—Punto de vista de Aleph Arknite—
Iba de camino al palacio de los grandes, la sede y punto central de nuestra facción, los maestros-portadores. El transporte era lento, pero no era importante, no tengo nada que hacer ahora mismo.
Le había mentido a la familia Drakewill para poder realizar una investigación por mi cuenta.
—Ese niño... Kael, ¿qué clase de ser humano es para no tener un "mundo" que explorar?
—Disculpe, ¿dijo algo?
Parece que pensé en voz alta.
—No es nada.
—Muy bien... Disculpe, pero ¿puedo hacerle una pregunta?
—Claro, adelante.
—¿Es usted el maestro Aleph, de la famosa familia de maestros-portadores Arknite?
Parece que el apellido de mi familia me sigue a todas partes, a pesar de que yo los dejé atrás ya hace unos cuantos años.
—Así es, ¿pasa algo con ello?
—No, para nada. Es solo que un miembro de su familia salvó a mi hijo y esposa en el pasado. Quería saber, por curiosidad, si es que usted la conocía.
No conocí a muchos, ya que la verdad no me interesaban. Eran egocéntricos, avariciosos y altaneros, aunque no lo demostraban. El estatus y poder que tenían era más importante que cualquier otra cosa. Si la verdad se supiera, todo su control se caería a pedazos y regresarían a lo que eran antes: campesinos. Pero eso no viene al caso ahora mismo, seguiré la conversación normalmente.
—Hace tiempo que no los veo por mi trabajo y otros asuntos, pero tal vez si me dices su nombre pueda recordarlo. Por cómo te referiste, parece ser una mujer.
—Ah, por supuesto. Su nombre era Gabriela, no conocía su edad en ese entonces, pero parecía bastante joven. Por cierto, este suceso pasó hace 25 años, cuando la guerra interespecie estaba aún en uno de los momentos más difíciles.
Al oír el nombre “Gabriela”, mi corazón dio un vuelco. Una ola de emociones surgió en mí, el enojo y la tristeza eran las más predominantes.
Gabriela era el nombre de mi madre.
Intenté recuperar la postura y contestar de la forma más adecuada posible. Es un alivio que el conductor no pueda verme.
¿Cómo luzco ahora mismo? ¿Qué clase de cara tengo?
—Claro que la conozco... Ella era mi madre.
—¡Wow! ¿En serio? Pues es un honor conocer al hijo de la persona que salvó la vida de mi familia. ¿Cómo está ella? ¿Podrías enviarle mis saludos, si no es una molestia, por supuesto?
—Gracias, en verdad lo aprecio... pero ella murió. En la guerra, para ser preciso.
—Oh... Vaya, lo siento. Eso fue insensible. Si no hubiera dicho nada... En verdad lo siento, no sabía.
—Está bien, gracias.
El resto del camino fue un poco incómodo después de esa conversación. Pero yo solo estaba furioso. Mi madre murió en la guerra, eso es cierto, pero todo fue por culpa de mi tío, Tristan Arknite.
Él sabía que mi madre no tenía un lazo ofensivo, y aun así movió los hilos para que mi abuelo la mandara al campo de batalla. Su propio padre mandó a su hija a la muerte. ¿Y todo por qué? Tristan quería ser el siguiente cabeza de la familia, pero todo apuntaba a que mi madre lo sería. No solo consiguió más hazañas y reconocimientos que mi tío, ella además era bastante querida en la familia. Y según la tradición, el puesto de cabeza se pasa a los hijos. Eso significaba que, cuando mi madre ya no estuviera, el siguiente sería yo. Pero desde un inicio, Tristan nos odiaba a mí y a mi madre. Desconozco cuál era la razón. Mi madre siempre me decía que no era nada importante, que no debía preocuparme. Pero eso... ¿hasta dónde nos llevó? Yo abandoné la familia y ella falleció. Y no como esperábamos, sino que en el desolado y despiadado campo de guerra. Ella odiaba eso más que nada.
Era innecesario que enfrentáramos a las criaturas que nos prestaron su sabiduría y poder.
Usamos su propia fuerza contra ellos.
Mi madre fue herida gravemente al pelear contra un lobo acorazado. Estas bestias tienen una conexión especial con el metal y otros minerales, lo que les permite crear una especie de armadura alrededor de ellos, algunas veces tan fuerte como el titanio. Ella, al no poseer suficiente fuerza física ni un lazo que aumentara esta, no pudo hacer nada contra el lobo. La bestia desgarro con sus garras su estómago, pero no la devoró. El lobo simplemente se fue.
Al final, fue uno de los soldados del pelotón de mi tío quien la encontró. La llevó con un médico, pero ya era tarde. La herida era bastante profunda y había perdido demasiada sangre. Cuando la noticia llegó a oídos de mi abuelo, él se quebró.
Y yo... estaba en casa, esperando por su llegada, con esa gran sonrisa en el rostro y su cabello rojo como el fuego, toda desaliñada y despeinada, pero siempre feliz.
Cuando me enteré de que murió, no pude creerlo. Quería pensar que era mentira o una clase de broma muy pesada, pero la realidad era otra. Varias veces intenté escapar de la mansión Arknite, que fue donde llegué a parar después de que ella se fue. Quería ir a buscarla, a su restaurante favorito, al parque al que siempre me llevaba... al campo de batalla donde sabía que había muerto. Pero no quería aceptarlo.
Su funeral fue como el de cualquier otro miembro de la familia, a pesar de que ella había sido mejor que cualquiera de ellos. ¿Acaso no merecía algo más grande? ¿Algo mejor?
Eso me hizo enojar tanto que apenas terminó, me fui de ahí. Me encerré en mi habitación. No quería hablar ni ver a nadie.
Fue un par de días después que me encontraba caminando hacia mi habitación cuando escuché a mi abuelo hablar con alguien. Su tono era fuerte y alto. Eso picó un poco mi curiosidad, así que me asomé por la puerta de su habitación sin que se diera cuenta... o eso esperaba. Al mirar dentro, ahí estaba él, Tristan. No pude escuchar mucho y al parecer la conversación ya casi había terminado. Se levantaron de sus sillas alrededor de una pequeña mesa y se dieron un abrazo. El abuelo parecía débil, vulnerable. Al contrario, Tristan parecía indiferente, como si lo que había pasado hubiera sido algo sin importancia. Eso me enfureció. Quise entrar, pero me contuve.
Mi madre me había dicho que el enojo es la peor forma de desahogo. Antes de que Tristan saliera de la habitación, me alejé y me escondí. La puerta se abrió, pero nadie salió. Un momento después, solo escuché a Tristan decir:
—No te decepcionaré, padre. Como el siguiente cabeza de familia, no dejaré que algo como esto vuelva a pasar. Te lo prometo. Descansa. Hasta mañana.
Así que era por eso. Fue lo que pensé en ese momento. Su propia familia la asesinó. Además, no fue coincidencia que uno de sus soldados la encontrara. ¿Acaso todo estaba planeado desde el principio? ¿Por qué tuvo que ser ella?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
—¡Maestro!...
¿Acaso había hecho algo que no les gustó? ¿O fue simplemente por capricho? ¿De quién? ¿El abuelo? ¿Tristan? No... Eso no puede ser así...
—¡Maestro Aleph!
La voz del conductor me sacó de mis pensamientos. Volví a la realidad.
—Lo siento. Parece que estoy más cansado de lo que pensaba y me quedé dormido un rato.
—No se preocupe, maestro. Ya hemos llegado al palacio.
Me levanté del asiento y salí del carruaje.
—Muchas gracias, Edison. Ten.
Le di un pequeño saco de monedas de plata.
—No es necesario, maestro Aleph. Con solo traerlo ya me siento satisfecho.
—No podría dormir cómodo sabiendo que no aceptaste mi regalo.
—Está bien, muchas gracias, maestro. ¡Se lo regresaré algún día!
—No es necesario, gracias.
—¡Hasta luego, maestro!
—Aahh...
Solté un suspiro largo. Ahora era momento de informar sobre todo lo que pasó este día.
Me apreté la cabeza con ambas manos hasta que me dolió un poco.
Nunca había conocido un niño como el. ¿Que será de este Kael en el futuro?
Eso como maestro me emociona... pero también me hace dudar de unas cuantas cosas.
Talvez deba preguntárselo directamente a el... si, talvez sea lo mejor.
—Bien... vamos con el alto maestro.