Capítulo 3 Emociones diversas y el principio de algo bonito

Finalmente salí de la prepa. El sol pega fuerte y siento el uniforme pegado a la piel, como si también él estuviera cansado. Camino directo a casa desde el coche de mi padre, desde aqui ya siento que algo anda mal. Tengo que prepararme para ir al centro cultural, así que me meto a bañar sin pensarlo dos veces. Abro la regadera y el agua cae helada, recorriendo mi espalda como si intentara despertarme... o congelarme por dentro.

Mi cuerpo finalmente entra en crisis.

No sé si fue el calor, el estrés, o simplemente yo misma, pero de pronto todo se siente demasiado. El pecho me arde, respiro mal, como si el aire se negara a entrar por completo. Jadeo. Me apoyo en la pared fría del baño, intentando recuperar el control.

Trato de calmarme. Va a pasar, siempre pasa, me repito. Es solo otro ataque de ansiedad. Ya conozco este monstruo invisible. No me va a ganar. Pero aun así... duele. Duele mucho.

Cierro los ojos mientras el agua sigue cayendo. A veces me pregunto si alguien más siente esto, este peso absurdo en el pecho, este miedo sin forma que aparece sin razón. No tengo idea de por qué me pasa hoy. No pasó nada "grave". Nadie gritó, no reprobé ningún examen o me hicieron algún mal comentario que pudo haber desatado esto. Solo... estoy saturada.

Es como si mi mente decidiera que ya fue suficiente, que hoy no quiere seguir funcionando. Y yo, mientras tanto, solo intento aparentar que todo está bien. Como siempre.

Afuera todos me ven normal. Sonrío, hablo, hago bromas. Pero por dentro me estoy desmoronando poquito a poco. No quiero que nadie lo sepa. No quiero ser "la que está mal". Ya bastante tengo conmigo misma.

Respiro profundo. Una, dos, tres veces.

sigo el ritmo, me distraigo pensando en otras cosas...

No quiero dejar de ir al centro, tengo que poder hacer mi vida normal, es lo que se espera de mí y aparte me hace bien, me distrae. Me gusta estar ahí. Me gusta ver a los niños, las risas, el desorden bonito que hay en el salón. Y... verlo a él. Aiden.

siento como poco a poco mi respiración se va calmando, trato de seguir distrayéndome porque si no ese monstruo volverá

sigo respirando hasta que pasa por completo...

Me baño normal, aunque aún siento algo de miedo. finalmente cierro la regadera y me envuelvo en la toalla como si fuera una armadura que pudiera protegerme. El vapor empaña el espejo, pero paso la mano por el centro para verme. Me quedo ahí, frente a mí misma.

Mis ojos están rojos por haber llorado. La expresión de mi cara, manchada por la mascara de falsa seguridad que me eh puesto y por todo lo que acaba de pasar. Me observo como si estuviera viendo a otra persona. Una versión de mí que intenta parecer fuerte... y a veces se lo cree.

—Estás bien, estas a salvo y estas protegida —murmuro, apenas audible para mi misma.

No lo estoy del todo, pero intento creerlo. Fingirlo un poco hasta que, con suerte, se vuelva verdad.

No sé cómo se ve la ansiedad desde afuera. No sé si alguien puede notarla cuando sonrío o hablo de cualquier tontería. Tal vez Aiden la notaría. Tal vez no. No quiero que me vea así... rota.

es una parte de mi tan intima que me da miedo mostrar a la ligera, nadie sabe que me pasa esto, ni mis padres, ni mis hermanos o amigos, solo quiero que los de más me vean luminosa, divertida, simpática, como esa chica que se ríe bajito cuando los niños hacen alguna locura.

me cepillo mi cabello castaño y empiezo a aplicarme mi crema para peinar, hago scrunch para ondularme mi cabello. Me gustaría ponerme algo cómodo, algo que no apriete, que no moleste, que me deje respirar.

busco la camisa del centro "crecer en arte y deporte" y omito el mandil por ahora, no quiero hacer nada que pueda cambiar mi estado de ánimo, nada que desencadene nuevamente un ataque

Hoy no tengo ganas de arreglarme mucho así que no me maquillo. Pero igual me echo un poco de perfume. No por él. Por mí. Para recordarme que sigo aquí. Que estoy luchando contra todo esto.

recuerdo la frase que cree con mi psicóloga actual, dice: cuídate para brillar. riégate para ser bella, ese poder será tu mayor grandeza y fortaleza.

Respiro una última vez frente al espejo y me sonrió un poco.

prendo el abanico de mi cuarto y me acuesto en mi cama, pongo una alarma 15 minutos antes de salir y me duermo unas horas, al despertar tengo un mejor animo que cuando llegué, pero aun sigo algo decaída. salgo de mi cuarto con mi chaleco de ayudante y mi gafete en mano

en la sala se encuentran mis padres y mi hermano Edwin viendo una serie de televisión de acción por lo cual se y espero que no me presten demasiada atención

—¿ya vas al cultural hija? —pregunta mi padre con su usual tono animado

—si, nos vemos al rato —les sonrió como siempre y salgo antes de que alguien pueda preguntar nada más

Llego al centro con unos minutos de anticipación. El aire es distinto aquí, como si el lugar respirara arte y movimiento, es un lugar lleno de energía. Camino por el pasillo y entro al salón. La maestra Isabel ya está ahí, organizando los pinceles en frascos reciclados, con su blusa llena de manchas de pintura y su corto cabello chino, desordenado como siempre.

—¡Ah, caray! Qué milagro que llegas temprano, mi niña —dice con una sonrisa burlona, sin dejar de acomodar pinceles.

—Jajaja, hoy me tocó ser responsable, profe... no se acostumbre —respondo fingiendo ligereza, aunque demostrando más de lo que me gustaría que hoy no estoy de humor, trato de cambiarlo enseguida cuando me lanza una mirada por encima de sus lentes, de esas que atraviesan.

—¿Estás bien? —pregunta bajito, con ese tono suave que solo usan las personas que han aprendido a leer entre líneas.

—Sí, todo bien. Solo vengo cansada de la prepa —miento.

Ella asiente, aunque no parece convencida. Me pasa una caja con crayones para acomodar y luego se sienta a mi lado con una pequeña exhalación, como si cargar con tanta sabiduría también pesara.

—Mira, hija, a veces una viene con la cabeza hecha un lío —dice sin mirarme, mientras organiza tijeras. —Pero luego ves cómo los niños se pelean por un plumón amarillo y... no sé. El mundo se siente menos complicado.

La miro. Isabel no pregunta más de lo necesario, pero su compañía se siente segura. No me exige, no me presiona. Solo está ahí.

—Gracias —le digo bajito, sin saber exactamente por qué.

Ella sonríe, esta vez sin bromas, y me da una palmadita en la pierna.

—Hoy toca taller de máscaras. Prepárate, porque los gremlins esos nos van a dejar la cara llena de diamantina... y el alma, si te dejas.

Y así, sin necesidad de explicar todo, me acomodo a su lado y empiezo a sacar los materiales. Por un momento, solo eso importa.

Estoy terminando de repartir las hojas de colores cuando escucho la puerta abrirse. Por alguna razon que no alcanzo a comprender no necesito voltear para saber quién es. Aiden siempre que sube entra igual: con paso firme pero tranquilo, como si el mundo no le apurara. Como si nada le pesara... aunque sé que no es así.

—¿Ya empezaron la diversión sin mí? —pregunta con su voz tranquila hacia la maestra Isabel

Volteo apenas, intentando disimular la sonrisa que se me escapa.

—Llegaste justo a tiempo para evitar una tragedia con el resistol —le digo, señalando a dos niños que ya estaban empezando a pegarse las manos.

Él suelta una risa leve, pero de verdad. Me gusta cuando ríe, aunque casi nunca lo hace tan libremente.

—Siempre salvando el día, Rossi —dice enfatizando mi apellido mientras se acerca a la mesa de materiales.

—Alguien tiene que hacerlo, Solís —le respondo, levantando una ceja.

Me pasa cerca y me roza el brazo sin querer. Bueno, tal vez no tan sin querer. O tal vez solo soy yo queriendo que no lo sea. Lo miro un segundo, y él me sostiene la mirada. Como si quisiéramos decir algo y no supiéramos por dónde empezar.

—¿Estás bien? —me pregunta bajito, casi como si no esperara respuesta.

No sé cómo es que todos notan mi cambio de actitud de hoy, pero por alguna razón me siento agradecida de no ser tan invisible como yo creía

Me quedo en silencio por un segundo. Sé que no tengo que mentirle, pero tampoco sé cómo contarle todo lo que pasó hace unas horas bajo la regadera.

por alguna razón siento que puedo ser sincera con él y me asusta, no lo conozco. No es normal esa sensación de familiaridad cada que estoy con el

—Estoy aquí, ¿no? —le respondo. No es una respuesta completa, pero tampoco es mentira.

Él asiente. Como si entendiera.

—Si necesitas desaparecer un rato, yo cubro a los monstruos —dice, señalando a los niños con la cabeza.

Y eso, ese gesto pequeño y simple, me reconforta más de lo que él imagina.

—Gracias —le digo bajito.

Y él solo me mira, con esa calma que a veces me hace sentir que no estoy tan rota como creo.

—debería bajar a la clase de taekwondo

—si —le respondo viéndolo, me parece curioso como de la noche a la mañana nos empezamos a hablar, pero por alguna razón algo dentro de mi siente paz en este momento

Aiden se va a apoyar al maestro Raúl como de costumbre y me quedo con el profe Caleb y la maestra Isabel, mi ánimo mejora notablemente con el paso de las horas hasta que por fin la ultimo hora llega a su fin

me despido de los niños a los que ya eh tomado lista y al terminar con todos me despido de los maestros de artes y voy a dirección a marcar mi salida para que me tomen en cuenta mis horas de servicio, me despido de la madre vero que es la actual madre superiora y de la madre que le toca estar en recepción

Mientras bajo las escaleras me encuentro a Alonso, un chico que fue auxiliar el año pasado con el cual ahora tengo muy buena relación, somos amigos algo cercanos. Es un gran chico y realmente me encanta hablar con él, empezamos a platicar por fuera de la cancha de futbol todavía dentro del cultural.

—¿y como estuvo tu día hoy, Adellai? —me pregunta interesado

—muy desastroso, la actividad de hoy trato de pegamento, tijeras y brillantina, puedes imaginar como quedo todo en el salón —digo en resumen del día de hoy

—gracias a dios nunca me pusieron de ayudante en artes, son los que más salen explotados por que ayudan a la maestra Isabel a decorar y hacer todo lo demás que hace, ¡¡¡ya que la pensionen!!! se lo tiene merecido

rio ante su comentario

—siempre estuviste en computación, ¿no?

—Así es —dice Alonso con una sonrisa orgullosa, cruzándose de brazos como si fuera un experto. —Yo puro aire acondicionado y sentadito en la compu, ni brillantina ni engrudos.

—¡Qué privilegiado! —respondo en broma. —Mientras tú estabas cómodo, yo acababa llena de pegamento en las manos y con papel picado hasta en las pestañas.

—Eso se llama arte, Adellai. O sufrimiento estético.

—Eso se llama tortura decorativa. —digo en tono de broma siguiéndole el juego

Nos reímos, y justo en ese momento una voz aparece de la nada, como si lo hubieran invocado con brillantina mágica:

—¿Y esa risa qué, Alonso? ¿Te estás volviendo comediante o qué? —dice Aiden, apareciendo detrás de nosotros. Trae esa sonrisa de siempre, pero sus ojos se clavan un poquito más de lo normal en Alonso

—Nomás platicando con la señorita artista —responde Alonso, relajado.

—¿Ah, sí? Qué interesante... —dice Aiden, forzando una sonrisa que yo, que ya lo estoy empezando a conocer mejor, detecto que tiene una dosis de "¿y qué haces tú aquí?".

¿eso fue una mirada celosa?

Totalmente. Nivel "te voy a decir 'bro' pero te quiero patear la entrepierna por hablarle a mi chica".

exacto conciencia, pero ni siquiera soy su chica, al menos no por ahora...

—¿Lista, Adellai? —me pregunta Aiden, dirigiéndose a mí.

—¿lista?, ¿para qué? —pregunto sorprendida

—¿te olvidaste? —pregunta algo desanimado

¡oh dios mío! se me olvido qué quedamos ayer en la quinta para salir hoy y conocernos más, no estoy maquillada ni arreglada...

con lo del ataque de ansiedad se me olvido completamente

—Sí —respondo, sintiéndome un poquito atrapada por haberlo olvidado y por la tensión que aún hay entre los dos. —¿Vamos?, ¿así? —pregunto señalándome a mí por estar desarreglada, definitivamente no es como me hubiera gustado que fuera nuestra primera salida

—a mi parecer siempre te vez bien, no necesitas maquillarte, te ves hermosa —dice y se sonroja un poco

por un momento se me ha olvidado completamente la existencia de alonso que todavía se encuentra a mi lado y entonces, el habla...

—¿A dónde van? —pregunta Alonso, animado.

—A la plaza —responde Aiden, antes de que yo diga algo.

—¡Ah, jalo! No tengo nada mejor que hacer, ¿me uno?

Aiden tarda medio segundo en contestar.

—Claro... entre más, mejor -dice, fingiendo entusiasmo como quien acepta que su perro se coma su torta.

esto va a estar bueno.

Sí conciencia, y tú elegiste el lugar en medio sin darte cuenta, felicidades.

Así que los tres empezamos a caminar juntos. Alonso va a mi izquierda, Aiden a la derecha, y yo en el medio como si estuviera en un triángulo amoroso sacado de una novela juvenil.

aunque sé que esto no es así, sé que a Alonso le gusta una amiga mía. hice de cupido para ellos varias veces, pero aún no se animan a confesarse el uno al otro, pero la atracción entre ambos es más que obvia

—¿Y tú qué haces los viernes por la tarde, Alonso? —pregunto, intentando suavizar el ambiente.

—Generalmente nada. Hoy me iba a ir directo a casa, pero encontrarte fue como un golpe de suerte.

—Ouch —dice Aiden en voz baja—. ¿Y yo qué soy, una decepción con patas?

—No seas dramático —responde entre risas—. Tú me debías los esquites, ni creas que estás aquí por carisma.

enterándote de cosas que no sabias...

—¡Eh! —protesta Aiden—. Mi carisma es de alto nivel, solo que a veces me distraen ciertos auxiliares con aires de poeta.

—¿Poeta yo? —responde Alonso, riéndose—. Mira, si quieren me subo a un banquito en la plaza y les declamo algo a ver si junto dinero de 5 en 5 pesitos para irme del país —dice dramático.

esta competencia pasivo-agresiva va subiendo de nivel.

Asi es conciencia, ¿Y si me hago la dormida?

Estás caminando, lo recuerdas. ¿no?.

¿Y si me desmayo?

No tan dramática, Shakespeare.

—¿Ya pensaron qué van a pedir? —pregunto, tratando de cambiar el tema. —Yo quiero un raspado grande —digo.

—Yo un elote, pero con queso extra —dice Alonso.

—Y yo quiero paz interior —murmura Aiden, y lo miro de reojo mientras me aguanto la risa.

Caminamos entre risas, comentarios medio celosos disfrazados de chistes y pensamientos que se me cruzan por la cabeza más rápido que los coches en la avenida. No tengo ni idea de qué está pasando entre Aiden y Alonso, pero sí sé una cosa: mi tarde acaba de volverse muy, pero muy interesante

nos vamos rumbo a la michoacana a comprar mi raspado y por ahí venden elotes para alonso, Aiden opta por un helado

caminamos de vuelta a la plaza que está frente a la fundación

Nos sentamos en una de las bancas del parque. El sol ya bajó un poco y corre ese airecito fresco que da justo cuando empieza a anochecer. Tengo mi raspado de mango con chilito, Alonso se está peleando con el queso de su elote, y Aiden se concentra demasiado en su helado... o en evitar mirar a Alonso, no estoy segura.

—¿Entonces ustedes ya salían antes? —pregunta Alonso, rompiendo el silencio.

—No —respondo rápido, quizá demasiado rápido. —Bueno... o sea, hoy es la primera vez que salimos fuera de la fundación.

—Pero ya nos conocíamos —añade Aiden, sin mirarlo. Le da una mordida a su helado con una intensidad que parece personal.

ese helado está pagando todos los platos rotos.

Y todavía no sabe que Aiden se lo va a acabar de tres mordidas por estrés.

—Qué bonito —dice Alonso, como si no hubiera notado el ambiente cargado. —Me gusta ver cuando dos personas se caen bien desde el principio. aun sin conocerse, es muy cliché.

—Sí, claro... solo falta que alguien deje de interrumpir siempre —dice Aiden, bajito.

—¿Dijiste algo? —le pregunto, aunque sé perfectamente qué dijo.

—Nada, nada... —responde él, mirando al cielo como si fuera un experto en ignorar indirectas.

Esto ya parece capítulo de telenovela, pero sin música de fondo dramática. Debería haber música. Tipo banda sonora de celos silenciosos.

—¿Y tú, Alonso? —pregunto, para que no se maten con la mirada—. ¿Qué ha pasado con Sofi?

Él se atraganta con el elote. Literal.

—¿Sofi? Nada... nada. ¿Por qué preguntas?

—Solo curiosidad. Como buena amiga y cupido frustrado que soy —digo sonriendo.

—¿Sofi? ¿Quién es Sofi? —interviene Aiden, que ahora sí parece muy interesado.

—Una amiga —respondo tranquila—. Una que le gusta a Alonso desde hace tiempo, pero él no se anima a confesarse, aunque es obvia la atracción mutua.

—¡Ey! —se queja Alonso—. Eso era información confidencial, Adellai.

—Tarde. Ya fue publicada, y sin derecho a réplica —le contesto burlona.

Aiden se ríe bajito, y por primera vez en toda la tarde, lo veo relajarse.

—Entonces sí podemos dejar de lado el triángulo amoroso —dice en tono teatral—. Gracias por el dato, Adi. Ya me puedo tomar mi helado en paz.

¿Eso fue un suspiro de alivio de su parte?

Sí. Nivel: "ya no quiero lanzarle mi cono a nadie".

Nos quedamos un rato más ahí, bromeando, comiendo, viendo pasar a la gente. Unos niños corren alrededor de la plaza, hay alguien vendiendo pulseras y una parejita discute bajito en la otra banca. Todo tiene ese aire de viernes tranquilo.

—Me gusta estar aquí —digo, casi sin pensarlo.

—A mí también —responde Aiden, mirándome. Esta vez sí me mira directo.

—Yo nomás vine por el elote —bromea Alonso, y todos soltamos la risa.

Y por un momento, ya no hay celos ni dudas ni competencia silenciosa. Solo tres personas comiendo en una plaza, justo cuando empieza a anochecer y todo se siente un poco más simple.

—¿Quieren que les cuente algo humillante y traumático a la vez? —pregunto, aún saboreando mi raspado.

—Sí —dicen los dos al mismo tiempo.

—Pues una vez, cuando tenía como nueve años, un perro me persiguió cuatro calles enteras. No era un chihuahua, ¿eh? ¡Era un rotweiller con problemas de actitud, lo juro!

mentirosa era una cruza de chihuahua grande

shhh, eso no tienen porque saberlo ellos...

—¡Nooo! —dice Alonso entre risas—. ¿Y qué hiciste?

—Corrí como alma que lleva el diablo. Terminé trepada a un árbol de este mismo parque. No sé cómo subí, solo sé que mi instinto de supervivencia activó habilidades de mono araña que ni sabía que tenía.

—¿Y el perro? —pregunta Aiden, medio riéndose.

—Se quedó abajo ladrando como quince minutos. Un señor que vivía por ahí lo agarró y lo metió a su patio. Yo bajé como veinte minutos después... con la dignidad por los suelos y ramitas en el cabello.

—Me estoy imaginando la escena y ya quiero que hagan la película —dice Alonso, carcajeándose.

—Título: Adellai vs. Perro Satánico —añade Aiden.

—Ey, tenía mirada de asesino ese perro. Yo sé lo que vi —digo, defendiéndome—. Aunque, bueno, no sería raro que me pasen cosas así. Con mi familia no existe lo normal.

Ambos se giran a mirarme.

—¿Cómo que con tu familia? —pregunta Alonso, curioso.

—Digamos que... mi familia es un poco paranormal.

—¿Tipo creen en fantasmas? —pregunta Aiden, frunciendo el ceño.

—Tipo que mi abuela dice que puede comunicarse con ellos. Mi tía lee el tarot y jura que sueña cosas que después pasan. Mi mamá ve señales "del universo" en todo... hasta en los comerciales de shampoo. Y yo... bueno, yo intento fingir que no creo en nada, pero hay cosas raras que me han pasado.

—Eso suena genial —dice Alonso, muy emocionado—. ¿Alguna vez viste algo de verdad raro?

—Una vez vi a mi prima hablar sola frente al espejo, como si alguien le respondiera. Y después dijo que "la señora del espejo" le avisó que iba a llover, y llovió. Ni una nube en la mañana, ¡y zas! Tormentón en la tarde. A veces siento que hay algo más... no sé explicarlo.

Alonso está encantado. Tiene esa cara de niño al que le están contando una historia de miedo antes de dormir.

Aiden, en cambio, ya no está tan sonriente.

—¿No te da miedo vivir con gente así? —pregunta, medio incómodo.

—La verdad, ya me acostumbré. Y tampoco es como que floten cosas en la casa ni nada... aunque una vez se cayó un florero sin razón, pero eso pudo ser el gato. Creo.

—Yo paso —dice Aiden, riendo nervioso—. Apenas puedo dormir si dejo la puerta del clóset abierta, imagínate con una tía que lee el tarot.

—¡Te juro que no son peligrosos! Bueno, solo en reuniones familiares —respondo entre risas.

—Yo quiero ir a una cena con tu familia, neta —dice Alonso—. Conozco a pura gente aburrida.

—Tú solo quieres que mi tía te lea las cartas y te diga si vas a terminar con Sofi —le digo, burlona.

—No lo niego —responde él, orgulloso.

Aiden no dice nada por un segundo, solo me mira y se ríe bajito.

—Bueno, si tu prima del espejo me avisa cuándo te vas a acordar de nuestras citas, le paso mi número —dice, picándome el brazo.

—¡Idiota! —le respondo entre risas.

Y así seguimos, entre bromas, historias paranormales, elote con queso y un raspado que ya se volvió puro juguito. La plaza ya se está llenando de luces, y aunque el tema fue medio raro, se siente bonito. Como una escena de esas que no parecen importantes, pero después recuerdas mucho.

Alonso se levanta de la banca de repente.

—Voy al baño, regreso en cinco —dice, señalando los baños del cultural que aun está abierto por la clase de 7 a 8, solo está abierto por la clase de futbol.

—Ve con cuidado, no te vayas a encontrar a la señora del espejo —le grito.

—¡Que me lea el futuro en los mosaicos del piso! —responde, agitando el elote como si fuera una antorcha mágica.

Lo vemos alejarse y, por primera vez en todo el día, Aiden y yo nos quedamos solos.

Silencio. Solo se escucha una canción viejita que suena en algún celular cercano y el ruidito de mi popote mientras intento sacar la última parte del raspado.

—Entonces... —dice Aiden al fin—. ¿Lo haces seguido?

—¿Qué?

—Eso de olvidarte de nuestras salidas —dice, medio sonriendo pero sin mirarme directo.

—No... no siempre -respondo bajito, sintiéndome culpable de nuevo—. Solo a veces... cuando mi cabeza se va a otros lados.

—¿Te pasa mucho?

Lo miro. Él está viendo sus manos, jugando con el papel del helado ya derretido.

—Sí —respondo sincera—. Pero no es por ti. Hoy en la mañana tuve un problema. —digo sin querer decir más de la cuenta. —digamos que me concentré tanto... que se me borró lo demás. Ni siquiera me arreglé. Ni pensé que iba a verte.

—¿Y ya estás mejor?

—Sí... o al menos estoy tratando —digo con una sonrisa medio triste—. Estar aquí me ayuda. Tú me ayudas.

Él levanta la mirada y se queda en silencio por un momento. Siento que quiere decir algo pero se lo guarda.

—¿Sabes? Cuando te vi hablando con Alonso... no voy a mentir, me puse celoso —confiesa de golpe.

—Ya me di cuenta —respondo entre risas.

—Es que no sé... tú me gustas, Adellai. Me gustas desde hace rato. Y no sé si a veces te intereso o si solo soy el chavo que se ríe contigo en la quinta.

Me sorprende lo directo que fue. Aiden siempre bromea, se burla, se esconde detrás del sarcasmo... pero ahora lo escucho hablar de verdad.

—No eres solo eso —le digo despacio—. También me gustas, Aiden. Solo que... soy un caos. Un desastre con patas. Y a veces ni yo me entiendo.

—Me gustan los desastres con patas —responde, sonriendo por fin—. Son más divertidos que la gente que siempre tiene todo bajo control.

Nos quedamos así, en silencio. Él me mira. Yo lo miro. Y no hace falta decir mucho más.

En ese momento, Alonso regresa trotando con su elote en alto como si fuera un trofeo.

—¡Sobreviví!

Nos reímos y el momento íntimo se rompe, pero queda flotando en el aire. Como un secreto compartido entre solo dos personas en medio de una plaza cualquiera.

—pero bueno. chicos, yo ya me tengo que ir, ya viene mi hermana por mí y llega en cualquier momento —dice y al tiempo se escucha el claxon de un carro

—hablando de ella ya llegó —dice riendo —nos vemos chicos, pásenselo bien

—adiós, Alonso, nos vemos después —digo sonriente y chocamos puños

en ese momento Alonso se despide de Aiden con un corto abrazo y le hace algún comentario que lo hace enrojecer

Aiden solis

Alonso se levanta de la banca sin avisar, como si le hubieran activado un resorte.

—Voy al baño, regreso en cinco —dice, señalando los baños del cultural, que milagrosamente siguen abiertos por la clase de fútbol.

Perfecto. Gracias, destino. Te la debo.

—Ve con cuidado, no te vayas a encontrar a la señora del espejo —le grita Adellai con esa sonrisa que me encanta.

—¡Que me lea el futuro en los mosaicos del piso! —responde él, agitando su elote como si fuera un bastón mágico.

Payaso. Siempre tiene que decir la última palabra.

Lo vemos alejarse y por fin, por primera vez en toda la tarde, nos quedamos solos. Ella y yo.

Silencio.

No es incómodo, pero tampoco sé qué hacer con él. Solo se escucha una canción viejita de algún celular cercano, y el ruidito de su popote. Y yo... empiezo a pensar demasiado. O sea, muchisimo.

Así que abro la boca.

—Entonces... ¿lo haces seguido?

Bien, Aiden. Súper romántico. Súper maduro. Casi pareces un adulto funcional.

—¿Qué?

—Eso de olvidarte de nuestras salidas -digo, sin atreverme a mirarla directamente. Porque si la miro, capaz me desarmo todo.

—No... no siempre —responde, bajito—. Solo a veces... cuando mi cabeza se va a otros lados.

Me clavo mirando el papel del helado, como si pudiera leer el futuro ahí. No sé por qué me siento así. Como si tuviera algo atravesado en el pecho que no puedo sacar.

—¿Te pasa mucho?

Ella me mira. Yo sigo viendo mis manos. Y entonces lo dice:

—Sí. Pero no es por ti. Hoy en la mañana tuve un problema.

No entra en detalles. No hace falta. Ya entendí. A veces la cabeza se vuelve un laberinto, y duele más de lo que la gente ve.

—¿Y ya estás mejor?

Quiero que lo esté. Pero también quiero que me diga la verdad.

—Sí... o al menos estoy tratando. Estar aquí me ayuda. Tú me ayudas.

Esa frase se me clava directo. Me agarra por dentro y me da vuelta.

Pienso en todo lo que he querido decirle desde hace tiempo, pero no me salía. Pero ahora... ahora se me sale.

—¿Sabes? Cuando te vi hablando con Alonso... no voy a mentir, me puse celoso.

Ahí está. Lo dije. Sin chistes. Sin escudos.

—Ya me di cuenta —responde riendo, y esa risa me salva del colapso.

—Es que no sé... tú me gustas, Adellai. Me gustas desde hace rato. Y no sé si a veces te intereso o si solo soy el chavo que se ríe contigo en la quinta.

Y ahí está el miedo. El verdadero. No los fantasmas ni las películas de terror. Sino el miedo a ser solo "el chavo simpático".

Pero entonces ella me mira y dice:

—No eres solo eso. También me gustas, Aiden. Solo que... soy un caos. Un desastre con patas. Y a veces ni yo me entiendo.

Mi corazón da vueltas como trompo. Y solo se me ocurre una cosa que decir:

—Me gustan los desastres con patas. Son más divertidos que la gente que siempre tiene todo bajo control.

Y es verdad. Me gusta su caos. Me gusta su forma rara de ver el mundo. Me gusta... ella.

Nos quedamos callados. Pero es un silencio lindo. Uno que vale la pena guardar en un frasquito.

Y justo cuando todo parecía perfecto... aparece Alonso, trotando como si hubiera corrido una maratón con su elote en alto.

—¡Sobreviví!

Rompemos a reír. Y sí, el momento se rompe. Pero algo queda flotando. Algo que solo ella y yo entendemos.

—Pero bueno, chicos, yo ya me tengo que ir. Ya viene mi hermana por mí y llega en cualquier momento —dice Alonso, justo cuando suena un claxon.

—Hablando de ella, ya llegó —añade, riendo—. Nos vemos chicos, pásenselo bien.

—Adiós, Alonso, nos vemos después —dice Adellai sonriente mientras chocan los puños con ese gesto tan de ellos, tan casual pero cercano.

Entonces Alonso se gira hacia mí y, para mi sorpresa, me da un abrazo rápido.

No es largo, ni incómodo, pero lo suficiente como para dejarme paralizado dos segundos. Antes de soltarme, se inclina apenas hacia mí y me susurra algo que me deja en pausa total:

—Ya no te pongas celoso de mí... me gusta otra chica. Y por cierto, con Adellai te está yendo bastante bien.

Y se va.

Así, como si no acabara de soltar una bomba con sonrisa de "yo solo digo la verdad".

Me quedo ahí, viendo cómo sube al coche de su hermana mientras mi cerebro trata de procesar lo que acaba de pasar. Siento el corazón haciendo maromas y una sonrisa se me escapa, aunque intente disimularla.

Sí. Me está yendo bien.

Y eso... se siente mejor de lo que esperaba

vamos hacia la esquina de la papelería para irnos cada quien, a nuestras casas, Adellai no sabe dónde vivo y aunque le dije que la llevaba a casa me dijo que no era necesario y me dijo donde vivía

Nos detenemos justo en la esquina. Se gira hacia mí, y antes de que diga algo, ya estoy abriendo los brazos. Ella se lanza sin dudarlo.

Un abrazo largo. De esos que no sabes cuánto duran, pero se sienten cortos.

Y ahí, con los ojos cerrados y su cabeza recargada un segundo en mi hombro, pienso: Lo lograste, idiota. Te declaraste. No te bloqueaste. No lo arruinaste.

Le gusto. Ella me lo dijo. Yo se lo dije. Y todo salió... bien.

La suelto con calma, pero despacio, como si el mundo se fuera a caer si la dejaba ir muy rápido.

—Manda mensaje cuando llegues, ¿sí? —le digo, no por protocolo, sino porque de verdad quiero saber que llegó bien.

—Sí, prometo no olvidarlo —responde con una pequeña risa.

La veo caminar un poco y girarse para hacerme una seña con la mano. Le devuelvo el gesto, y me quedo ahí parado, solo en la esquina, hasta que la pierdo de vista.

Suspiro. Sonrío.

Es muy especial... y no quiero perderla.

Voy a hacer lo que tenga que hacer. Ser mejor. Más valiente. Más directo. Más yo, pero con todo lo bueno que eso implica.

Porque sé que vale la pena. Porque sé que con ella, esto puede ser algo real. Y si todo sigue así... en unos meses, voy a poder decir con toda seguridad:

Adellai es mi novia.

Y eso... eso me hace sonreír como idiota toda la caminata de regreso.

[Mensaje de Adellai - 9:45 p.m.]

Ya llegué a casa. No me atropelló ningún fantasma ni perro suelto, todo bien 😌

Gracias por hoy, Aiden. En serio.

No sé si me expliqué bien allá en la plaza, pero... me gustas mucho. Aunque a veces diga cosas raras o me distraiga con mi propia mente, estoy muy feliz de que estés ahí.

Y sí... puede que sea un desastre con patas, pero ahora soy tu desastre con patas favorita, ¿no? 🤍

[Mensaje de Aiden - 9:48 p.m.]

Confirmadísimo.

Eres oficialmente mi desastre con patas favorita del mundo entero. 🌎✨

También gracias a ti, Adellai. Hoy fue... no sé, diferente. Bonito. Como una peli donde por fin todo sale bien (aunque haya brillantina de por medio)

[Mensaje de Adellai - 9:50 p.m.]

¿Y si mañana ya no me gusta tanto y solo fue el efecto del raspado y la luna llena? 🧐🌕

[Mensaje de Aiden - 9:52 p.m.]

entonces mañana me paso a tu casa por si hay luna llena 😏

No te vas a librar de mí tan fácil, Rossi 😏

[Mensaje de Adellai - 9:55 p.m.]

Jajaja suena a amenaza romántica.

Me agrada.

¿Te puedo confesar algo?

[Mensaje de Aiden - 9:56 p.m.]

Dime.

(Aunque si me dices que eres parte bruja y me lanzaste un hechizo, no me sorprende nada)

[Mensaje de Adellai - 9:58 p.m.]

No es tan raro, jaja.

Solo que... hace mucho que no me sentía tan tranquila con alguien.

Aunque mi mente sea un caos, tú me haces sentir calma.

Eso. Eso quería decirte

[Mensaje de Aiden - 10:00 p.m.]

Wow.

Nunca pensé que alguien diría algo así de mí.

nunca eh considerado que soy el que hace chistes cuando no sabe qué hacer con el silencio.

Pero contigo... quiero quedarme en el silencio. Porque ya no me da miedo.

Me gusta estar ahí, contigo

[Mensaje de Adellai - 10:03 p.m.]

Ya voy a llorar.

¿Cómo se supone que duerma después de eso?

[Mensaje de Aiden - 10:04 p.m.]

Duerme sabiendo que mañana también voy a estar ahí.

No como un comediante con sarcasmo...

Sino como alguien que de verdad quiere conocerte. Todo. Lo bueno, lo raro, lo fantasmal.

Buenas noches, Adellai. 💙

[Mensaje de Adellai - 10:06 p.m.]

Buenas noches, Aiden.

Ya me hiciste sentir menos sola en mi caos.

Y eso... ya vale más que cualquier hechizo. ✨

Cierro el chat y dejo el celular en el buró, pero no puedo dejar de mirar el techo. Ni de sonreír como idiota.

"Me gustas mucho."

Lo leyó en voz alta mi cabeza por cuarta vez.

Y lo dijo ella. La misma Adellai que a veces se pierde en sus pensamientos y otras veces lanza comentarios tan raros como geniales. La chica que me gusta desde hace semanas y que hoy, por fin, me miró como yo quería que me mirara.

Y yo no arruiné nada. No hice un chiste fuera de lugar, no me escondí tras una broma, no actué como si no me importara. Fui yo. Tal cual. Y ella... también.

Me dijo que se siente tranquila conmigo. Que la ayudo. Y eso... eso vale más que cualquier beso (aunque, ok, si llega uno, no me quejo).

Respiro hondo. Me siento raro. Feliz, pero no de esos felices que gritas o brincas. No. Feliz de los que se quedan en el pecho, tranquilos, como si algo dentro de ti hiciera por fin paz.

Pienso en lo que sigue.

En verla de nuevo. En seguir conociéndola.

En no fallar.

Porque , me gusta. Mucho.

Y esta vez... no voy a dejar que eso se quede solo en un "me gustas".

Apago la luz. Me acomodo. Cierro los ojos.

Y antes de dormirme, pienso una última cosa:

No sé qué hice para merecer esta oportunidad... pero no la voy a soltar.