Capítulo 5 Canciones, tirados en el piso

El lunes llegó más rápido de lo que me hubiera gustado. Ni el desayuno me supo igual con el estómago revuelto por los nervios. El sol de las ocho de la mañana no perdona ni a los enamorados, ni a las que llegan tarde a la prepa porque se quedaron chismeando con su hermano mayor hasta la medianoche.

—¡Adi, ya siéntate! —me dice Denika apenas cruzo la puerta del salón, moviendo su mochila para hacerme espacio. —¿Y esa cara de "me enamoré y no sé cómo manejarlo"? —pregunta sin filtro.

—¿QUÉ? ¡No! —me reí nerviosa—. Solo dormí bien, ¿ok?

—Sí, ajá, y yo soy fan del reguetón cristiano —kenia se cruzó de brazos—. Habla, criatura.

Mientras tanto Ana está recargada en el pupitre de adelante, con su cara de "necesito saberlo TODO". Mili saca una bolsa de papitas como si eso ayudara a procesar mejor el drama y Kenia... bueno, Kenia me ve como si ya supiera todo antes de que diga una sola palabra.

—A ver, cuéntanos, Adellai —dice Mili, abriendo sus papitas con un crujido dramático—. ¿Qué onda con el guapo de tu compañero de servicio social? porque me imagino que por el estas así

Me senté con ellas y traté de sonar casual, pero la sonrisa se me escapaba sola. Como si mi boca no supiera guardar secretos.

—Okey, salí con Aiden.

—¡LO SABÍA! —gritó Denika, atrayendo miradas del resto del salón, pero nos ignoraron rápidamente. Ya están acostumbrados a nuestros dramas, supongo.

—No me presionen —respondo, haciendo como que me molesta, pero no puedo evitar sonreír. Es imposible no hacerlo cuando tienes a dos amigas que se emocionan más por tu vida amorosa que tú misma.

Ana entrecierra los ojos, como si pudiera leerme la mente.

Así que les conté. Todo. Desde el café donde casi me mancho entera con la nutella de la crepa, hasta el momento incómodo pero bonito del beso en la comisura. Ana gritó en modo fangirl y escondió la cara entre las manos como si le acabara de contar que iba a casarme. Denika aplaudió como si estuviera viendo una película romántica de bajo presupuesto en Netflix y la escena del beso la hubiera dejado con lágrimas en los ojos.

—Y después fuimos al mercado —continué—. Caminamos juntos, me regaló un llavero de gato porque una vez le conté de princesa y chiva —mis 2 gatitas— y luego me compro una marquesita, y esta vez no pude evitar mancharme, y a él solo le dio ternura

—¡Necesito saber si ya son novios! —gritó Ana, al borde del colapso emocional.

Y yo... bueno, yo solo me reí. Porque la verdad no sé qué somos. Pero sí sé que cuando estoy con él, se me olvida todo lo demás.

—Pues... la verdad, aún no somos novios —dije bajito, como si decirlo más fuerte pudiera romper el encanto de lo que estamos construyendo—. Supongo que los dos lo queremos llevar con calma. Y por mí está bien... llevarlo lento.

Ana soltó un suspiro dramático y se dejó caer sobre el escritorio, como si mi respuesta le hubiera roto el corazón y al mismo tiempo la hubiera hecho creer en el amor otra vez.

—Bueno, no está tan mal —admitió Denika, cruzando los brazos, pensativa—. Las mejores cosas se hacen esperar... y si ese chico realmente vale la pena, sabrá esperarte y también hacer que valga la pena la espera.

—Esto es lo más romántico que he escuchado desde que vi Your Name —susurró Kenia desde su pupitre, con los ojos brillándole como si acabara de ver una estrella fugaz.

—¿Neta, Kenia? ¿Vas a llorar otra vez? —le preguntó Ana, entre burlona y tierna.

—Es que... ¡me emociona! —dijo, abrazando su libreta como si fuera un peluche—. Además, Adi se lo merece. Después de ese casi-beso en la plaza y la caminata en la noche... ¡esto ya parece una novela juvenil!

—No empiecen a romantizar mi vida como si fuera un fanfic de Wattpad —dije, riendo mientras me tapaba la cara.

—Demasiado tarde —respondieron las tres al unísono.

—Pero ¿enserio? ¿Le besaste la cara o me lo soñé?

—Fue en la comisura de los labios, ¡no empiecen! —me río, escondiendo la cara entre las manos sin embargo sigo hablando... —Y ni siquiera fue planeado, fue como... no sé, natural.

—¿Y qué sentiste? —preguntó Denika, ya seria.

Me quedé un momento en silencio. No porque no supiera qué responder, sino porque me daba miedo decirlo en voz alta.

—Sentí que podía ser yo sin que eso fuera demasiado. Como si no tuviera que esconder las partes tristes ni las raras para gustarle.

—Adi, si ese chico te hace sentir eso, no lo dejes escapar —me dice Ana

—¿Y él qué hizo? ¿Se desmayó? ¿Te cargó y se fueron volando en una nube de corazones? —. pregunta Kenia con sarcasmo.

—Se río. Me abrazó. Fue muy bonito el momento y el es todo un caballero, es lo que más me gusta de él, siempre se pone de lado de la calle y me cuida mientras caminamos

—Awwww —hacen todas al mismo tiempo, como un coro de chicas enamoradas.

Denika golpea suave su escritorio. —¡Ya sabía! Yo vi esa vibra desde la primera vez que hablaron. Esa conexión de "te quiero aunque no te conozca".

—¡Literal! —digo, soltando una carcajada—. A veces no entiendo cómo llegamos a esto, pero me siento... tranquila. Como si con él no tuviera que fingir nada y simplemente pudiera ser yo misma.

—Eso, amiga, se llama estar quedando —responde Ana, levantando la ceja—. Y se nota que ya están en esa etapa donde se mandan TikToks a las dos de la mañana y se ríen como idiotas.

—Sí, exacto... y también un montón de memes. ¡Ah! Y ahora me dice "desastre con patas".

—¿¡TE DIJO ASÍ!? —grita Mili, escupiendo una papita de la risa—. Ya cásense.

Todas se ríen. Yo también. Porque sí, suena ridículo, pero bonito. Como esas historias que te encantaría vivir y que por alguna razón... estoy viviendo.

—Y la neta —agrego bajito—, me da miedo. O sea, me gusta muchísimo. Y eso me pone nerviosa, porque cuando algo importa, también duele más si sale mal. Pero con él siento que vale la pena el riesgo.

Se hace un pequeño silencio. Uno raro, porque mis amigas no son precisamente el club de la meditación.

—Eso —dice Kenia al fin—, es cuando sabes que es algo real.

—Además —agrega Ana—, tú no estás sola, ¿eh? Si ese Aiden hace algo mal... lo funamos. Así como lo oyes.

—Sí, sí, como dijo mi hermano anoche —respondo, sonriendo—. "Ya tengo su nombre completo y me lo sé de memoria".

—Tu hermano es sabio —murmura Denika con respeto.

Y mientras el maestro entra al salón y nos manda a callar, yo me acomodo en mi asiento sintiendo algo que no sentía desde hace mucho tiempo.

Paz.

Y la certeza de que, por fin, tengo a personas que me escuchan, me cuidan... y hasta me empujan hacia lo que me hace bien.

Y eso, aunque aún no sepa qué va a pasar, ya es un buen inicio.

A la salida, el sol de la una ya pegaba con todo. Busqué con la mirada entre los coches hasta que vi la camioneta gris de mi papá estacionada frente al portón. Caminé rápido, como si al llegar más pronto pudiera escapar del calor.

—Hola, mi niña —me dijo apenas abrí la puerta y me subí—. ¿Qué tal el día?

—Pesado —suspiré, soltando la mochila en el asiento trasero—. Pero sobreviví, así que cuenta como victoria.

Mi papá soltó una risa mientras ponía la radio y avanzábamos despacio por la calle llena de estudiantes que estaban saliendo como enjambre.

avanzamos hasta que nos detiene un semaforo, lo que nos da la oportunidad de seguir platicando, asi que empiezo una nueva conversación:

—¿Y tú? ¿Cómo va el trabajo?

—Lo de siempre —dijo—. estuve en mi area y nos toco organizar almacen, despues le ayude al mecanico y logramos descubrir la falla que tenia el camión

—¿Sí? ¿Y qué tenía? —pregunté mientras me acomodaba el cinturón y miraba por la ventana. El cielo estaba medio nublado, como con flojera de llover.

—Una tontería, en realidad —respondió mi papá, girando a la izquierda—. Un cablecito flojo que hacía falso contacto. Pero nos tardamos horas en encontrarlo. Ya sabes cómo es eso.

—Sí, como cuando buscas el control de la tele y está justo debajo del cojín —bromeé.

Mi papá soltó una risa baja.

—Exacto. Solo que en vez de cojines hay grasa, herramientas y un mecánico que no encuentra sus lentes cada cinco minutos.

—¿El mismo que siempre se le olvida cerrar la caja de herramientas? —pregunté con una sonrisa.

—¡Ese mero! —rió—. Pero es buen tipo. Aunque a veces parece que trabaja con los ojos cerrados.

El semáforo cambió a verde y seguimos avanzando. El trayecto era tranquilo, con esa sensación de final de lunes que te deja medio agotado, pero sin prisa.

—Ah, por cierto —dijo justo antes de entrar a la colonia—. Tu hermano Erick ya está en casa. Dice que no te desaparezcas, que quiere platicar contigo.

—¿Desde cuándo volvió? —pregunté, emocionada.

—Hace rato. Llegó más tarde de lo que avisó que vendría, pero me pidió que te avisara que va a estar el día de hoy hasta mañana, dijo algo como que ya era hora de una noche de pelis entre hermanos.

—Perfecto. Pero primero tengo que ir al cultural, después de ahí creo que podremos hacer noche de pelis.

—¿Hoy tienes clase? —frunció el ceño.

—Sí, con el profe Caleb y la maestra Isabel. Acuerdate que debo hacer el servicio social.

—Ah, pues suerte. Y no llegues tarde, eh.

—no, y ¿porque me avisan hasta ahora que iba a venir Erick?

—Pues tú andas muy ocupada quedando con alguien... —respondió con tono burlón.

—Papá...

—Yo no dije nombres —se defendió sonriendo. El trayecto a casa fue corto pero cómodo. Esos momentos con mi papá siempre me daban la sensación de que, aunque el mundo a veces se tambaleaba, al menos el asiento del copiloto seguía siendo un lugar seguro.

Apenas abrí la puerta, lo primero que vi fue una mochila tirada en el pasillo y una chamarra que conocía perfectamente colgada de una silla del comedor. Sonreí sola. Subí rápido las escaleras y me asomé al cuarto de Edwin, por si también él andaba por ahí. Pero no. Su puerta estaba cerrada con un letrero pegado con cinta que decía: NO MOLESTAR. EXAMEN DE FÍSICA.

En la sala, Erick estaba recostado en el sillón, viendo el celular con los audífonos puestos y un pie moviéndose al ritmo de quién sabe qué canción. Tenía puesta su sudadera azul favorita, la que ya casi es transparente de lo vieja que está.

—¡¿Y tú qué haces aquí sin avisar, traidor?! —le grité desde la entrada, cruzándome de brazos.

Erick se quitó un audífono, me miró con cara de "ya sabía que ibas a reaccionar así" y luego sonrió.

—Hola, hermanita menor. Qué gusto tu efusivo saludo.

—Eres un descarado —dije acercándome. Pero antes de que pudiera soltar otra queja, lo abracé fuerte. Aunque me quejara, la neta sí lo extrañaba.

—¿Y Edwin? ¿Ya le dijiste que viniste?

—Nah, solo lo saludé por mensaje. Dijo que estaba encerrado estudiando y que no quería contacto humano por las próximas cinco horas —respondió Erick mientras se sentaba nuevamente. —Pero tú sí podrías darme atención fraternal. No todos los días el hijo prodigio regresa. —dice con orgullo

—Ajá, claro. Y tú no podrías avisar, ¿verdad? —le espeto yo

—Quería caer de sorpresa, pero nadie se sorprendió. Mi mamá se limitó a decir "hay sopa en la estufa".

—Eso suena bastante como mamá —reí.

—Y papá me vendió en menos de dos segundos. Dijo que andas "quedando con alguien" —soltó con tono burlón.

—¡¿También tú con eso?! —bufé, cubriéndome la cara con ambas manos. —¡¡¡si ya te lo conté todo!!! y ya me hiciste el bullying necesario

—A ver, mínimo dime si es más guapo que yo, para bajarle un poco el ego.

—Eres un payaso —dije mientras iba rumbo a la cocina—. Me tengo que ir al centro cultural, ¿eh? Clase de arte con el maestro Caleb.

—¿Ya no hacen esas cosas en papel maché? —preguntó desde el sillón.

—No, ahora hacemos arte conceptual con corcholatas y cartón reciclado —respondí con sarcasmo.

—Pfff, arte elevado. Bueno, cuando regreses me cuentas y yo también tengo novedades. Spoiler: ya no vivo con tres güeyes mugrosos, ahora tengo una roomie rara que colecciona piedras energéticas.

—Eso suena peligrosamente entretenido —sonreí—. Guárdame chismes. Y dile a Edwin que lo quiero, aunque no me conteste.

Salí de la casa con esa mezcla rara de prisa y emoción. A veces, con mis hermanos cerca, la casa se sentía más completa. Aunque fueran un par de intensos

Tomé la mochila y me dirigí al "Centro Cultural: Crecer en Arte y Deporte". El sol ya bajaba un poco, y el aire olía a tierra caliente y hojas secas. Cuando llegué, el portón ya estaba abierto.

Entré al salón de arte y me recibió el aroma a fabuloso, al parecer acaban de trapear. La maestra Isabel estaba acomodando pinceles y el maestro Caleb, como siempre, tenía música instrumental de fondo mientras limpiaba una paleta de pintura con una calma impresionante.

—¡Hola, Adellai! —dijo Isabel, con esa sonrisa cálida que siempre parecía saber si uno llegaba feliz o con el corazón hecho bola.

—Hola, maestra. Hola, profe Caleb.

—¿Lista para crear algo bonito hoy? —preguntó él, guiñándome un ojo mientras señalaba un caballete libre.

—Lista no sé, pero con ganas sí.

—Eso basta —dijo Isabel—. A veces la inspiración llega cuando ve que le guardaste asiento.

Me reí bajito, y fui por mi caja de colores. La tarde apenas comenzaba, pero ya se sentía diferente. Como si el arte, mis maestros y ese lugar fueran la pausa que necesitaba después de tanta emoción. Como si por unas horas pudiera soltar el corazón y dejar que hablara con colores.

Y aunque Aiden seguía rondando en mi mente como canción pegajosa, ahí, entre pinceles y trazos, también me sentía un poquito más yo.

me dispuse a mandarle mensaje al suso dicho, mientras pensaba que hacer en mi lienzo en blanco

Yo: ¿Y tú qué haces mientras yo me debato entre pintar algo profundo o un gato con gafas?

No habían pasado ni dos minutos cuando su nombre apareció en la pantalla. Llamada entrante: Aiden. Sonreí sola antes de contestar.

—¿Un gato con gafas? —dijo en cuanto respondí, sin siquiera saludar—. Esa es claramente la opción correcta.

—¿Así saludas tú? Nada de "hola, qué gusto oír tu voz", ni nada —le dije, acomodándome el teléfono entre el hombro y la mejilla mientras sacaba los pinceles.

—Perdón, me emocioné con el gato. Pero... hola, qué gusto oír tu voz —repitió, más bajito esta vez, como si lo dijera en serio.

—Mucho mejor —sonreí—. ¿Y tú qué haces?

—Estoy acostado en mi cama viendo el ventilador girar. Nivel de emoción: diez de diez.

—Ufff, pura adrenalina. ¿Y no ibas a practicar guitarra hoy?

—Lo intenté. Toqué como tres acordes y luego me venció la flojera. Pero estaba pensando en ti, así que algo artístico hice.

—¿Qué? ¿Pensar en mí cuenta como arte?

—Obvio. Eres como un cuadro raro que no entiendo, pero me encanta mirar.

Solté una carcajada bajita, apretando el pincel sin querer.

—Esa fue cursi, ¿eh?

—Estoy ensayando frases para cuando te vea. Tengo que tener repertorio.

—Entonces sí vamos a vernos, ¿eh?

—¿No era obvio? Quedamos en la plaza después de tus clases, ¿no?

—Sí... pero podrías arrepentirte si termino toda manchada de pintura y con olor a aguarrás.

—¿Y tú crees que eso me espanta? Me gustan las chicas peligrosas.

—¿Peligrosas yo? Apenas y puedo abrir el frasco de pintura sin salpicarme.

—Exacto, nunca se sabe qué podría pasar contigo —dijo, y noté que estaba sonriendo—. Oye, ¿vas a pintar algo triste?

—No sé todavía. Me siento como entre flotar y no pensar mucho. Tal vez solo juegue con los colores.

—Eso suena bonito. A veces no se necesita más.

Hubo un pequeño silencio. No incómodo, más bien de esos que se sienten como pausa para respirar juntos.

—Bueno —dije al fin—, voy a colgar porque si no, voy a terminar pintando un teléfono en lugar de un gato con gafas.

—Prométeme que me vas a mandar foto cuando termines.

—Solo si tú me mandas una de ti tocando guitarra, aunque sea flojamente.

—Trato hecho. Y oye... suerte en tu clase, artista.

—Gracias. Hablamos luego, Aiden.

—Nos vemos, Adellai.

Colgué con una sonrisa suave y el corazón un poco más calmado. Ese tipo de calma que no viene de estar quieta, sino de sentir que todo está en su lugar, aunque sea por un ratito.

Miré el lienzo frente a mí, todavía con la primera pincelada de azul claro secándose en la esquina superior. Lo observé en silencio unos segundos, y luego tomé el pincel más fino, como si el color me guiara sin pensarlo demasiado.

Al final me decidí por algo que ya llevaba días en la cabeza: la portada de mi álbum favorito del momento de Morat, "Antes de que amanezca". Había algo en esa imagen —las siluetas, el cielo revuelto, la forma en que el mar se funde con la noche— que me atrapaba. Y hoy, más que nunca, me hacía sentido.

Empecé con el boceto encima de la capa base. El lápiz casi ni se notaba sobre el azul claro, pero yo sí lo veía. Como cuando te sabes un camino de memoria aunque esté oscuro. Dibujé las formas suaves, la línea del horizonte torcida a propósito, las sombras que sugieren más de lo que muestran.

Después de casi una hora concentrada —en ese tipo de trance que solo se logra cuando de verdad estás metida en lo tuyo—, comencé con las olas. Busqué en la paleta un azul más profundo, casi petróleo, y con trazos irregulares empecé a formar ese mar agitado que aparece en la imagen de referencia. No quería que fuera perfecto. Solo que se sintiera.

—Muy buena elección de portada —dijo una voz a mis espaldas, sacándome de golpe de mi burbuja.

Me giré. Era el maestro Caleb, con una taza de café en mano y su típica camisa de lino remangada hasta los codos. Detrás de él, la maestra Isabel hojeaba una libreta con sus lentes bajados hasta la punta de la nariz.

—Gracias —dije—. Es que ese álbum... no sé, tiene algo. Como que no sabes si estás triste o esperanzada.

—Ajá, justo como un buen cuadro —dijo Isabel, sin levantar la vista—. ¿Y ese trazo de aquí? —preguntó, acercándose—. Me gusta que no intentaste hacer una ola realista.

—Es que... no quería que pareciera literal. Quería que se sintiera el movimiento más que la forma.

Caleb asintió, tomando un sorbo de su café.

—Eso se llama intuición artística. O corazón, si prefieres algo menos pretencioso.

—Yo diría corazón con filtro indie —soltó Isabel, y los tres nos reímos.

La sala olía a pintura, café y papel viejo. Afuera ya había oscurecido un poco, pero aquí dentro parecía que el tiempo se medía distinto. No en horas, sino en capas de color.

—Puedes seguir trabajando en ese o... —dijo Caleb, señalando los caballetes vacíos—, si te dan ganas, también puedes empezar otro desde cero. A veces pasa, cuando uno se queda con ideas atoradas.

—Hoy creo que este me basta —le respondí.

Él asintió con una sonrisa y se alejó, mientras Isabel empezaba a poner una canción suave en la bocina del aula: algo instrumental, como de piano y lluvia de fondo.

Y yo seguí pintando. Porque por fin, aunque solo fuera por un rato, sentía que todo tenía sentido.

Pasó una hora más. El aula estaba en silencio, solo interrumpido por el roce de pinceles, el sonido lejano de alguna puerta abriéndose o cerrándose y la música suave que seguía sonando en la bocina. Yo ya había terminado la parte del océano con pinceladas más sueltas que antes, y estaba limpiando los bordes con un trapito húmedo cuando sonó mi celular.

Lo desbloqueé y sonreí al ver el nombre en la notificación.

Aiden: .mi artista favorita

Abajo, una foto.

La abrí. Era yo, concentrada en mi lienzo, con el pincel en alto y el entrecejo fruncido, como si estuviera resolviendo un acertijo. La luz de la ventana me caía justo en el hombro, haciendo que el azul de la pintura pareciera más brillante. Y detrás de mí, difuminado, se veían los frascos de colores abiertos y mi caja de materiales toda desordenada.

Me giré hacia la puerta con el corazón dando un saltito. Pero no había nadie. Solo la maestra Isabel al fondo, clasificando papeles, y Caleb limpiando pinceles.

Escribí:

Yo: ¿Dónde estás?

No tardó mucho en responder. Otra foto.

Era él, con el uniforme blanco de taekwondo, en una sala amplia con espejos. Tenía el cabello algo despeinado, como si acabara de terminar una ronda de ejercicios. Sostenía el celular con una mano y con la otra hacía el signo de paz, sonriendo de lado. Detrás de él se veía a un grupo de niños corriendo desordenadamente.

Aiden: Servicio. Me toca cuidar gremlins en clase de taekwondo.

Solté una carcajada bajita y escribí:

Yo: No sé cómo lo logras, pero lograste que me gustara una foto mía. Me la voy a poner de perfil.

Fui directo a mis ajustes y lo hice. Me miré unos segundos: yo, en mi mundo, pintando sin darme cuenta de que me observaban. La sonrisa me salió sin que me la pidiera nadie.

Yo: Ya está. Oficialmente es mi nueva foto favorita. ¿También vas a poner la tuya?

Aiden: Solo si tú le pones título a la tuya. ¿Qué tal "la artista que me robó la paz"?

Yo: Muy dramático. ¿Qué tal "chava pintando sin sospechar que tiene paparazzi"?

Aiden: Aceptable. Pero igual la quiero impresa. Para ponerla en mi pared junto a los recortes de cómics.

Me sonrojé un poquito aunque nadie me viera.

Yo: Eres de lo más raro. Pero gracias.

Aiden: Raro, pero tu fan número uno.

Miré de nuevo mi cuadro. Las olas seguían ahí, intensas y azules. Pero ahora se sentían distintas. Como si en vez de tormenta fueran mar de fondo. Calmo, constante, profundo.

Y yo, por primera vez en mucho tiempo, también me sentí completa, ahí parada frente a mi lienzo contestándole al chico que me gusta y admirando en mi celular la primera foto de mí que no me causaba rechazo inmediato al mirarla. realmente... me gustaba

La tercera clase terminó más rápido de lo que pensé. O tal vez fui yo, que andaba flotando todavía entre pintura, música suave y mensajes que me dejaban la sonrisa tonta. 

Aiden 

¿Y si nos escapamos una hora antes del centro mañana? 😏

Adellai 

¿Escaparnos? ¿A lo criminal? 😂

Aiden 

Obvio. Tú la mente maestra, yo el cómplice guapo.

Solo una hora antes, nada grave.

Vamos a la plaza, frente al cultural. 6:00 pm.

Adellai 

Hmm... suena tentador. ¿Y qué vamos a hacer?

Aiden 

Platicar, Relajarnos, Oír música. Respirar un poco antes del caos.

Adellai 

¿Y si nos cachan?

Aiden 

Diré que fue idea mía. Aunque seguro nadie sospecha de la niña buena del salón 🙄

Adellai 

Ey, yo puedo ser rebelde si quiero 😌

Está bien. Trato hecho. Nos vemos en la plaza a las 6.

Aiden 

Perfecto. Llévate chamarra, por si acaso.

Y ganas de reírte un rato.

Adellai 

Siempre. 😏

Guardé mis pinceles, y mire mis manos (que ya tenían manchones de azul hasta en las uñas) pero decidí dejarlas sucias un poco más, me despedí de Caleb y de la maestra Isabel, que me guiñó un ojo como si supiera más de lo que decía, aunque no le comenté el motivo real por el que salía temprano hoy.

Caminé hacia la plaza con los audífonos puestos, pero sin música. Solo quería escuchar la ciudad al atardecer. El viento tibio, el sonido de pasos, alguna moto pasando, gente platicando en voz baja.

Llegué antes que él, así que me senté en una banca cerca de las maquinas de ejercicio. La misma banca donde nos habíamos reído la vez que casi se nos cae el elote con chile en la ropa con Alonso. Respiré hondo. Ya no me sentía nerviosa. Solo contenta.

Unos minutos después, lo vi aparecer caminando entre los puestos, con su mochila colgada de un solo hombro y el cabello todavía un poco revuelto por el entrenamiento. Me vio y sonrió como si me hubiera estado buscando por horas.

—¡Ey, artista de portada! —dijo al llegar, levantando una ceja.

—¡Ey, sensei de los gremlins! —respondí, levantándome para abrazarlo. Fue rápido, pero cómodo. Como si ya supiéramos exactamente dónde encajábamos.

—¿Ya comiste? —preguntó, mirando a los alrededores— Porque si no, propongo comprar algo grasoso y delicioso.

—Mi alma dice "sí", pero mis manos llenas de pintura dicen "tal vez espera un poquito".

—Podrías decir que es salsa azul, nadie lo notaría.

Lo miré con cara de no inventes, pero no pude evitar reír.

—Cero confianza en mis habilidades de higiene, qué horror —dije, mirando mis dedos aún manchados con trazos de azul, morado y un poco de blanco. Luego lo miré de reojo, fingiendo no pensar demasiado lo que iba a decir, pero no pude evitar preguntar... —¿me agarrarías la mano aun teniéndola así?

Él no dudó ni medio segundo.

—Por supuesto que sí —respondió, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Y no sé, pero eso me desarmó un poquito. Porque no se trataba solo de la pintura. Era la forma en la que me miraba, como si no le importara el desastre que a veces soy, literal y emocionalmente. Como si mi caos le pareciera... manejable. Incluso, lindo.

Caminamos un poco entre los puestos del mercado.

¿Cuándo terminamos ahí? no tengo idea, pero él compró una botellita de agua y yo una paleta de mango con chile. regresamos a la plaza de por mi casa con rebanadas de pizza en las manos, nos sentamos en una banca, donde siempre se forma una sombra rica cuando empieza a bajar el sol.

—Entonces... ¿ya puedo ver la obra maestra completa o aún está en proceso creativo? —preguntó, dándole un trago al agua.

—Te la enseño cuando le ponga los últimos detalles. No quiero que me la "maldees" con tu energía de gremlin.

—Oye, mis gremlins me adoran —dijo ofendido—. Hoy uno me dijo que parezco personaje de anime.

—¿Y te lo dijo como cumplido?

—Creo que sí. Lo dijo mientras intentaba patear una botella de plástico.

—Pfff, es oficial, te ganaste mi respeto.

Nos quedamos en silencio unos segundos, mirando a la gente pasar. unos niños persiguiendo burbujas, una pareja tomándose selfies frente a las maquinas de ejercicio, sin mucho sentido.

—Oye —dije de pronto, mirando mi celular—. ¿Sabes que sí puse tu foto? La de la clase.

—¿De verdad? ¿Y no te dio pena?

—No. Me gustó. Me vi como alguien que... no sé, está bien. Que está en su lugar.

—Porque lo estabas —dijo él, mirándome de lado—. Se te nota cuando estás feliz.

Bajé la mirada, pero con esa sonrisa inevitable que no me gusta disimular. Como si mis emociones hubieran decidido que ya no iban a esconderse tanto.

—Gracias por venir esa vez, por cierto —dije de repente.

—¿Cuál vez?

—La que tomaste la foto. No te vi, pero sé que viniste solo para eso.

Él se encogió de hombros, mirando hacia enfrente.

—No lo planeé. Solo... sentí que quería verte.

Y así, en medio de una plaza cualquiera, entre el ruido del mundo y los restos del día, me di cuenta de que quedar con alguien no siempre es planearlo todo. A veces solo es dejarse encontrar.

Caminamos alrededor de la plaza como si fuera nuestro ritual secreto. Ya ni necesitamos decirnos "¿vamos?" porque el "vamos" ya es parte del plan. Cuando llegamos al centro de la plaza que esta echa de cemento, Aiden saca su celular y empieza a buscar algo en Spotify.

—¿Qué mood quieres? —pregunta, bajando el volumen del mundo para ponerle play a la vida.

—Mood: quiero tirarme en el piso y olvidarme que mañana tengo clase a las ocho.

—Perfecto, tengo justo la playlist para eso —dice, como si fuera un DJ profesional.

Buscó algo en su playlist y, sin decir nada, dejó que los primeros acordes llenaran el aire. Reconocí la canción al instante. Smithereens, de Twenty One Pilots.

Sonreí antes de poder evitarlo.

—Sabes que me gusta esa, ¿verdad?

—Obvio —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo—. La puse por eso.

Y sin más, se tiró de espaldas sobre el piso de piedra, usando su mochila como almohada, como si estuviera en su cuarto en lugar de en una plaza pública. Cerró los ojos y dejó que la música hablara por él.

Lo observé desde arriba unos segundos. Las luces de los faroles le daban un brillo suave al contorno de su cara, y su respiración tranquila se acompasaba con el ritmo de la canción.

—Esto está helado —dije mientras me acomodaba a su lado, con un quejido exagerado.

—Shhh... el arte requiere sacrificios —respondió, sin abrir los ojos.

Rodé los míos, pero igual me dejé caer a su lado. Me acomodé como pude, usando mi propia mochila como cojín. El cielo se veía amplio desde ahí abajo, con algunas estrellas asomándose entre las nubes.

—¿Sabes de qué va esta canción? —murmuré, con la voz más bajita.

—Claro. como buen fan de twenty one pilots, lo se. Es un tipo que dice que estaría dispuesto a quedar hecho pedazos solo por defender a la persona que quiere... aunque todos piensen que es un tonto por hacerlo.

—Ajá. Y aun así no suena triste —comenté—. Es más como... dulce.

—Como tú —dijo él, sin pensarlo demasiado.

Me giré hacia él. Ya no tenía los ojos cerrados, me miraba. Muy directo. Muy tranquilo.

—¿Yo?

—Sí. Eres como esa canción. No haces ruido, pero te quedas. Y haces que todo lo demás suene un poco más claro.

Me quedé callada. Porque a veces las palabras se quedan atascadas justo cuando más las necesitas.

Entonces él levantó una mano, despacio, y la dejó a medio camino entre nosotros. No me la ofrecía del todo, pero tampoco la escondía.

Yo la tomé.

No dijimos nada más por un rato. Solo dejamos que la música siguiera sonando, que el frío se olvidara un poco con el calor de estar cerca. Y que el momento, sin tener que empujarlo, se volviera inolvidable.

Nos quedamos así, mirando al cielo medio nublado, con la música bajita acompañando las cosas que no nos atrevemos a decir en voz alta. De repente, Aiden empieza a cantar bajito una parte de la canción.

Yo sonrío. Me sé esa parte.

Canto también. No sé si afinada, pero canto.

Y de pronto estamos los dos ahí, acostados en la plaza como dos locos, cantando bajito, como si estuviéramos en nuestra película indie favorita.

—¿Sabes que cantas bonito? —dice Aiden, girando un poco la cabeza para mirarme.

—¿Sabes que mientes muy bien? —le respondo, sin mirarlo.

Él se ríe. Yo también. Y por un momento, todo se siente bien.

La canción cambia. El sol empieza a bajar. Y aunque no decimos nada, los dos sabemos que no queremos que este momento se acabe.

El cielo empieza a teñirse de naranja y morado, como si también él quisiera quedarse a vernos un ratito más.

Me acomodo mejor en el piso, usando mi mochila como almohada. Aiden estira los brazos por encima de su cabeza y suspira largo, como si con eso soltara todo lo que no puede decirme todavía.

—Ojalá todos los días terminaran así —murmura, sin mirarme.

Yo no respondo. Solo asiento despacito, porque decirlo en voz alta haría que se sintiera más lejano, más imposible. Y yo quiero quedarme en esta fantasía un ratito más.

La plaza empieza a llenarse de luces tenues. Y el frío regresa, tímido pero constante, como recordándonos que ya es tarde, que hay que volver. Que este momento no puede quedarse quieto para siempre.

—¿Nos vamos? —pregunta él, girando la cabeza hacia mí.

—Sí... —digo, aunque por dentro grito que no.

Nos levantamos despacio. Nos sacudimos la ropa, como si con eso intentáramos borrar las pistas de que estuvimos aquí, tan cerca, tan cómodos, tan nosotros.

Y justo cuando estamos por separarnos, Aiden se voltea y me dice, en voz bajita:

—Gracias por hoy.

Yo solo sonrío. Porque siento lo mismo. Y porque hay días que no se explican. Solo se sienten.

Nos despedimos con una mirada que dura un poco más de lo normal.

Y mientras camino de regreso a casa, con los audífonos puestos y el corazón latiendo más suave, pienso que ojalá la vida tuviera más momentos así: sin planes, sin prisa, sin miedo.

Solo él. Y yo. Cantando bajito.