El coro de las aves no era agradable para Haruki, ya que su canto solo podía significar una cosa: que la noche había pasado y que había llegado la mañana. Y como si el canto de los pájaros no fuera suficiente, para colmo, un sonido aún más tormentoso comenzó a escucharse.
Agh... ¿Qué es ese sonido...?
No era otra cosa que su celular con la alarma, marcando el inicio de un nuevo día. Con la expresión de alguien a quien le acaban de robar el sueño, abrió los ojos y se quedó quieto en su cama, mirando cómo la luz pálida de Yokohama se filtraba por la cortina. Su apartamento era un santuario ordenado de silencio, un lugar que traía paz a su corazón.
Embobado aún por el sueño, se sentó en la cama y colocó los pies en el suelo. Como era costumbre, sintió el frío en sus pies descalzos. Haruki se miró en el espejo y se asustó, pues notó que tenía más lagañas que ojos. Inmediatamente fue al baño, se lavó el rostro, tomó su cepillo de dientes y, cuando revisó en los estantes donde se supone, coloca la crema dental...
¿Eh...? ¡No me digas! ¿Se me acabó la crema?
Desafortunadamente, tuvo que cepillarse con jabón. Después del baño, lo segundo fundamental era la cocina.
En la cocina, lo mismo de siempre. Preparó un arroz suave con huevo revuelto: el vapor que se elevaba del arroz, el sonido del huevo al cascarse y el aroma atractivo del café mañanero... Hacian que su expresión cambiará, pasó de una cara de sueño a sonreír como un tonto mientras freia los huevos. Tomó un plato, una taza y colocó perfectamente el arroz y, encima, como si de un sombrero se tratase, el huevo revuelto. La cerezita del pastel era vertir el café en la taza.
Se dirigió a la mesa y comenzó a comer. Al mirar el café, recordó la silueta de esa chica de la cafetería. A pesar de no saber su nombre, ese encuentro había ganado un lugar en su mente. Curiosamente, la actitud de ella le hizo recordar a su madre.
Se dirigió nuevamente a la cocina, lavó los platos y buscó su celular en el cuarto. Mientras abría la ventana, marcó el número de su madre. Después de unos segundos, oyó su voz.
—¿Hola? —La voz de ella era un abrazo a través de la línea.
—Hola, mamá. Soy yo.
—¡Haruki, amor! ¿Cómo estás?
—Bien, mamá. Solo llamaba para saludar. Es que... mientras desayunaba pensé en ti y quise saber cómo habías amanecido.
—¡Ay, hijo! —dijo con un tono muy especial, agradecida—. Amanecí bien, solo con un pequeño dolor de cuello, creo que dormí en una mala posición.
—¡Mamá! Siempre me andas diciendo eso, ¿estás usando la almohada que te recomendó el doctor? —Preguntó con un tono respetuoso y preocupado.
—Claro que sí, hijo, solo que la confundí. Al despertarme, me di cuenta de que estaba usando otra almohada... Discúlpame... —hizo una pausa—. Por cierto, ¡ni siquiera te imaginas lo que tengo para contarte! Precisamente pensaba en llamarte para el almuerzo. Sé que en las mañanas eres todo un poema.
Haruki miró a unos niños pasar frente a su casa mientras oía a su madre. Su estómago se encogió.
—¿Hmph? Pues, parece que es una buena noticia...
—¡Sí, hijo! Pues resulta que ayer tu papá me llamó... —La alegría en su voz era pura e inocente. Cuando Haruki oyó esa pequeña frase, más exactamente, la mención de su padre, su mundo de tranquilidad se vio envuelto por una sensación de angustia.
—¿Y a que no sabes? Me dijo que ¡Kai viene a Japón! Llega esta noche. Se quedará a dormir en tu casa, solo por hoy. Dice que mañana buscará su propio sitio.
¿Qué mierda?, pensó Haruki. Las palabras alegres de su madre cayeron como ácido. Solo por hoy. Buscará su propio sitio. No es que le importara mucho que Kai viniera, pero que su hogar fuera un simple hotel de paso, un lugar no lo suficientemente bueno para el gran Kai Tanaka, encendió el resentimiento que sentía.
—¿Esto es una broma, mamá? —dijo, su voz goteando sarcasmo—. ¿Se supone que esa es una buena noticia?
—Haruki, no digas eso... —La alegría de su voz desapareció en un pestañeo—. ¿Todavía no te llevas bien con él? —Su voz era calma ante la rabia expresada por Haruki. La madre suspiró, un sonido que Haruki pudo oír desde el celular.
—Hijo, entiendo que tengas un resentimiento contra tu padre. Pero... ¿por qué piensas de esa forma de tu hermano? —Hubo un silencio. Haruki lo rompió.
—Mamá, lo siento, creo que me excedí un poco —dijo, su voz cargada de arrepentimiento, pena y tristeza.
—Haruki —continuó la madre—. Intenta llevarte bien con tu hermano. Nada me haría más feliz —dijo con un tono nostálgico que para Haruki fue doloroso.
—Está bien, mamá. Yo... me llevaré bien con Kai. No te preocupes —dijo con una voz cargada de culpa, con el único motivo de contentar a su madre.
—Hijo, luego seguiremos hablando. Voy a trabajar... Ah, por cierto, tienes que decirme qué escogiste para estudiar... Quiero que sepas que siempre te voy a apoyar —dijo con la voz de una genuina madre que lo ha dado todo.
Colgó, dejando un silencio amargo en su cuarto. Haruki sintió aquella noticia como una amenaza, Y una en la que Haruki no lograba imaginar todo lo que ocurriría a causa de ella.
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Después de la conversación, Haruki se vistió y se dirigió al trabajo. Por las mañanas, Yokohama era otra cosa en comparación con la tarde; había vida en las calles del centro. Siguiendo la misma ruta del dia anterior, entró a "El Gato que Lee" y trató de olvidarse de la noticia, pero era imposible.
Todo era "aparentemente" como siempre. Clientes entraban y venían, pero cada vez que preparaba un café, no podía dejar de pensar en la chica que atendió el día anterior.
Ay... ¿Qué me pasa?, pensó mientras servía un latte. Cada vez que oía el tintineo de la campana, su corazón latía más rápido. Aunque no lo admitía, estaba ansioso.
Y entonces, a media tarde, la campana sonó y sintió un frío en el cuello. Era ella.
Llevaba una blusa sencilla de color claro y su pelo estaba suelto, enmarcando un rostro que, sin las gafas, parecía más abierto.
—Hola de nuevo —dijo, con una sonrisa amable—. Hoy solo un café. Y prometo no causar ningún accidente.
¡Está más linda que ayer!, pensó, e inevitablemente no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Espera un momento —dijo, preparando la bebida en silencio. Quería saber su nombre, pero no era capaz de preguntárselo directamente. Le entregó la taza y ella sacó su bolso para pagar. Mientras buscaba el monedero, Haruki lo vio. En un bolsillo exterior de malla transparente, asomaba una tarjeta de identificación de estudiante, con su foto y su nombre impreso en negrita.
—Así que tu nombre es Rin —dijo él, antes de poder contenerse.
Ella levantó la vista, parpadeando confundida y adoptando una postura defensiva.
—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Te lo dije en algún momento?
¡Dios mío, qué hice!, pensó Haruki, y sintió que el pánico le subía por el cuello. —¡No, no! No es lo que piensas... —dijo, agitando las manos torpemente—. Solo noté tu tarjeta de identificación cuando sacaste el bolso.
Rin siguió su mirada hasta el bolsillo de malla y vio la tarjeta. Se quedó un momento en silencio y luego una sonrisa juguetona se dibujó en su cara.
—Aah... entiendo... —se reclinó ligeramente sobre el mostrador mientras tomaba el café y lo miró fijamente a los ojos.
¿Qué pasa? ¿Por qué me mira así?, pensó, su expresión bastante nerviosa.
—¿Entonces...? ¿No vas a decirme tu nombre? No es justo que solo tú sepas el mío —dijo Rin de la forma más directa que te puedas imaginar.
Haruki sintió un alivio inmediato, reemplazado por una calidez que no tenía nada que ver con la máquina de café.
—¡Aaah, por supuesto! Me llamo Haruki Tanaka —dijo, poniéndose la mano derecha en la cabeza y riéndose un poco.
—Haruki —repitió ella, probando el nombre. Le gustó cómo sonaba—. Un placer conocerte oficialmente, Haruki.
—El placer es mío —le devolvió Haruki con una sonrisa.
—Oye... —dijo Rin, con un poco de pena, a pesar de lo directa que siempre es—. Quería agradecerte por lo de ayer... —Hubo un silencio.
¿Qué pasó ayer?, penso Haruki, mientras buscaba en su mente el suceso que refería.
—¿Eh...? ¿A qué te refieres...? —dijo con una expresión de extrañeza.
—Me refiero a lo del folleto. Gracias a ti ya lo tengo todo claro. Estoy pensando en estudiar Negocios en esa universidad, a pesar del costo.
—Oh, ya veo... Me alegra mucho oír eso —le dijo Haruki—. Entonces, ¿irás por la mañana?
Rin levantó una ceja mientras miraba a Haruki .
—¿Cómo lo supiste?
—No es difícil de suponer —respondió Haruki, imitando su tono del día anterior—. Alguien tan directa como tú no dejaría las cosas para el último momento de la tarde.
La sonrisa de Rin se amplió.
—Hablas como si supieras todo de mí. Bueno... ya que nos conocemos, eres el primer amigo que tengo que irá a la misma universidad.
Haruki estaba a punto de responderle, pero una duda lo asaltó, lo que provocó un gesto extraño en el rostro de Haruki
—Oye, pero... ¿cómo sabes que también voy a estudiar en Yokohama? Podría ir a cualquier otra universidad.
Rin se rio debido a su gesto, un sonido ligero y genuino que pareció llenar la cafetería.
—Jaja, no es difícil de suponer. No muchas universidades en la zona ofrecen Literatura como una carrera principal, y menos con tanto prestigio. Si realmente piensas estudiar de forma seria Literatura como dijiste, Yokohama es la mejor opción. ¿O me equivoco?
Haruki se quedó sin palabras al no saber algo tan importante acerca de su propia carrera.
—Aah, ¿sí? No... no sabía para nada eso.
—Bueno, ahora lo sabes —dijo ella, terminándose su café. Luego lo miró directamente, con una chispa en los ojos—. Ya que ambos vamos al mismo lugar a la misma hora, podríamos ir juntos. Para no perdernos.
La propuesta, tan directa y natural, lo dejó desconcertado.
—Oye... ¿estás segura de ir conmigo? —dijo, tocándose la barbilla con un gesto de inferioridad.
—¿Por qué no? —preguntó Rin, ladeando la cabeza, extrañada por tal pregunta.
El impacto de su franqueza lo dejó sin defensas. —Pues... porque apenas nos conocimos ayer.
Rin soltó otra pequeña risa. —Ahh, ya veo, eso es lo que piensas... ¿Y qué más da? En realidad, no tengo a nadie más a quien pedirle este favor. Y es mejor ir acompañado que solo, ¿verdad?
—Tienes razón —dijo finalmente, una sonrisa genuina formándose en su rostro—. Está bien, vayamos juntos.
—Perfecto —dijo Rin, su rostro iluminado—. Nos vemos en la estación, a las nueve.
Colocó el dinero del café en el mostrador, se dio media vuelta y caminó hacia la puerta. Justo antes de salir, se giró una última vez.
—¡No llegues tarde, Haruki!
Su mente no podía procesar todo lo que había sucedido. Estaba tan emocionado por mañana que no lograba asimilar la propuesta de Rin. Su cerebro logró procesar la información justo cuando estaba cerrando la tienda para ir a casa.
¿Oye? ¿Espera un momento? ¿Rin me invitó a salir? ¡¿Así tan normal?!, gritó en su corazón.
La noche se sentía diferente. Haruki caminaba de vuelta a casa, sus pies apenas tocando el suelo. Su corazón era un metrónomo a casi 320 BPM. No pensaba en su hermano, no pensaba en el trabajo. Solo pensaba en la promesa de un "mañana" en la estación. Olvidó por completo la noticia de la mañana.
Cuando llegó a la cuadra de su apartamento, a pesar de venir extasiado, notó algo peculiar. Las luces de su apartamento estaban encendidas.
¿Dejé las luces encendidas? Normalmente no suelo hacer eso.
Caminó unos pasos más hasta llegar frente a su casa y, al llegar al pasillo de su planta, lo olió. Un aroma extraño, un olor tan peculiar y raro que inmediatamente pudo reconocer como caro. Era una colonia. Una evidencia de que alguien había llegado. Haruki regreso a la tierra al instante.
Se detuvo frente a la puerta. La llave tembló un poco en su mano. Haruki estaba pensando si entrar. Por alguna razón sentía que era un territorio ocupado. Tomó aire y abrió.
Había silencio, pero el aire estaba cargado. Sobre la silla del comedor, un abrigo de un material que desconocía, pero inconfundiblemente caro, yacía como una bandera de conquista.
Desde la cocina, un sonido fulminó aquel silencio. Un silbido agudo, al punto de chillarle los oídos. Era una tetera. Caminó más adentro, extendió su mirada hacia la cocina y allí lo vio.
—¿Kai...? —dijo, su voz quebradiza.
Sí. Era Kai. Sostenía una taza de porcelana blanca. Con un movimiento casual de la muñeca, se aflojó la corbata del traje, un gesto de absoluta seguridad. Mientras apagaba la cocina, sus ojos, idénticos pero infinitamente más fríos que los de Haruki, se posaron en él.
Kai tomó una taza y se sirvió del té que estaba preparando. Con un sorbo, habló, y su voz tranquila cortó el aire como un cuchillo.
—Llegas tarde, hermano.
El silbido de la tetera seguía sonando, tan interminable como el pánico que acababa de instalarse en el pecho de Haruki.