"Está bien", asintió la señora Xi con la cabeza. "Vamos a sentarnos un rato, Vivianna", le dijo a su hija.
"De acuerdo, mamá", contestó Vivianna, tomándola de la mano.
Al ver que madre e hija entraron, el rostro de Xymeria se ensombreció. Miró a la gerente con frialdad. "¿Por qué solo las atiendes bien a ellas? ¿Acaso no soy una cliente de honor de esta tienda?"
"Lo siento, señora. Pero tenemos identidades diferentes, por lo que necesitamos tratos diferentes", le respondió la gerente con ingenio.
"¿Qué diferencia hay? ¿Acaso no es mi clase social lo suficientemente buena? No es un problema para mí pedirle a mi hijo que abra cien tiendas iguales a esta", respondió ella, jactándose de su riqueza.
A la gerente le ganó la risa. "Sí, la familia Lambert es una familia millonaria de primera clase".
"Entonces deberías saberlo bien. Saca a esas dos mujeres de tu oficina y échalas", ordenó Xymeria, enojada al ver que se había comportado de manera muy respetuosa con aquellas dos.