Semanas después...
Mi vida cambió. No de golpe, no como en las películas donde todo estalla en fuegos artificiales, sino de forma suave, casi sin darme cuenta. fue algo tan natural a lo que me acoplé antes de darme cuenta, como cuando te metes a una alberca poco a poco y de pronto ya estás nadando sin pensar.
siempre con tus comparaciones extrañas
pues si no lo hiciera no sería yo, quien me quisiera oír sin mi distintivo
Ahora hablo con Aiden todos los días. Por mensaje, por llamadas nocturnas que empiezan con "¿ya cenaste?" y terminan en "bueno, ya duérmete tú primero" o un "cuelga tu" y termino colgando yo porque soy la que mas tiene fuerza de voluntad. Ya no es solo el chico que conocí en la quinta o el que me hacía reír en los pasillos del cultural. Es... más.
Descubrí que tiene 19 años y que ya está en la universidad. Estudia físico-matemáticas —sí, es que eso existe— y aunque al principio pensé que sonaba a castigo divino, ahora lo admiro un montón por eso. Le brillan los ojos cuando habla de ciencia, como si cada fórmula o experimento fuera magia real. A veces no entiendo ni la mitad de lo que me explica, pero me gusta escucharlo. Me gusta verlo tan apasionado, como si cada cosa que aprende lo hiciera más él.
También sé que su color favorito es el rojo, pero que cree que se le ve mejor el azul (yo opino que con negro se ve guapísimo, pero aún no se lo digo porque no quiero que se le suba el ego). Tiene todo su clóset lleno de ropa oscura porque suda mucho —según él, "la maldición del clima tropical"— y aunque es friolento, prefiere el frío mil veces antes que el calor. Según él, en el frío te abrigas. En el calor, solo sufres.
Le gusta mucho Twenty One Pilots y ama ver anime. Ahora mismo está viendo Bocchi the Rock, pero su top número uno es Dr. Stone, y no me sorprende: un anime sobre ciencia y supervivencia, cien por ciento su estilo. Me emociona cuando me cuenta qué capítulo va, aunque a veces yo solo finjo que entiendo los nombres raros.
También sé que le llama la atención la medicina, pero no podría estudiarla. Dice que es demasiado sensible del estómago y que no soportaría tener la vida de alguien en sus manos. Me pareció tierno, porque aunque se hace el fuerte, es más blando de lo que deja ver.
Le encantan los gatos, aunque no tiene ninguno. Dice que si algún día vive solo, lo primero que hará será adoptar uno. Ya hasta le tiene nombre pensado: "Euler", como el matemático. A veces siento que su mente es un caos muy ordenado, como una libreta de apuntes con dibujos de átomos, fórmulas y memes.
Y me ha hablado de sus amigos. De cómo lo han acompañado en momentos duros, de las tonterías que hacían en la secundaria, de las veces que lo ayudaron a levantarse cuando se sentía perdido. Me doy cuenta de que tiene una vida entera antes de mí, y eso me gusta. Me gusta saber que no estoy empezando desde cero, sino sumándome a su historia.
Y lo mejor es que... él también se está sumando a la mía
Hoy por fin, después de vernos a ratos, salir del cultural y quedarnos platicando en la plaza tendremos una salida formal, vamos a vernos como en una cita...
es decir no es por casualidad, no porque coincidimos en la plaza, ni porque pasó "de pura casualidad" por donde yo estaba. No. Hoy quedamos de vernos porque queremos vernos. Porque después de tantas llamadas, mensajes, memes compartidos y confesiones casi dormidos a la medianoche... ya era hora.
Estoy en mi cuarto, frente al espejo, otra vez con ese dilema existencial de qué ponerme. No quiero verme "muy arreglada" como para que parezca que me esfuerzo demasiado, pero tampoco quiero que piense que no me importó. O sea, ¿existe un punto medio entre "me gustas" y "me vestí así sin pensarlo"? Porque lo necesito.
Mi celular vibra.
[Mensaje de Aiden – 4:07 p.m.]
Ya voy saliendo.
¿Lista para otra tarde caótica?
Sonrío como boba al teléfono sin poder evitarlo, realmente estoy feliz con que salgamos hoy, me apresuro a responderle...
[Mensaje de Adellai – 4:08 p.m.]
Siempre.
Aunque esta vez no hay brillantina, lo juro.
Bueno... casi lo juro.
puede que si llegue a tener algo de brillantina en el pelo aun, ya que no se si me lo quite bien pero en general yo creo que sin brillantina de colores —le respondo por mensaje...
Finalmente salgo de mi casa, de fondo escucho a mi mamá decir que no regrese tan tarde, que no me vaya a olvidar del mundo por andar en las nubes. Y la verdad es que no prometo nada. Porque sí, con Aiden me siento así: un poquito flotando, un poquito fuera del mundo, pero extrañamente... segura.
Guardo el celular en la bolsa, agarro mis audífonos, y salgo por la puerta con esa sensación rara en el estómago que solo aparece cuando algo bueno está por pasar.
Hoy no hay confesiones por mensaje.
Hoy, nos vamos a mirar a los ojos.
Y eso, honestamente, me emociona más de lo que estoy dispuesta a admitir
Camino hacia el punto donde quedamos: la banca de siempre, en la plaza frente al cultural. Lo veo desde lejos. Está de pie, viendo su celular, con una de esas camisas oscuras que siempre usa y los audífonos colgando del cuello.
Sonrío. Porque, aunque lo haya visto mil veces, hoy se ve diferente. Hoy se siente diferente.
—Ey —digo cuando ya estoy a unos pasos.
Aiden levanta la vista en cuanto me acerco, y su sonrisa aparece como si fuera automática. Es esa sonrisa suya —la de siempre—, entre burlona y suave, como si cada vez que me ve le causara gracia... pero también alegría. Como si pensara: "ahí viene la chica que habla con fantasmas y se ríe sola... y qué bueno que viene".
—Mira quién llegó sin su traje de escarcha —dice, alzando una ceja con fingido asombro—. ¿Y la brillantina de gala? ¿Me vas a decir que hoy vienes modo civil?
Suelto una carcajada.
—Hoy decidí no hacer show —le respondo—. Estoy en descanso de mis efectos especiales.
—Una lástima. Me estaba empezando a encariñar con el caos multicolor.
—Bueno, si me invitas un esquite, prometo dejar un rastro de papel picado por donde camine.
—Trato hecho
—Igual brillas —dice, casi en automático, y luego desvía la mirada, como si se arrepintiera de haber sido tan cursi tan rápido.
—Uy, qué intenso —bromeo, empujándolo un poco con el hombro.
—¡No! Digo... o sea sí, pero... bueno, ya sabes —se rasca la nuca y suspira—. Ya empecé mal, ¿verdad?
—Para nada —respondo, y entonces él me mira. Y yo lo miro. Y por un segundo, el ruido de la plaza se apaga y todo se reduce a eso: dos personas que se gustan, que se están conociendo de verdad, con todos sus nervios, dudas y sonrisas nuevas.
—¿Vamos? —pregunta, ofreciéndome su brazo, como si fuéramos una pareja de verdad.
—Vamos —respondo, tomándolo sin pensarlo demasiado.
Y así empezamos a caminar. Según yo hacía ningún lugar específico, pero con la certeza de que el destino, por primera vez, no importa tanto como la compañía.
Llegamos hasta una cafetería. Venía viendo hacia todos lados durante el camino, tratando de adivinar a dónde íbamos, pero Aiden no soltó pista alguna. Como él fue quien planeó la... ¿cita?, yo solo me limité a seguirlo, caminar a su lado, platicar de tonterías y dejarme llevar.
Y la verdad... lo logró. Me sorprendió por completo.
La cafetería era preciosa. De esas con lucecitas colgando, paredes llenas de ilustraciones hechas a mano, y una barra donde el olor a pan recién horneado te abrazaba apenas entrabas. No era grande, de hecho estaba medio apretada de tanta gente que había, pero eso la hacía sentir más acogedora. Como si estuviéramos entrando a un rincón escondido del mundo donde todo era más tranquilo.
Nos sentamos en una mesa para dos, justo frente a frente, cerca de una ventana que daba al parque. Él se quitó la sudadera y la colgó en la silla, mientras yo seguía explorando el lugar con la mirada.
—¿Y? ¿Te gusta? —preguntó, con esa sonrisita nerviosa que intenta parecer segura.
—Mucho —respondí, mirándolo directo—. No sabía que sabías encontrar lugares bonitos.
—Tampoco yo —se encogió de hombros, bromeando—. Solo le pregunté a Google: "cafeterías para impresionar a la chica que te gusta sin parecer desesperado".
Solté una carcajada.
—¿Y qué te dijo Google?
—Que ya era tarde para no parecer desesperado.
Nos reímos los dos. Y no fue una risa exagerada ni falsa. Fue de esas que se sienten en el pecho.
—¿Qué vas a pedir? —preguntó, abriendo el menú, aunque parecía ya tenerlo memorizado.
—No sé... ¿tú qué me recomiendas?
—El frappé de galleta. Sabe a cielo y obesidad.
—Perfecto, lo quiero.
—Somos un gran equipo —dijo, levantando las cejas.
—Lo somos —respondí bajito, mientras él llamaba al mesero.
Y ahí estábamos. Dos personas que poco a poco se dejan ver, sin máscaras. En una cafetería pequeña, rodeados de música, café caliente y ganas de que ese momento dure un poquito más.
Después de pedir, nos quedamos un momento en silencio. No uno incómodo, sino de esos en los que sientes que puedes respirar tranquilo al lado de alguien. Aiden jugaba con el sobre de azúcar entre los dedos mientras yo observaba los dibujos en la pared. Uno de ellos era una luna sonriendo y un café que tenía ojos. Quería reír, pero también... me gustaba.
—Oye —dijo él de repente, como si hubiera estado pensando algo desde hace rato—, ¿te ha pasado que estás con alguien y todo parece fácil?
Lo miré, un poco sorprendida por la seriedad en su tono.
—¿Fácil de qué forma?
—No sé. Como que no necesitas pensar en qué decir, ni cómo actuar, ni nada. Solo estás. Y está bien así.
Sentí un leve cosquilleo en el estómago.
—Sí... me está pasando justo ahora —respondí sin pensarlo mucho.
Él sonrió, bajando la mirada un segundo como si necesitara ocultar el rubor que se le escapó.
—A mí también —dijo bajito.
El mesero llegó con nuestros pedidos. Un frappé para mí con galleta molida encima (justo como Aiden prometió) y uno para él, pero con doble crema batida que ya se empezaba a derretir por el calorcito del lugar.
poco después llegaron las crepas que pedimos, yo una crepa dulce y él una crepizza que esta deliciosa, por cierto.
—¿Y entonces, Adellai Rossi? —dijo de pronto, usando mi nombre completo como si fuera algún personaje misterioso—, ¿qué otras cosas raras debería saber de ti?
—¿Además de que casi muero por un perro y me trepé a un árbol para conseguir moras?
—Sí, exactamente además de eso —dijo, soltando una risa.
Pensé un poco, dándole un sorbo al frappé.
—A ver... tengo una tía que jura que puede ver fantasmas, mi abuela lee el tarot, y mi hermano menor cree que su espejo es un portal. A veces creo que nací en una película de Tim Burton y no me avisaron.
Aiden levantó las cejas, entre divertido e incómodo.
—O sea, ¿si un día me desaparezco, podría ser culpa de algún espíritu que despertaste sin querer?
—Muy probable, sí.
—Voy a llevarme una veladora por si acaso.
—Una veladora y una cruz, por si mi tía te intenta leer la mano sin permiso.
Ambos reímos. Y en medio de esa risa, entre sorbos dulces y confesiones extrañas, algo se asentó suave dentro de mí: esta cita no era perfecta, pero era nuestra. Y eso la hacía mucho mejor.
—¿Y tú? —pregunté después de un momento—. ¿Qué cosa rara debería saber de ti?
Aiden se lo pensó un poco.
—No puedo dormir si hay una silla en mi cuarto que tiene ropa colgada. Me da ansiedad. Siento que alguien me observa.
—¡Eres tú el del espíritu entonces!
—¡No! Solo soy un tipo paranoico con mal gusto para decorar.
Nos reímos otra vez. Y luego solo nos miramos. Largos segundos que no hicieron falta llenar.
Al terminar de comer, Aiden propuso que regresáramos a la plaza y nos quedáramos ahí un rato, hasta que bajara un poco el sol. Después, la idea era ir al mercado a ver qué encontrábamos según él, a veces hay puestitos de dulces artesanales que "saben a infancia".
Acepté encantada. Lo que no pensé fue en lo lejos que estaba la cafetería de la plaza del centro cultural Crecer en Arte y Deporte.
Caminamos... y sudamos. Y sudamos más. En un momento hasta bromeamos con pedir un Uber para recorrer solo cinco cuadras, pero ambos fingimos que teníamos condición física. Al final, llegamos exhaustos, despeinados y medio brillando, pero no precisamente de amor, sino de sudor.
—Nunca más dejo que planees el recorrido —le dije, apoyándome en la pared de la fundación como si fuera a desmayarme.
—Eh, esto es parte del entrenamiento cardiovascular de las citas —respondió, respirando con dificultad—. Nivel intermedio.
—Nivel "me deshidrato por amor".
—Romántico, ¿no?
Nos reímos los dos, y en ese momento decidimos que lo mejor sería pasar por mi casa por agua antes de seguir. Afortunadamente, no vivía tan lejos. Cuando llegamos, mi mamá abrió la puerta antes de que yo tocara.
—¿Y ese chico es Aiden? —preguntó con una sonrisa de mamá que lo escanea todo en menos de un segundo.
—Sí, mamá... él es.
Aiden la saludó educadamente y hasta le agradeció el vaso de agua como si estuviera en una entrevista para casarse conmigo. Luego apareció Edwin, mi hermano, que lo saludó con una mezcla de admiración y celos. Aiden fue amable con él, incluso le preguntó qué videojuegos jugaba. Diez puntos más.
Hasta ahora, Aiden se estaba llevando de maravilla con mi familia, y eso me daba una tranquilidad extraña... bonita. Como si pudiera respirar un poquito más profundo cuando lo veía ahí, hablando con mi mamá como si ya hubiera estado antes.
Aunque, claro, todavía había una parte que me generaba nervios.
Yo no conozco a su familia.
Ni a su mamá, ni a su papá, ni a su hermana, ni a su gato imaginario llamado Euler del que tanto habla. No sé si tienen ese tipo de dinámica abierta y chistosa, o si son más cerrados, más formales. ¿Y si no les caigo bien? ¿Y si no me ven como una buena idea en su vida?
Tragué saliva mientras tomaba el último sorbo de mi agua.
—¿Todo bien? —me preguntó Aiden bajito, al notar mi mirada medio perdida.
—Sí... solo pensando.
—¿En fantasmas otra vez?
—No —dije, sonriendo con sinceridad—. En cosas reales que a veces asustan más.
Él me miró, como si supiera exactamente a qué me refería. Y aunque no dijimos nada más sobre eso, su mano rozó la mía muy levemente. Como si dijera "tranquila, cuando toque, será bonito".
Y en ese momento, salimos de nuevo rumbo a la plaza, listos para caminar al mercado. Sudados, sí. Cansados, también. Pero con esa calma rara que da el sentirse acompañado por alguien que empieza a importarte de verdad
La tarde seguía avanzando mientras caminábamos hacia el mercado. El sol empezaba a bajar y, aunque el calor no se iba del todo, ya no era ese bochorno aplastante de hace rato. Las sombras se alargaban sobre la calle, y los ruidos de la ciudad se volvían una especie de fondo tranquilo.
Aiden iba a mi lado, pateando una piedrita cada tanto, como si eso lo ayudara a ordenar lo que fuera que traía en la cabeza. Yo lo notaba más callado. No incómodo, pero sí... pensando. Así que rompí el silencio.
—¿Qué traes en la cabeza? Estás muy callado.
Él sonrió, pero no con esa sonrisa burlona suya de siempre. Fue una sonrisa bajita, de esas que traen algo detrás.
—Solo estoy pensando en lo rápido que cambian las cosas.
—¿Cómo así?
—No sé. Hace nada hablábamos como dos desconocidos en la quinta. Y ahora... estoy aquí, y acabo de saludar a tu mamá, y a tu hermano, y siento como si nos conociéramos de antes, como si esto fuera... normal. Bonito, pero también raro. ¿No te pasa?
Me sorprendió. Porque era justo lo que yo había pensado hace un rato, en casa.
—Sí —respondí, sincera—. También me da vueltas eso. Que todo pasó tan rápido. Pero no se siente forzado, ¿verdad?
—No, para nada —negó enseguida—. De hecho, se siente... bien. Solo que no estoy acostumbrado a esto. A querer estar con alguien y no tener miedo de mostrarlo.
Lo miré. El cielo ya se había puesto naranja por completo y el reflejo se marcaba en sus ojos. Me dio ternura. Porque él siempre parecía seguro, sarcástico, como si nada lo afectara... pero en realidad tenía más miedo del que dejaba ver.
—Yo también tengo miedo —le dije—. Soy una experta en huir cuando siento algo fuerte. Me asusto y me cierro. A veces ni yo me entiendo.
—Pero no has huido —dijo él, mirándome de reojo.
—No. Porque tú... me haces querer quedarme.
Nos quedamos en silencio por unos pasos. El tipo de silencio que pesa, pero de una forma suave. Como si ambos necesitáramos digerir lo que acabábamos de decir.
—¿Y tú crees que eso sea suficiente? —preguntó Aiden al fin, deteniéndose justo antes de cruzar la calle hacia la entrada del mercado.
—No lo sé —le respondí con una sonrisa ladeada—. Pero es un buen comienzo, ¿no?
Él asintió. Y sin decir nada más, me tomó la mano. No fuerte. No rápido. Solo... como si fuera lo más natural del mundo.
Y así entramos al mercado: entre colores, olores, luces parpadeantes, y esa pequeña certeza de que tal vez, solo tal vez, íbamos en la dirección correcta.
Entramos al mercado justo cuando las luces comenzaban a encenderse. Los focos colgaban como luciérnagas temblorosas, algunos parpadeando, otros colgando de un solo cable, como si desafiaran la gravedad por puro gusto. El aire olía a una mezcla de pan dulce, incienso y fruta fresca. Caótico y delicioso.
—Esto es un ataque sensorial directo —dijo Aiden, soltando mi mano solo para señalar un puesto que vendía esquites como el que compro Alonso con más toppings que sentido común.
—Yo vine por dulces —dije—, pero si me antojas unos esquites, no me hago responsable.
—Mira, si no sales empachada, no fue una buena cita —bromeó.
Nos adentramos entre los pasillos estrechos. Una señora nos ofreció tamales, un señor gritaba "¡chicharrón prensadoooo!" con la voz más profunda que he escuchado en mi vida, y había un niño vendiendo llaveros de perritos hechos a crochet. Aiden compró uno en forma de gato y me lo dio sin decir nada. era un gatito tricolor justo como le habia platicado que eran mis 2 gatas. Solo me lo puso en la mano y siguió caminando como si nada.
—¿Esto es un regalo o una señal de advertencia? —le pregunté, levantando el llavero.
—Ambas. Gato porque me gustan los gatos, y advertencia porque te estoy adoptando oficialmente.
—Ah, ¿yo no tengo voz ni voto?
—Tú elegiste salir conmigo, ese fue tu voto.
No pude evitar sonreír.
Paramos en un puesto de dulces artesanales. Todo se veía tan bien que terminé comprando una bolsita con gomitas de chamoy, obleas rellenas y algo que juraba que era cajeta... aunque Aiden insistía que era "peligro líquido" ya que una vez cuando era mas pequeño se le habia atorado un dulce de cajeta en el paladar y no se le despegaba.
También me compre una deliciosa marquesita de Nutella y fresa
Después, nos sentamos en una banquita de cemento junto a unos puestos cerrados para que pudiera comerme mi marquesita tranquila, aunque hice un desastre, me ensucie con nutella la camisa azul que llevaba puesta. La mayoría de la gente ya iba de salida del mercado del sábado. Comíamos en silencio, viendo cómo el mercado empezaba a apagarse poco a poco.
—Me gusta esto —dije de pronto.
—¿El qué? ¿El caos del mercado o el azúcar en exceso?
—Ambos. Pero más esto... estar contigo sin hacer nada especial, y que aun así se sienta especial.
Él me miró y no dijo nada por un momento. Solo asintió con esa carita tranquila que pone cuando se siente feliz pero no lo quiere decir demasiado en voz alta.
—Ojalá nunca se nos quite eso —dijo al fin.
Y por un segundo, el bullicio, los puestos, las luces... todo se volvió fondo. Porque ese momento —con nuestras piernas rozándose, nuestras bolsas de dulces sobre la banca, y nuestras miradas que decían mucho más que cualquier palabra— ya era suficiente
Tenía la idea punzante de querer besarlo y no sabía si hacerlo, porque no soy de dar besos en la primera cita y mucho menos sin ser aún pareja, pero todo el momento y la tensión que había me hacían desear un beso de él, sentir sus suaves labios contra los míos y gozar el momento, aunque sabía que no debía pasar.
A pesar de eso me acerqué hacia él y le di un beso en el cachete y otro en la comisura de los labios y le dije poniéndome de pie y con la voz más segura que pude reunir pese a que el corazón me latía desbocado:
—he pactado nuestra unión el día de hoy con un beso en el cachete, ahora no hay vuelta atrás
Aiden se quedó quieto. Literalmente. Como si el universo se hubiera puesto en pausa solo para él. Sus ojos me siguieron con una mezcla de sorpresa y ternura tan intensa que sentí cómo me temblaban las piernas, aunque ya estaba de pie.
Tardó unos segundos en reaccionar. Se llevó la mano al lugar exacto donde lo había besado, justo en la comisura de los labios, como si necesitara asegurarse de que sí había pasado.
—¿Eso fue... un ritual antiguo o qué? —preguntó, medio en broma, pero con la voz algo temblorosa.
—Sí —dije con una sonrisa que apenas podía controlar—. Un sello sagrado. Irrompible. Estás oficialmente maldito conmigo.
Él se levantó lentamente, recogiendo su bolsita de dulces con una mano y metiéndose la otra al bolsillo. Me miró con una expresión que nunca le había visto antes: una mezcla de asombro, emoción contenida y algo que parecía... felicidad pura.
—Bueno... entonces no me queda otra que aceptar mi destino. —Se acercó un poco más—. Ser maldito por ti no suena tan mal.
Estábamos tan cerca otra vez, y por un momento, pensé que iba a besarme. No lo hizo. Pero tampoco hizo falta.
—¿Lista para irnos, bruja de marquesitas? —preguntó, levantando una ceja.
—Solo si tú cargas con la maldición del azúcar de mi camisa.
—Acepto mi misión con honor.
Y así, entre risas, comenzamos a caminar de regreso. La noche ya había caído por completo y el aire era más fresco. Iba a mi lado, como siempre, pero ahora con algo distinto en el aire. Como si el mundo se hubiera enterado de que algo en nosotros se selló con ese pequeño beso.
Quizás no fue un beso en los labios, ni una gran declaración. Pero fue suficiente para decir: aquí estoy, te elijo, incluso si da miedo.
Y con eso bastaba por ahora.
Caminamos en silencio un buen rato.
Pero no de esos silencios incómodos, sino uno cálido. Cargado. Como si las palabras ya no fueran tan necesarias porque todo lo esencial ya había sido dicho... o sentido. El aire nocturno nos envolvía con su frescura, y la ciudad se volvía un poco más tranquila a esa hora, como si todo estuviera bajando el volumen poco a poco.
Aiden iba a mi lado. No hablaba mucho, pero de vez en cuando lo veía sonreír solo, como si su cabeza repitiera el beso en cámara lenta. Yo también iba en mi mundo, recordando la sensación de acercarme, el calor que me subió a la cara y lo mucho que me costó no salir corriendo después.
—¿Sabes? —dijo de pronto, sin mirarme—. Jamás pensé que alguien me iba a besar en la comisura de los labios y luego declararme maldito. Definitivamente es lo más raro y tierno que me ha pasado en la vida.
—Estás bienvenido —le respondí con tono solemne—. Soy experta en gestos extraños y afecto desordenado.
—Y yo en recibirlos con gusto si son de ti —dijo, y nuestras miradas se cruzaron un segundo más de lo que deberían.
Seguimos caminando. Pasamos por una calle con faroles viejos y casas que ya estaban a oscuras. Unos perros ladraban a lo lejos. Aiden me miró de reojo.
—¿Estás bien?
Asentí.
—Sí. Solo estoy... guardando todo esto. En mi cabeza. Para cuando tenga un día feo y necesite recordarlo.
Él se quedó en silencio un momento. Luego me tendió la mano, y esta vez no lo dudé. La tomé, y ahí seguimos, caminando despacio, con las manos entrelazadas y el corazón haciendo más ruido que nuestros pasos.
Ya cerca de mi casa, bajamos un poco el ritmo. Ninguno parecía querer que terminara la noche.
—Gracias por hoy —le dije bajito, deteniéndome en la esquina.
—Gracias a ti —respondió, acercándose un poco—. Por la cita. Por el caos. Por el hechizo raro. Por todo.
Nos abrazamos. Uno de esos abrazos que no necesita apretarse fuerte para ser intenso. Me quedé ahí, con la cara escondida en su hombro por unos segundos más.
—Nos vemos mañana —murmuré.
—Ojalá que sí.
Y se fue caminando, volteando una vez antes de cruzar la calle. Yo me quedé mirando, como sacaba su teléfono y escribía algo, pensé que quizá un mensaje a sus padres para avisar que ya iba a casa, con el corazón que aún tenía latiéndome en la garganta decidí que era hora de entrar a casa.
Y justo antes de entrar, mi celular vibró.
[Mensaje de Aiden – 9:58 p.m.]
Te lo repito por mensaje, por si no lo creíste antes: sí, soy oficialmente tu maldito. Buenas noches, desastre con patas. 🤍
No pude evitar sonreír como tonta. Porque sí, por fin sentía que algo —alguien— estaba empezando bien.
Entre a casa y mi madre me preguntó cómo me fue en mi cita de hoy, le conté algunos detalles sobre lo que hicimos hoy, omitiendo que casi beso al chico. Mi padre y mi hermano escuchaban también atentamente y justo en ese momento, pensé en platicarle a mi hermano mayor Erick ya que no lo había actualizado sobre el tema desde ese día que salí con Alonso y Aiden, así que ahora estoy en mi cuarto. Con las luces apagadas, solo el ventilador zumbando suave y mi celular cargando a un lado de la cama. Todo está en silencio... excepto mi cabeza.
No dejo de pensar en el día de hoy, debo de ordenar mis ideas para poder mandarle mensaje a Erick y poder platicarle de todo.
En cómo empezó como una cita improvisada y terminó como uno de esos recuerdos que sé que voy a guardar con recelo. Aiden. Su sonrisa, sus bromas, cómo se le iluminan los ojos cuando algo lo emociona. El beso en la comisura. Su abrazo.
Dios... lo abracé como si fuera mi lugar seguro.
Y sí, me da un poco de miedo todo esto. Me gusta mucho. Mucho. Y esa es la parte que me da nervios. Porque cuando algo te importa de verdad, también duele más si no sale bien. Pero esta vez... quiero arriesgarme.
porque sé que, aunque el amor no es una apuesta. Tengo todo para ganar...
No sé si es amor lo que siento por él. O al menos todavía no. Pero sé que me dan ganas de contarle todo, de mandarle memes, de llamarlo cuando algo me hace reír o cuando tengo un mal día, aunque aún no soy capaz de decirle que últimamente estoy recayendo en mi ansiedad y mi tristeza. Por ahora lo único que sé es que me siento mejor cuando está cerca, que hasta mis pensamientos paran un poco y me es más fácil respirar.
Y también sé que, por primera vez en mucho tiempo, no me siento sola con todo lo que pasa en mi cabeza.
Agarro mi celular, leo su mensaje otra vez:
"Sí, soy oficialmente tu maldito. Buenas noches, desastre con patas. 🤍"
Y sonrío.
Puede que no sea perfecto.
Pero este inicio lo es, al menos para mí.
Miro el techo un rato más, sintiendo cómo la emoción empieza a desbordarse por los bordes de mi pecho. A veces, cuando siento demasiado, necesito contarlo. No a cualquiera. A alguien que me conozca de verdad.
Así que agarro el celular y abro el chat de mi hermano Erick.
[Yo – 10:30 p.m.]
¿Estás despierto? 🫣
[Erick – 10:31 p.m.]
Sí. ¿Qué pasó? ¿Todo bien?
[Yo – 10:31 p.m.]
¿Te puedo llamar?
[Erick – 10:38 p.m.]
Obvio. Va. deja te marco
Me marca. Y contesto al primer tono.
—¿Qué pasó, terremoto emocional?
—Hola, idiota —digo, pero ya me estoy riendo.
—¿Te atropelló un OVNI? ¿Te declaraste presidenta del país? ¿Qué hiciste ahora?
—No hice nada... bueno, sí hice algo... o muchas cosas. No sé.
—¿Te estás desmayando en medio de la llamada o solo estás enamorada?
—¡Cállate! —me río fuerte—. No digas eso así tan de golpe.
—Entonces sí —dice, como si acabara de ganar un punto en un juego que solo él entiende—. Cuéntamelo todo. Empieza desde el desayuno.
Y empiezo. Le cuento todo.
Desde cómo Aiden me llevó a una cafetería hermosa, cómo me ensucié la camisa con nutella (spoiler: se burló), cómo caminamos hasta el mercado y terminamos sudando como si hubiéramos corrido un maratón. Le hablo de las risas, de cómo saludó a mamá y a Edwin, de cómo compró un llavero en forma de gato solo para dármelo sin decir nada. De cómo nos sentamos a comer marquesitas, de la plática, del beso en la comisura de los labios, de cómo él reaccionó...
Le cuento también lo que no mostré: mis nervios, el vértigo bonito que me da cuando Aiden me mira como si sí valiera la pena todo mi caos, mis dudas, mis fantasmas, mis días raros.
—Siento que me estoy metiendo en algo real —digo, bajito, ya con la voz más suave—. Y eso me da miedo. Pero también me gusta tanto...
Erick guarda silencio unos segundos. Luego suelta un suspiro medio dramático.
—Ay, mi hermana la intensa —dice al fin—. Me dan ganas de abrazarte y decirte que salgas corriendo. Pero también... te escuchas feliz.
—Lo estoy. Solo que me cuesta aceptarlo. Como si algo en mí siempre esperara que todo se caiga.
—No todo se cae, ¿eh? A veces las cosas sí se quedan en pie. Y si no... tú también sabes reconstruir.
—Gracias, en serio.
—De nada. Pero si ese Aiden te hace llorar en modo feo, me avisas. Ya tengo su nombre completo y me lo sé de memoria. Solo digo.
—No va a pasar. No por ahora.
—Igual te cubro las espaldas. Tú sabes.
Nos quedamos callados un momento, pero es ese silencio cómodo de hermanos que ya lo dijeron todo.
—Oye, Erick...
—¿Hmm?
—Gracias por siempre estar. Por escucharme sin decirme "ya supéralo" cuando me enrollo con mis emociones.
—Siempre voy a estar —dice, y ahora suena más serio—. Aunque me tengas que contar lo mismo mil veces. Aunque llores. Aunque estés confundida. Siempre.
Y ahí sí, se me humedecen los ojos.
—Ya, me vas a hacer llorar, idiota.
—Es mi objetivo en la vida.
Nos reímos bajito, y le prometo que le contaré más si pasa algo importante. Me desea buenas noches, y cuelgo. Me quedo mirando el celular con el corazón blandito y la mente más en paz.
Quizá no lo diga mucho, pero tener a Erick es como tener mi propio salvavidas emocional. Y ahora... con Aiden, empiezo a sentir que por fin puedo nadar sin miedo.
Y eso —esa mezcla rara de amor, apoyo y calma— se siente como mi hogar.
Apago el celular. Me tapo hasta la nariz. Y me duermo con esa calma que solo llega cuando sabes que estás justo donde deberías estar.