Al escuchar aquello, el pánico se apoderó de Brock. En todos sus años de vida, jamás se había sentido tan cerca de la muerte. Sin embargo, ahora le parecía que el dios de la muerte lo estaba saludando. Reaccionando con gran rapidez ante el peligro al que se enfrentaba, no vaciló en correr hacia las pequeñas habitaciones situadas a ambos lados, con la intención de tomar rehenes, ya fuera la pareja de esposos o Ángeles.
Sin embargo, en el mismo instante en que empezaba a correr, recibió disparos en ambas piernas. Herido, no pudo mantener el equilibrio y cayó de rodillas. Sus subordinados también se disponían a huir, pero, al ver al menos una docena de puntos rojos de los láseres en sus cuerpos, optaron por permanecer inmóviles; no querían que aquellas armas de fuego les causaran heridas mortales.
Al fin y al cabo, el instinto de supervivencia de todos ellos era muy fuerte. Una grave voz masculina advirtió en tono de enfado: "Bajen las armas".