Ciento Ochenta Segundos y un Cristal Roto

Todo el mundo tiene un lugar especial, un lugar donde se encuentran a si mismos. Para Tanaka Haruki, ese lugar era una cafetería de gatos llamada "El Gato que Lee". Que puedo decir... No era un sitio lujoso, ni una cafetería de esas llenas de cuadros exóticos y música jazz de fondo. No. Si quisiéramos compararlo, los cuadros serian casitas para gatitos y la música de fondo serían los maullidos y los ronroneos de los gatos.

Sencillamente...

¡EL LUGAR PERFECTO! Sólo piénsalo, ¿a quien no le gustan los gatitos?. Tanaka Haruki pensaba igual, atender esa tienda era un regalo cada día, a pesar de que el sueldo no fuera muy alto, sin embargo, Tanaka no era alguien materialista, era alguien que sencillamente quería un lugar donde sentirse bien y amaba lo que hacia...

Por otro lado, pero no menos importante para está faditica trama, justamente faltaban dos semanas para que cerraran las inscripciones universitarias, dos semanas en las que Haruki nisiquiera lograria imaginar lo que iba a suceder. Te cuento un poco acerca de lo que hacia Haruki. Detrás del mostrador de madera pulida, Haruki despachaba sonrisas de servicio y bebidas calientes con una eficiencia tranquila, sus manos delgadas y de dedos largos se movían con la gracia de quien habia repetido los mismos gestos cientos de veces.

Acababa de entregar un par de lattes a una pareja de turistas cuando la campana de la puerta que indicaba que alguien estaba entrando a la cafetería volvió a sonar.

Y entonces la vio.

No era una belleza de revista, de esas que parecen inalcanzables. Tampoco era una idol o una modelo, Era algo más terrenal, algo que para sus ojos soñadores, era... De forma simple y para ser exactos, ¡PRETTY!

Llevaba unos jeanes desgastados, una sudadera ancha de un gris descolorido y una gorra de béisbol que ocultaba parte de su cabello, recogido en una coleta desordenada. Tenía unas gafas de sol sencilla de color oscuro que que no lograban ocultar la intensidad de su mirada. Había una energía contenida en ella, una concentración en su forma de caminar hacia el mostrador que capturó toda la atención de Haruki. ¿Que...? ¿Haruki? ¿¡No me digas!? ¡Apenas es el capítulo 1! ¡Aun no te puedes enamorar!

Ella se detuvo frente a él, sus ojos escaneando el menú de la pizarra con una seriedad común, no hay mucho que agregar, ella sólo quería pedir un café.

—Hola —dijo, su voz clara y sin rodeos—. ¿Podrías darme un café? Solo, sin azúcar.

—Por supuesto —respondió Haruki, sintiendo un calor absurdo en el cuello—. Dame un momento.

Se giró, sus movimientos normalmente seguros se volvieron torpes. Lo que ocurre es que este hombre, estaba nervioso por la señorita que le pidio el café. Cogió una taza de cerámica, la colocó bajo el grifo de la máquina de expreso y sintió la mirada de ella en su espalda. ¿Como lo hizo? Pues con la habilidad que desarrollas cuando estas nervioso por una mujer, se lo imagino. Cuando el café oscuro llenó la taza, se acercó de nuevo al mostrador. Y entonces ocurrió, uno de los clichés más cliches de las novelas mi gente, el accidente une corazones, sólo por un instante de distracción, le falló el cerebro, tuvo un mal cálculo de la distancia. Y ocurrió lo inesperado. El borde de la taza chocó contra la caja registradora.

El líquido hirviendo se derramó sobre el dorso de su mano. Y se oyó claramente, el sonido de la serpiente, un siseo por el café que se derramó, El dolor fue agudo, una quemadura blanca y cegadora.

—¡Aah... Oye! ¿Estás bien? —La voz de la chica saltó por encima del mostrador, llena de una alarma genuina.

Haruki apretó la mandíbula, obligándose a mirar hacia arriba. El dolor era una cosa, la vergüenza otra muy distinta.

—Sí... —mintió, aunque el temblor de su voz lo delató—. Discúlpame, esto no debería haber pasado. Es... mi descuido.

Con la mano que no se quemo, agarró un paño y se secó torpemente la piel enrojecida. Luego, preparó otro café. Y lo colocó sobre el mostrador, forzando una sonrisa que le tiraba de las comisuras de los labios, pues, ¿que iba a estar el sonriendo cuando se quemó la mano?

—Aquí está tu café. ¿Necesitas algo más?

—No, gracias... —dijo ella, pero no se movió. Sus ojos estaban fijos en la mano de él—. Me sentaré en una de estas mesas.

Mientras ella se giraba, su mirada se detuvo en un pequeño tablón de corcho junto a la caja, donde un cartel de colores vivos anunciaba las jornadas de puertas abiertas de la Universidad Nacional de Yokohama. Se volvió hacia él de nuevo.

—Disculpa, ¿todavía tienes afiches de esos? ¿Con las carreras de la Universidad?

—Claro —respondió Haruki. Se agachó y de una caja bajo el mostrador sacó un folleto doblado—. Aquí tienes.

Ella lo tomó. —¿Tengo que dar algo a cambio?

Haruki negó con la cabeza. —No te preocupes. Los estamos regalando.

—Bueno, muchas gracias.

En lugar de irse a una mesa, se apoyó en el mostrador y revisó el folleto con mucha concentración, parece que realmente es importante. Haruki la observó en silencio.

Esta chica, pensó de nuevo, parece tener la misma edad que yo. Y una curiosidad imprudente, más fuerte que el dolor punzante en su mano, lo empujó a hablar.

—¿También piensas aplicar? —preguntó, su voz más baja de lo que pretendia.

Ella levantó la vista, sorprendida, como si acabara de recordar que él existía.

—Sí. Negocios Internacionales.

La respuesta fue tan directa, tan segura de sí misma, que Haruki se sintió impresionado.

—Suena... ambicioso.

Ella se encogió de hombros. —Hay que serlo. ¿Y tú?

—Literatura —respondió Haruki casi por instinto.

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de ella, la primera que él veía. Para Haruki que, no tenía mucha experiencia ni amistades del sexo opuesto, Era como un destello de sol en un día nublado.

—Negocios y Literatura. Casi opuestos.

—Casi —coincidió él.

El silencio que siguió no fue incómodo. Entonces, la mirada de ella volvió a caer sobre su mano.

—Déjame ver —dijo ella, su tono directo, pero sin un ápice de intimidación.

Antes de que él pudiera protestar, ella señaló su mano con la barbilla. La piel estaba roja y empezaba a hincharse.

—Eso se ve mal. Tienes que ponerlo bajo agua fría. Ahora.

—Estoy bien, de verdad...

—No, no lo estás —le cortó ella, con una autoridad tranquila que lo desarmó—. Ve a la cocina y pon esa mano bajo el grifo. Diez minutos.

Haruki por la importunidad de la chica, olvido que estaba trabajando y la escucho, fue a la cocina, busco un grifo y metio la mano en agua semi fría. Cuando volvió, ella ya había dejado el dinero exacto sobre el mostrador y se dirigía a la puerta.

—Cuídate esa mano, futuro escritor —dijo por encima del hombro.

Y con otro tintineo de la campana, se fue.

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Si había algo que Haruki también apreciaba era el camino a casa después de haber terminado su horario de trabajo, más aún, ese dia cuando iba pensando acerca de ese encuentro tan diferente con la chica, las tiendas de ramen, los puestos de comida que habia afuera, el olor a asfalto húmedo, eran cosas que el sabía apreciar, aunque tuviera que irse caminando hasta su casa.

Mientras iba de camino a casa se detuvo en una de las aceras y miraba su reloj como esperando algo... De repente, se oyó, a la distancia, El traqueteo del tren, un sonido tan familiar, capaz de despertar mucha nostalgia en el. Después de oir el tren pasar, siguió su camino, unas cuantas cuadras más hasta llegar a su edificio y subió las escaleras hasta su apartamento.

Era un lugar modesto, pero espacioso para una sola persona: una sala de estar que se conectaba a una pequeña cocina funcional, dos dormitorios, dos baños y una pequeña terraza que daba a un laberinto de tejados. El segundo dormitorio, al final del pasillo, llevaba años sin usarse, su puerta siempre cerrada.

Dejó las llaves en un cuenco y, ya finalmente podía descansar, distraído, tropezó con la pata de una mesita. Con un golpe seco, el único objeto que había sobre ella cayó al suelo. El sonido del cristal rompiéndose resonó en el silencio.

—Maldita sea... —murmuró. Con lo bonito que iba la tarde de regreso a casa le tenía que pasar otro accidente...

Se agachó y vio el marco de plata roto en el suelo. Con cuidado, retiró los trozos de cristal y recogió la fotografía que había protegido. Estaba un poco descolorida. Mostraba a dos niños identicos. ESPERA. ¿PORQUE SON TAN PARECIDOS? ¡¿ESTA SERIE ES DE GEMELOS!?

Ambos parecian tener unos diez años, de pie en una playa, con el mar de fondo. El de la derecha sonreía a la cámara con una confianza deslumbrante que ocupaba toda la foto, con los hombros echados hacia atrás como si fuera el dueño del mundo. El de la izquierda, él mismo, ofrecía una sonrisa más pequeña, casi una nota al pie de página, con la mirada ligeramente desviada. El pensamiento fue un susurro cargado de resignación y un suspiro...

¿Que estará haciendo mi hermano? ...

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A miles de kilómetros de distancia, un BMW Z4, pulido hasta alcanzar el brillo de un espejo, de un color vinotinto sangre, se deslizó hasta la acera frente a una aguja de cristal y acero que desgarraba el cielo de San Francisco, no era otra cosa que la sucursal principal de la empresa de los Tanaka. El nombre "Tanaka Global Holdings" estaba grabado discretamente en latón junto a las puertas.

Kai Tanaka salió, su silueta afilada y enfundada en un traje impecable. Al entrar en el vestíbulo, el aire frío y el olor a dinero lo envolvieron.

—Buenos días, señor Tanaka —dijo un joven ejecutivo, casi en una reverencia.

Kai respondió con un asentimiento corto y gélido, sus ojos fijos en los ascensores privados del fondo. Subió en silencio hasta el último piso y abrió la pesada puerta de madera de la oficina de la esquina sin llamar.

Ryo Tanaka, su padre, el Presidente Ejecutivo de "Tanaka Global Holding", terminó una llamada y colgó. Su escritorio era una vasta extensión de caoba, y detrás de él, la ciudad se extendía como un mapa bajo su dominio.

—Hmph... Espero que tengas una excusa preparada, sabes que no soporto a la gente que es impuntual.

—No hay excusas, simplemente tráfico. —respondió Kai, dejando una tablet sobre la esquina del escritorio—. Esto son los resultados preliminares de la Sucursal en Washington.

Se movió hasta el sofá de cuero bajo, reservado para los visitantes, y se sentó. Ryo recorrió la pantalla con el dedo.

—Esto no es lo que estaba esperando.—dijo, la frase sonando con un tono de decepción—. ¿Que pensabas al colocar en un informe de resultados, una caída en las proyecciones del tercer trimestre?

—Padre. Es sólo fluctuación prevista. Nuestros expertos han asegurado que se estabilizará en los próximos días, el mercado simplemente se está adaptando a la nueva propuesta de estructura —explicó Kai, su voz un monotono ensayado.

Mientras su padre seguía analizando los datos, la mirada de Kai se desvió. Vagó por la inmensa oficina y aterrizó en la esquina del escritorio de su padre. Allí, en un marco de plata, estaba la misma fotografía que había quebrado en pedazos Haruki. No se miro a si mismo en la foto, sino al niño distraído que tenía al lado, su hermano. Sintió una punzada de anhelo por algo que ya no recordaba cómo sentir: la calidez de ese sol, la sencillez de esa playa.

Ryo levantó la vista y notó la distracción de su hijo. Su tono se suavizó, pero con un filo de decepción.

—Tu mente no está aquí, Kai. Está en otra parte. Igual que en este informe. Y sé por qué. Vi las transferencias a Yokohama.

Kai recompuso su máscara de indiferencia.

—Padre. Era la matrícula de Haruki. Mamá estaba preocupada. Así que decidí enviar dinero para su matrícula, era lo menos que podía hacer.

—¿Lo menos? —Ryo suspiró, un sonido pesado, casi triste—. Lo único que puedo ver a través de lo que estas haciendo es, a mi hijo mayor financiando la vida mediocre de mi hijo menor. Un chico que se conforma con servir cafés en lugar de construir algo. Y tú... tú le pagas la matrícula para que pueda estudiar... ¿qué era? ¿Literatura? ¡Ja! Sólo estas haciendo que alguien que está soñando siga durmiendo en vez de levantarlo y hacerlo luchar.

Se levantó y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.

—Yo no construí todo esto para que mis hijos se conformaran con la mediocridad. Tal vez no entiendes lo que digo, porque todavía no has vivido lo suficiente, pero... Me decepciona, Kai. No él. De él nunca esperé nada. Me decepcionas tú, porque tienes el potencial, pero eliges distraerte con tonterías y sueños vacíos de ambición.

Kai sintió que las paredes se cerraban. El peso de esa decepción era más insoportable que cualquier grito.

—La verdad es que necesito un cambio de aires. —dijo, su voz baja seguido de un suspiro...

Ryo se giró, su rostro una máscara de resolución paterna y retorcida.

—Tienes razón. Parece que estas olvidando lo que te enseñe hace tiempo atrás. Que te parece esto.. Se que, no es bueno asignarle cargos a personas que aún no haya pasado por una preparación profesional, no puedo hacer una excepción aunque seas mi hijo, sería malo para ti.

Kai mira a su padre con un mirada de extrañeza, aún sin entender de que esta hablando

—¿De que estas hablando?

Regresó a su escritorio, ahora su voz era la de un director general tomando una decisión irrevocable.

—Irás a Japón. Te inscribirás en la facultad de Negocios Internacionales de la Universidad de Yokohama. Y vivirás con tu hermano.

Hizo una pausa, su mirada ya no era fría, sino intensamente seria, casi desesperada.

—Quiero que respires ese aire de conformidad cada día, hasta que te asfixie. Quiero que veas de cerca lo que sucede cuando un hombre no tiene ambición. Tal vez entonces, solo entonces, valorarás de verdad el imperio que estoy intentando dejarte y te conviertas en el hombre que sé que puedes ser.

Fin del Capítulo 1...