“… No tengo fuerzas… ¡Entrégate a Dios!... ¡Reza a Dios! ¡Adórale!... ¡Únete al poder de Dios!...”
—¡Hey! ¡Ven aquí, Saray! —gritó Sage desde la puerta principal de la iglesia.
La figura menuda de una niña de seis años apareció brevemente antes de desaparecer entre risas sofocadas. Saray había perfeccionado el arte de escabullirse sin ser vista, burlando la vigilancia de su padre.
La iglesia, con sus altos vitrales y bancos de madera, seguía siendo un lugar de devoción para los feligreses del pueblo, pero también servía como hogar para niños huérfanos. Su ambiente sagrado se mezclaba con la vitalidad de la infancia: risas resonaban entre las paredes, y pequeños pasos corrían por los pasillos. Sage, el cura de cabellera blanca, observó el plato intacto sobre la mesa del comedor y suspiró con frustración.
—La comida ya está lista… —murmuró—. Oh… se escapó de nuevo.
Subió las escaleras con calma y llamó desde el pie del segundo piso.
—¡Liam! ¡Baja un momento!
Desde una habitación con varias camas sencillas, apareció Liam, un niño de cabello azul, radiante y lleno de energía a sus ocho años. En sus manos llevaba una improvisada caña de pescar hecha con una rama y un hilo, preparado para pasar el día junto al río con sus amigos.
—¡Ya voy, padre! —respondió, bajando las escaleras con entusiasmo.
Al llegar, encontró a Sage con una mirada seria, pero cargada de una paciencia bien practicada.
—Liam, Saray se escapó de nuevo. No ha querido comer. Búscala por mi.
El semblante de Liam cambió al instante.
—¿Por qué siempre tengo que buscarla yo? —protestó, con las manos en la cintura—. ¡Siempre hace lo mismo! Y cada vez que salgo a buscarla, nunca la encuentro. Ella regresa sola, como si nada. Además, hoy voy a pescar con mis amigos…
El leve golpe que Sage le dio en la cabeza lo detuvo en seco.
—Ve ahora —ordenó, su voz tranquila pero firme.
Con lágrimas de indignación asomando en sus ojos, Liam salió por la puerta principal. Mientras cruzaba el patio de la iglesia, se preguntaba, frustrado:
¿Por qué siempre huye? ¿Qué busca allá afuera? ¿Por qué no puede quedarse tranquila?
Liam salió de su hogar con la improvisada caña de pescar sobre el hombro. El pueblo donde vivía era pequeño, pero rebosaba de vida. Las casas de madera, con tejados inclinados y chimeneas humeantes, formaban un paisaje acogedor. Los aldeanos, con rostros curtidos por el trabajo y las sonrisas cálidas, conversaban en las calles empedradas mientras los niños corrían entre los puestos del mercado. El olor a pan recién horneado y flores silvestres llenaba el aire.
A lo lejos, Liam divisó a sus amigos reunidos junto a un viejo puente de piedra que cruzaba el arroyo. Uno de ellos, un chico pecoso de cabello desordenado, le hizo señas con entusiasmo.
—¡Liam! ¿Estás listo para ir a pescar? —gritó con una sonrisa.
Liam negó con la cabeza mientras se acercaba.
—No puedo ir hoy. Estoy buscando a mi hermana Saray —respondió, algo apenado.
—¿A Saray? —preguntó uno de los chicos, rascándose la cabeza—. La vimos hace un rato, pero no sabemos adónde fue.
—Sí, pasó corriendo por aquí —añadió otro—. Parecía tener prisa.
—Gracias, chicos. Si la ven, díganle que regrese a casa —pidió Liam antes de seguir su camino.
Caminando hacia el norte del pueblo, se encontró con una joven de cabello castaño claro y ojos brillantes. Su porte elegante y su sonrisa cálida la hacían destacar.
—Hola, Liam, ¿cómo estás? —preguntó Liza, inclinándose ligeramente para verlo mejor.
—Hola, Liza —respondió el niño, algo tímido—. Estoy bien, pero… estoy buscando a Saray. ¿La viste?
Liza lo observó con ternura, notando su semblante preocupado.
—¿Estás bien? Han pasado tres largos años desde que tu madre murió —dijo, su voz suave pero cargada de empatía—. A pesar de perderla, no lloraste para que tu hermana no lo hiciera. No has derramado una sola lágrima desde entonces. Eres un niño muy fuerte, Liam.
Liam bajó la mirada, sin saber cómo responder a esas palabras.
—La vi hace poco —continuó Liza, rompiendo el silencio—. Iba hacia el norte del pueblo. Aquí, llévale estas manzanas. Son dulces y frescas, estoy segura de que le encantarán.
—Gracias, Liza —dijo Liam, aceptando las manzanas y guardándolas con cuidado.
Con renovada determinación, Liam siguió adelante. Al llegar a los límites del pueblo, se encontró con Lazy y Sazy, las gemelas inseparables…
—¡Liam! —exclamó Lazy, alzando la mano para saludar.
—¿Buscando a Saray otra vez? —añadió Sazy, con una sonrisa burlona.
—Sí. ¿La han visto? —preguntó Liam.
—La vimos corriendo... —comenzó Lazy.
—… hacia el bosque, al norte del pueblo —terminó Sazy.
—Parecía tener prisa… —continuó Lazy.
—… como si escapara de algo. —finalizó Sazy.
—Gracias —dijo Liam, apresurándose hacia el bosque.
En su camino, pasó frente a la panadería del viejo Hans. En la distancia, reconoció a un grupo de niños que corrían con bolsas de pan bajo el brazo. Sus ropas viejas y sucias los delataban como los mismos que, días atrás, habían intentado robar en la iglesia fingiendo ser huerfanos.
El anciano panadero salió de su tienda, agitando un bastón mientras gritaba:
—¡Regresen aquí, pequeños ladrones!
Liam observó la escena desde lejos. Aunque había amenazado a esos niños con contarle a su padre si volvían a robar en la iglesia haciendoles entender de que la iglesia era el unico lugar se apiadaba de ellos brindandoles un techo en donde dormir. había algo en sus rostros que le generaba empatía. ¿Por qué siguen robando? pensó, sintiendo una mezcla de frustración y compasión mientras continuaba hacia el bosque.
Liam llegó al umbral del bosque. Las copas de los árboles se alzaban imponentes, filtrando la luz del sol en haces dorados. Bajó la mirada y notó huellas diminutas en la tierra blanda, acompañadas de ramas rotas y un pequeño mechón de cabello azul atrapado entre las hojas.
—¿Qué haces tan lejos de casa? —murmuró, ajustando la caña de pescar sobre su hombro.
A medida que avanzaba, los árboles se volvían más densos y las sombras más profundas. Aunque no había señales de peligro evidente, Liam sabía que el mayor riesgo era perderse. Sin embargo, en el suelo, un sendero casi oculto por hojas y raíces sugería que alguien había pasado varias veces por allí.
El camino lo llevó a una pendiente empinada que le exigía toda su energía. Conforme ascendía, el espesor del bosque comenzó a disiparse, y al llegar a la cima, Liam se detuvo, maravillado.
Un mar de flores silvestres se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Mariposas de colores revoloteaban entre los pétalos, y un arroyo cercano añadía una melodía tranquila al ambiente. La brisa fresca acariciaba el rostro de Liam, llenándolo de una paz momentánea.
A lo lejos, distinguió una pequeña figura recostada entre las flores: Saray. A su lado, un dragón enorme dormía profundamente, sus escamas brillando como metal al sol.
—¿Pero qué…? —murmuró, su voz temblando entre el asombro y el miedo.
Avanzó con cuidado, cada paso calculado para no despertar al dragón. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, vio a Saray durmiendo tranquilamente, su expresión serena, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Liam se inclinó para despertarla, pero un sonido agudo rompió la calma. Entre los arbustos emergió una criatura extraña: un ave esférica cubierta de púas azules, sus ojos llenos de ferocidad. Emitió un chillido antes de lanzarse hacia él.
Liam alzó su caña de pescar, bloqueando el primer ataque. El ave giró rápidamente, arrojando púas con velocidad mortal. Liam esquivó como pudo, usando la caña para protegerse, pero cada golpe la debilitaba más.
—¡Saray, despierta! —gritó, pero su hermana seguía inmóvil.
El monstruo atacó con fuerza, rompiendo la caña en dos. Liam cayó al suelo, jadeando, mientras la criatura se preparaba para el golpe final.
De repente, un rayo cayó del cielo con un estruendo ensordecedor, impactando directamente en el ave. La criatura soltó un último chillido antes de desaparecer en cenizas.
—¡Liam!
Sage apareció entre la hierba alta, su figura imponente destacando contra la luz del sol. Aunque los años habían pasado, su magia seguía siendo formidable. Corrió hacia su hijo, abrazándolo con fuerza.
—Estoy bien, padre… —murmuró Liam, exhausto.
Sage lo revisó rápidamente, asegurándose de que no estuviera herido, y luego lo abrazó nuevamente.
—Perdóname, hijo. No debí haberte enviado solo. Pero fuiste valiente… protegiste a tu hermana.
El ruido despertó a Saray, quien se levantó sobresaltada. Corrió hacia Sage, lágrimas de miedo corriendo por su rostro.
—¡Papá! —gritó, abrazándolo con fuerza—. ¡Tenía miedo!
Sage la sostuvo con ternura, aunque su tono se volvió severo.
—Saray… ¡Eres tan desobediente! —miró a su alrededor, inspeccionando el lugar—. ¿Qué haces aquí?
—Yo… yo quería ver a mamá.
Sage quedó en silencio, sorprendido.
—¿A tu madre?
—¡Sí! —exclamó Saray—. Cuando duermo aquí, la veo en mis sueños…
Sage dejó escapar una pequeña risa, conmovido por la imaginación de su hija.
—Tu madre… pero…
—¡Ya sé que mamá murió! —dijo Saray, limpiándose las lágrimas—. Pero cuando estoy aquí, puedo verla.
Sage suspiró, cargado de culpa y nostalgia.
—Tienes razón, Saray… tu madre murió hace tiempo. Fue en aquel ataque, cuando la ciudad estuvo a punto de caer. Si este dragón no hubiera venido, no habría podido protegerlos a ustedes ni al pueblo. Perdónenme… debí haber sido más fuerte.
—¡No es culpa tuya! —exclamaron Liam y Saray al unísono.
Saray miró al dragón con admiración.
—Papá, ¡todo el pueblo lo dice! ¡Tú y el dragón salvaron la ciudad!
Sage sonrió con melancolía.
—Quizá tengas razón… Espero que tu madre opine lo mismo.
—¡Ella lo opina! —dijo Saray, con una sonrisa—. ¡El dragón me lo dijo!
Sage rió suavemente y se levantó, mirando a sus hijos.
—Vamos a casa. Hablaremos más de tu madre allí. Liam, buen trabajo. Ahora puedes ir a jugar con tus amigos.
Mientras caminaban, Saray se acercó a Liam y le susurró emocionada:
—Si duermes junto al dragón, ¡también podrás soñar con mamá!
Liam vio cómo su padre y hermana se alejaban, mientras él se quedaba contemplando al dragón dormido. Su caña estaba rota, no podia ir a pescar sin una caña, así que decidió obedecer a Saray. Se recostó en la suave hierba, cerró los ojos y dejó que el sueño lo envolviera.
Liam despertó sobresaltado. No recordaba haber dormido tan mal en toda su vida. Miró al cielo y notó que comenzaba a oscurecer. El dragón seguía allí, inmóvil, respirando con un ritmo pausado que hacía vibrar el suelo. Por un momento, contempló a la imponente criatura. Antes le había temido, pero ahora sentía algo diferente: seguridad y una calidez que no sabía explicar.
Suspiró, levantándose lentamente. Se sacudió la tierra de la ropa y se preparó para regresar al pueblo. Mientras caminaba, el silencio lo envolvió. No había cantos de aves, ni susurros del bosque, ni siquiera el crujir de hojas bajo sus pasos parecía romper la quietud. La ausencia de sonido era inquietante.
A medida que avanzaba, la luz del día cedía ante la noche, y cuando finalmente salió del bosque, el eco del bullicio del pueblo lo alcanzó. La familiaridad del ruido le trajo un alivio pasajero, disipando la incomodidad del extraño silencio.
—Por fin en casa —murmuró con una sonrisa cansada. Se llevó una mano al estómago, pensando en Saray—. Seguro que está hambrienta. Tal vez si le llevo un panecillo no se enoje por mi tardanza.
Con esa idea, se dirigió a la panadería. Al entrar, el panadero Hans lo miró con desdén.
—¿Qué quieres aquí, niño huérfano? ¡Lárgate antes de que te robes algo!
Liam frunció el ceño, sorprendido.
—¿Perdón? Yo no soy ningún ladrón, y tampoco soy huérfano. Solo quiero comprar un pan de leche para mi hermana. —Colocó unas monedas sobre el mostrador, mostrando que podía pagar.
Hans lo observó por un momento, luego se rascó la nuca, avergonzado.
—Ah... lo siento, muchacho. Fue un malentendido. —Tomó el dinero y le entregó el pan. Como disculpa, añadió otro pan relleno de carne y verduras—. Toma, llévate esto también.
—No, gracias. Con uno es suficiente.
—Vamos, acéptalo. Es lo menos que puedo hacer como disculpa.
Liam recordó las palabras de su padre sobre nunca rechazar un regalo y, aunque dudó, terminó aceptándolo.
—Gracias, señor Hans. —Se despidió con una leve inclinación de cabeza y se dirigió a la puerta. Antes de salir, el panadero lo llamó.
—Disculpa, niño… Nunca antes te había visto por aquí. ¿Eres nuevo en el pueblo?
Liam se detuvo en seco. La pregunta lo confundió.
—¿De qué habla? Vengo aquí desde siempre, usted me conoce…
Hans no respondió, pero su expresión no mostraba ningún signo de reconocimiento. Liam salió, más desconcertado que nunca.
El aire del pueblo parecía denso, y los murmullos de los aldeanos a su alrededor le causaban una creciente inquietud.
—Mira a ese niño… —murmuró una voz conocida.
—Sucio y… —completó otra.
Liam giró y vio a las gemelas Lazy y Sasy.
—¿Por qué me miran así? —preguntó, acercándose.
Las gemelas retrocedieron, asustadas.
—¿Qué haces aquí? —Lazy comenzó.
—Nunca te hemos visto antes. —terminó Sasy.
—¿De qué hablan? Soy Liam, hijo del predicador Sage.
Las gemelas se miraron, confundidas y alarmadas.
—¿El predicador Sage?
—Pero si nuestro predicador siempre ha sido…
—…el padre Holk.
—¡Mentiroso! Sant. Lumin te castigará.
Un frío escalofrío recorrió a Liam. Algo estaba terriblemente mal. Sin decir más, salió corriendo hacia su casa.
En el camino, tropezó con su grupo de amigos que regresaban de pescar. Los peces que llevaban cayeron al suelo, ensuciándose con la tierra.
—¡Oye, fíjate por dónde vas! —gritó uno de ellos.
—Lo siento… ¡Soy yo, Liam!
Sus amigos lo miraron como si estuvieran viendo a un extraño.
—¿Quién eres tú?
—¡Soy Liam! ¡Pesco con ustedes todo el tiempo!
Los niños intercambiaron miradas y luego estallaron en carcajadas.
—Está loco. Vámonos antes de que nos contagie su locura.
Liam intentó seguirlos, pero ellos lo ignoraron, alejándose mientras reían. La desesperación creció en su pecho.
Llegó a la plaza principal, donde vio a Liza. La llamó con una mezcla de alivio y urgencia.
—¡Liza! ¡Necesito ayuda, no se que esta pasando!
Ella se giró, sobresaltada.
—¡Aléjate de mí, ladrón!
Antes de que Liam pudiera responder, Liza le dio una bofetada y salió corriendo, dejándolo paralizado y humillado.
Con lágrimas en los ojos, se dirigió a la iglesia, su hogar. Entró corriendo, buscando a su padre o a su hermana. Pero todo estaba diferente: los muebles, las decoraciones, incluso el aire era distinto. Se desplomó en el suelo, sintiendo cómo la frustración y el miedo lo abrumaban.
De repente, un sonido familiar interrumpió su llanto. Era una tos que venía del lugar donde se realizaban las misas.
—¿Papá?
Corrió hacia la sala, pero al entrar, vio a un hombre mayor frente al altar. No era su padre.
—¿Quién eres? —preguntó Liam.
—Soy el padre Holk, predicador de esta iglesia. —El anciano lo miró con una mezcla de curiosidad y sospecha—. ¿Qué haces aquí, niño?
—Busco a mi padre, el Padre Sage.
Holk frunció el ceño.
—Nunca he oído ese nombre. Quizás eres solo un pobre niño abandonado.
Liam sintió que el mundo se desmoronaba.
—La iglesia de Sant. Lumin brinda refugio a todos y no dará la espalda a un pobre niño aunque fueses un ladron…—continuó Holk—. Ve al segundo piso y descansa. Aquí estarás a salvo.
Subió con pesadez, encontrando la sala llena de camas. Reconoció a algunos de los huérfanos que su padre solía cuidar, pero ellos no parecían reconocerlo. Al no encontrar su cama, eligió una vacía y se recostó. Cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas despertar de esa pesadilla.
Las horas pasaban y Liam no podía dormir. A pesar del cansancio que sentía, la inquietud seguía clavada en su pecho como una espina. El miedo, el rechazo y la confusión que había vivido ese día se mezclaban en su mente, manteniéndolo despierto. Fue entonces cuando escuchó un leve crujido en el piso de madera, un sonido que rompió el silencio de la noche.
Se sentó lentamente en su cama, alerta. Entre la penumbra distinguió una figura que se movía con cautela. Era un niño, pero no uno común. Este tenía orejas puntiagudas, un hocico leve y una cola que se agitaba con movimientos nerviosos. Era un semihumano, mitad perro y mitad humano.
—Qué sitio tan cutre —murmuró el extraño, con una mueca de desdén.
Se acercó a las velas que iluminaban tenuemente la habitación, las tomó con rapidez y las guardó bajo su ropa.
—No hay nada en este lugar… Muy bien, me llevaré las velas —dijo para sí mismo, con una sonrisa ladina.
Liam lo observó en silencio, con el corazón acelerado. "Es un ladrón", pensó. Antes de que el niño perro pudiera salir de la habitación, Liam se levantó y le bloqueó el paso.
—Detente... deja las velas en donde estaban —dijo, tratando de sonar firme aunque su voz temblaba ligeramente.
El niño perro lo miró con sorpresa, pero pronto su expresión cambió a una sonrisa descarada.
—Oh... hola —susurró, inclinándose un poco hacia Liam—. No vayas a decir nada. Tú eres como yo, ¿verdad?
—Te equivocas —respondió Liam, frunciendo el ceño—. Yo no robo...
Antes de que pudiera continuar, el niño perro le tapó la boca con una mano.
—Shhh, vas a despertar a todos si haces tanto ruido —dijo, mirándolo fijamente.
Liam forcejeó, intentando quitarse la mano de encima, pero el niño perro era sorprendentemente fuerte para su tamaño.
—Conozco a niños como tú —continuó el semihumano, manteniendo su voz en un susurro—. Hacen como si fueran pobres, entran en las iglesias y roban lo que haya. Querías hacer eso, ¿verdad? Pero esta vez me adelanté y robé primero.
Liam lo miró con frustración, aun tratando de soltarse, pero finalmente dejó de resistirse.
—Pensamos lo mismo —prosiguió el niño perro, con una sonrisa confiada—. ¿Quieres robar conmigo? Aunque, la verdad, en este pueblo no hay mucho que llevarse. Tengo una idea: deberíamos irnos a una ciudad más grande.
Notó la mirada de desprecio en los ojos de Liam y suspiró, retirando su mano de su boca.
—Parece que no te gusta la idea... Bueno, voy a marcharme. ¿Piensas quedarte aquí?
—¡Claro que sí! Este es mi hogar, y no robaría contigo. ¡Robar está muy mal!
El niño perro se cruzó de brazos, arqueando una ceja con incredulidad.
—¿Piensas que robar está mal? Bueno, sí... pero hay veces en las que no nos queda otra opción. Tenemos que hacerlo para ganarnos la vida. Dios nos perdonará un pequeño pecado.
Liam lo miró con seriedad, pero no dijo nada.
—Si no quieres venir, no insistiré. Puedes quedarte aquí y seguir... —se burló, alzando las manos como si rezar — ...rezando a Dios. Nos vemos.
Sin más, el niño perro dio media vuelta y salió de la habitación, dejando a Liam con un cúmulo de pensamientos contradictorios.
Liam se acostó de nuevo, mirando el techo y tratando de ignorar el eco de las palabras del niño perro. Pero no podía. Todo lo que había pasado ese día lo atormentaba: nadie lo reconocía, lo trataban como a un extraño e incluso lo llamaban ladrón. ¿De qué servía quedarse en un lugar donde no tenía cabida? Quizás aquel chico tenía razón; tal vez era hora de buscar un nuevo comienzo en otro lugar.
Con esa idea fija en su mente, se levantó en silencio. Avanzó con pasos ligeros hacia la puerta de la iglesia, donde el Padre Holk estaba sentado, con la cabeza inclinada y murmurando oraciones en un sueño profundo. No quiso despertarlo. Se detuvo un instante a mirarlo, luego salió sin hacer ruido.
Afuera, la figura del niño perro lo esperaba recostado contra la pared de la iglesia, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¡Ja! Me lo esperaba —dijo, alzando las orejas con interés—. No quieres vivir en este pueblocho, ¿verdad?
Liam no respondió de inmediato, pero su silencio fue suficiente.
—Parece que los chicos malos no pintamos nada bien aquí, ¿cierto? —añadió Hiro, entrecerrando los ojos con una mirada burlona.
—Tienes algo de razón... —dijo Liam tras un suspiro—. Iré contigo.
El niño perro abrió los ojos como platos y luego sonrió ampliamente, mostrando sus dientes afilados.
—¿En serio? ¡Entonces vámonos!
Ambos comenzaron a caminar en dirección al sur, hacia la salida del pueblo. El frío de la noche los rodeaba, y el silencio en las calles les daba una sensación de clandestinidad, como si fueran los únicos seres despiertos en aquel momento. Las casas permanecían oscuras, con sus habitantes profundamente dormidos.
—Por cierto, me llamo Hiro. ¿Tú cómo te llamas? —preguntó el niño perro, rompiendo el silencio con su tono juguetón.
—Liam... —respondió, mirando al frente.
—¡Oh! Tu nombre es bonito, pero el mío lo es más —dijo Hiro con una risa.
Liam sonrió levemente ante su descaro.
—¿Y qué te gusta hacer, Liam? Aparte de mirar al techo de noche, claro.
—Me gusta el pan de leche... —respondió después de pensarlo un momento—. Es mi favorito. Lo puedo comer todos los días.
—¿Pan de leche? —Hiro arrugó la nariz como si estuviera confundido—. Eso suena aburrido.
—¿Y a ti qué te gusta?
—¡Carne! Carne jugosa y bien hecha. Aunque, bueno... —se encogió de hombros—. A veces no hay para elegir, así que como lo que sea. También me gusta jugar en el pasto, molestar a los semi-gatos y... ¡aullar en las noches!
Liam levantó una ceja.
—¿Molestar a los semi-gatos? ¿Por qué harías eso?
—Porque se enojan fácil —respondió Hiro con una risita—. Saltan, bufan y hacen esos ruidos raros. Es muy divertido.
Liam negó con la cabeza, pero no pudo evitar reírse un poco.
—¿Y tú? ¿Qué hacías aquí, en este pueblo aburrido? —preguntó Hiro, moviendo la cola con curiosidad.
—Vivía con mi familia en la iglesia... —respondió Liam, pero su voz bajó al mencionar "familia".
—¿Familia, eh? —Hiro inclinó la cabeza, notando el cambio en su tono—. Bueno, ahora tienes a alguien más.
—¿Quién?
—¡A mí, claro! —exclamó Hiro, inflando el pecho como si fuera algo obvio.
Liam no dijo nada, pero no pudo evitar sonreír.
Llegaron a la entrada del pueblo. El aire se sentía más frío allí, como si la nostalgia y la tristeza se mezclaran con el viento. Liam se detuvo y miró hacia atrás. Observó las casas, las calles y el campanario de la iglesia, los lugares donde había crecido, jugado y compartido momentos con su familia. HearthTown, su hogar, parecía tan diferente ahora, tan distante.
Hiro notó su pausa y lo miró con un gesto comprensivo.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó, por primera vez con seriedad.
Liam asintió lentamente.
—No tengo otra opción.
Con esas palabras, ambos cruzaron la entrada del pueblo, dejando atrás el lugar que alguna vez había sido su mundo entero.
El par de niños avanzaba entre la noche fría, atravesando una extensa llanura verde adornada con colinas suaves. Aunque era de noche, la vista era impresionante. Las estrellas brillaban con fuerza en el cielo despejado, y la luna llena iluminaba el paisaje como si fuera de día. Hiro era increíblemente divertido y no dejaba de contar historias y hacer comentarios ingeniosos, arrancándole risas a Liam a cada momento.
De repente, Hiro se detuvo en seco, levantando la nariz y olfateando el aire.
—¡Va a llover! —anunció, moviendo las orejas y mirando alrededor con urgencia.
—¿Llover? —preguntó Liam, mirando hacia el cielo—. Pero si no hay ni una nube...
—¿Qué no ves? ¡Soy un perro! ¡Sé estas cosas! —respondió Hiro, inflando el pecho con orgullo—. No tenemos mucho tiempo. Si nos mojamos, te vas a enfermar y luego tendré que cargarte. ¡Vamos, corre!
Ambos comenzaron a correr sin rumbo fijo mientras las primeras gotas empezaban a caer. En cuestión de minutos, la llovizna se transformó en una lluvia constante.
—¡Allí! —gritó Hiro, señalando hacia una cueva oscura en la distancia—. ¡Rápido, antes de que sea peor!
Corrieron hacia la cueva, entrando justo cuando la tormenta se intensificaba. Los relámpagos iluminaban el cielo, seguidos de estruendosos truenos que hacían eco en la llanura. Una vez dentro, ambos se dejaron caer al suelo, empapados pero aliviados.
—Uf... lo logramos —dijo Hiro, sacudiendo el agua de su cabello y orejas—. Pero... —miró hacia la entrada de la cueva, donde todo estaba en penumbras—. Hey... está muy oscuro aquí...
Hiro comenzó a rebuscar en sus bolsillos y sacó las velas que había robado.
—¡Usaremos las velas que robé! —anunció con una sonrisa triunfal mientras sacaba también un pedernal.
Liam arqueó una ceja al ver el pedernal.
—¿Y eso?
—Lo robé hace unos días de un panadero —respondió Hiro con total descaro, frotando el pedernal contra una piedra hasta encender una de las velas—. ¡Listo! Ahora que hay luz, ¿qué hacemos?
—Esperar a que la lluvia pare para poder avanzar —dijo Liam con tranquilidad.
Hiro dejó escapar un suspiro, claramente decepcionado.
—Oh... está bien, supongo...
Unos minutos después, el estómago de Liam rugió con fuerza, rompiendo el silencio de la cueva. Hiro soltó una carcajada.
—¡Ja! ¿Qué fue eso? ¿Un trueno dentro de ti?
Liam se cruzó de brazos, pero antes de responder, el estómago de Hiro hizo lo mismo, provocando que se callara de inmediato. Ahora era Liam quien se reía.
—Parece que tú también tienes hambre —dijo Liam con una sonrisa.
—Bah, fue pura coincidencia... no tengo hambre en absoluto —respondió Hiro, fingiendo indiferencia, aunque el sonido de su estómago lo delataba.
Liam rebuscó entre sus cosas y sacó dos panes: uno de carne y otro de leche. Le ofreció el pan de carne a Hiro.
—Toma, come esto.
Hiro aceptó el pan con entusiasmo, dándole un gran mordisco.
—¡Mmm! ¡Esto es genial!
—También tengo pan de leche. ¿Quieres probarlo?
Hiro arrugó la nariz.
—¿Pan de leche? ¿Eso qué tiene de especial?
—Solo pruébalo. Es mi favorito.
Con desgana, Hiro tomó un trozo pequeño del pan de leche y lo probó. Sus ojos se abrieron como platos, claramente impresionado por el sabor.
—¿Qué tal? —preguntó Liam con una sonrisa satisfecha.
—Eh... no está mal —dijo Hiro, intentando disimular—. Pero prefiero la carne.
—Claro que sí... —respondió Liam, riéndose.
Ambos siguieron comiendo y charlando, intercambiando historias y riéndose entre ellos. Sin embargo, un sonido fuerte interrumpió su conversación. Algo cayó en el fondo de la cueva, seguido por un eco que reverberó por las paredes.
—¿Qué fue eso? —preguntó Liam, mirando hacia la oscuridad.
Hiro, con las orejas levantadas, mostró una sonrisa emocionada.
—¡Vamos a ver!
—¿Estás loco? ¿Y si es algo peligroso?
—¿Dijiste peligroso? ¡Eso suena emocionante! Además, ¿qué más podemos hacer? ¿Quedarnos aquí a escuchar cómo cruje tu estómago?
Liam suspiró, pero finalmente asintió.
—Está bien, vamos. Pero con cuidado.
Hiro tomó una de las velas y avanzó con entusiasmo, mientras Liam lo seguía a regañadientes, iluminando el sinuoso camino hacia lo desconocido.
De repente, un sonido extraño rompió el silencio de la cueva. Algo se arrastraba, emitiendo un ruido débil pero inquietante, como si garras rasparan la roca húmeda.
—¿Qué fue eso? —preguntó Liam, deteniéndose en seco.
Hiro se giró hacia él con una sonrisa nerviosa. —Seguramente un animal pequeño... ¿Un lagarto gigante, tal vez? —intentó bromear, aunque su voz temblaba ligeramente.
El sonido volvió a escucharse, esta vez más fuerte. Una sombra se movió al fondo del túnel, deslizándose entre las paredes irregulares de la cueva.
Liam miró a Hiro y notó que su cola peluda temblaba ligeramente. —¿No que no tenías miedo? —lo retó con una media sonrisa, tratando de calmarse a sí mismo.
—¡Miedo yo? ¡Claro que no! —Hiro bufó, inflando el pecho—. Vamos, no seas gallina.
Ambos siguieron avanzando, aunque Hiro intentaba disimular el sudor frío que corría por su frente. Poco a poco, la oscuridad parecía volverse más pesada, el aire más denso, y el eco de sus pasos resonaba como tambores en la inmensidad de la cueva.
Liam se detuvo de repente, un escalofrío recorriendo su espalda. —Espera... —dijo en voz baja—. Algo anda mal.
Hiro no notó que Liam se había quedado atrás y siguió avanzando con determinación, o más bien con un exceso de confianza forzada.
—¡Hiro, espera! —le gritó Liam—. No creo que sea buena idea seguir avanzando.
—¡Por favor! Yo soy el valiente aquí —respondió Hiro con una risa nerviosa, ignorando la advertencia.
Pero entonces, Hiro sintió algo cálido y húmedo rozando la parte trasera de su cabeza. Era como un aliento denso que erizó cada pelo de su cuerpo. Lentamente levantó la mirada, y la tenue luz de la vela reveló una monstruosa figura.
La criatura era gigantesca, con una piel púrpura rugosa y dura como la roca. Su cuerpo se alzaba sobre múltiples patas afiladas, y de su espalda emergían protuberancias similares a espinas que brillaban en la penumbra. Una fila de colmillos enormes y amarillentos sobresalía de su mandíbula, y su cola, larga y amenazante, terminaba en un aguijón similar al de un escorpión. Lo más perturbador eran sus ojos: un grupo desordenado de esferas brillantes que parecían moverse de forma independiente, observando a Hiro desde todos los ángulos.
Hiro se quedó paralizado, su piel perdiendo todo color. —N-no puede ser... —murmuró, incapaz de moverse.
El monstruo soltó un rugido que hizo vibrar las paredes de la cueva, y antes de que Hiro pudiera reaccionar, la cola del ser se movió con rapidez, golpeándolo y lanzándolo contra una de las paredes. Hiro cayó al suelo, inconsciente.
—¡Hiro! —gritó Liam, horrorizado.
Aunque el miedo lo invadía, Liam reunió todo su valor y corrió hacia Hiro para intentar ayudarlo. Pero antes de que pudiera llegar, la criatura se giró hacia él, observándolo con todos sus ojos.
—¿Eres tú... el elegido? —gruñó el monstruo con una voz profunda y resonante que llenó la cueva.
Liam intentó responder, pero el miedo lo paralizaba. Solo logró balbucear incoherencias.
—¿Eres el chico destinado para la misión? —insistió el monstruo, avanzando hacia él con sus patas que resonaban como martillazos contra la piedra.
—Y-yo... no sé de qué hablas... —logró murmurar Liam, retrocediendo un paso.
—¡Demuéstramelo! —rugió la criatura, golpeando el suelo con su cola, causando un pequeño temblor.
Desesperado, Liam intentó correr hacia Hiro para cargarlo y huir juntos, pero antes de que pudiera tocarlo, una de las enormes tenazas del monstruo lo golpeó con fuerza, lanzándolo al suelo. Su visión se nubló, y todo se volvió oscuro.
El monstruo se inclinó sobre Liam, su aliento pesado inundando el aire.
—Adelante, Liam... —dijo, su voz retumbando como un trueno—. Dejaré que abras la puerta, niño destinado... Y así, conocerás a Dios.
La cueva quedó en silencio, excepto por el sonido del monstruo respirando, mientras Liam y Hiro yacían inconscientes en el frío suelo rocoso…