperó el color normal.

- Claaaro, Ismael, eso es todo… me han castigado - respondió con una sonrisa que nuevamente su hermano no noto. Y aunque la hubiera notado, tampoco es que un niño de cuatro años hubiera podido entender la tonelada de sarcasmo y dolor que contenía.

El pequeño Ismael regresó la cabeza de su exploración del vacío y fijó su mirada en su hermano mayor. Entonces, su delgado dedo índice, con la seguridad de un profeta, se alzó y señaló hacia un costado de la pared del balcón, un poco más abajo de ellos. El se quedó congelado por un diminuto microsegundo ante esa mirada. Si alguna vez se celebrara una competencia para ver quién de los dos tenía el rostro más jodidamente enigmático, más indescifrable y hasta con un cierto toque paranormal, su hermano pequeño le ganaba por goleada, sin lugar a dudas… pero al final se dejó guiar por el dedo acusador. Miró, confundido por un instante, y entonces pareció empezar a notarlo, a descifrar el mapa que su hermano le ofrecía. Si se aferraba con cuidado a la parte exterior del balcón, podría sujetar el pie, con la precisión de un escalador, sobre aquel boquete en la pared rugosa, el tiempo justo y necesario para sujetarse a su vez de la parte inferior de la estructura. Seguidamente, podría pisar aquel tubo metálico que corría por la fachada. No parecía estar en condiciones suficientemente buenas como para soportar todo su peso, pero claro, si solo se apoyaba delicadamente, con la ligereza de un gato, y se dejaba caer con precaución, sería relativamente sencillo deslizarse hasta el suelo y… ser libre. Una sonrisa que describía mil planes de fuga y una vida diferente se dibujó en su rostro, aunque él creyó haberla esbozado solo internamente. Permaneció en silencio y pensativo durante unos segundos, bajó la mirada expectante de su hermano, que lo observaba como si fuera un superhéroe a punto de realizar su hazaña más grande. Finalmente, se movió sobre sí mismo, se balanceó y se inclinó… hacia atrás. Sí, hacia atrás. Toda aquella detallada descripción de una posible fuga había sido en vano. Ahora, El estaba de nuevo de pie sobre el suelo del balcón, ese pequeño escenario donde, al otro lado, tras la puerta corredera, solo estaba la entrada a las fauces del infierno. Respiró hondo un momento, como si ese escenario, el de la renuncia, fuera justo lo que todos esperaban de él, y no lo contrario.

Se tragó todas sus penas, toda su rabia, toda su melancolía, y volteó a mirar a Ismael. Le dedicó una gran sonrisa, esta vez cálida y genuina, mientras se inclinaba un poco hacia él, como si fuera a contarle el secreto más importante del mundo.

- Escucha, hermanito… - dijo, y su voz comenzó a sonar extraña - En algún punto de la vida, si así tiene que ser, lo tendré sin que me dé cuenta, y entonces, sólo entonces, sabré quien es la persona con la que pasaré el resto de mi vida, o al menos… un buen rato.

Ismael lo miró, inclinando la cabeza con la más pura y absoluta confusión. Espera, ¿Entonces todo esto, todo esto había sido por una niña? Seguramente fue lo primero que pensó su pequeño cerebro. Pero El no pareció notar la confusión de su hermano, o si la notó… la ignoró por completo, como si ya estuviera acostumbrado a no ser comprendido. Se limitó a darse la vuelta y caminar hacia el interior de la casa.

- Vamos Isma, ya es tarde, será mejor no desvelarnos.