Capítulo 13 Un mes y un millón de razones

Me despierto con una sensación distinta. No es felicidad eufórica ni tampoco tristeza... es algo más tenue, más calmo. Como si el mundo fuera un poco más suave. Como si por fin pudiera respirar sin que doliera tanto.

Reviso mi celular medio adormilada. Y ahí está.

Aiden 

Buenos días, novia bonita. Que tu día sea tan hermoso como tú.

Sonrío. Una sonrisa real. Pequeña, pero honesta.

Le contesto algo simple, pero lleno de todo lo que siento:

Buenos días a ti tambien, mi niño.

Me levanto despacio. Aún cargo el cansancio de los últimos días, pero hoy... hoy algo es distinto. Hoy tengo a alguien que me elige con ternura. Que me acompaña sin exigir nada. Que se queda, incluso cuando no digo todo lo que siento.

En la escuela, mis amigas notan algo. Me miran raro. Como si brillara un poquito más.

—¿Y esa sonrisa, Rossi? —pregunta Stephanie en cuanto me ve llegar al salón. Ni buenos días ni nada. Directo al chisme.

—Buenos días también para ti —respondo, dejando mi mochila en el pupitre.

—No te hagas, se te nota. Tienes cara de "anoche me dijeron algo bonito" —dice Denika, con su típica voz cantarina.

Milagros me mira de reojo y sonríe como si ya supiera. —¿Pasó algo con Aiden?

Yo me quedo en silencio. Solo me acomodo el cabello y bajo la mirada, fingiendo revisar algo en la libreta. Pero no tardo ni dos segundos en sonreír sola como mensa.

—¡No! —grita Ana—. ¡¿Sí?! ¡¿Te dijo algo?! ¡¿Te pidió que fueran novios?! ¡Ya era hora!

—Confirmo. Pensé que se iban a declarar su amor a los 40 —dice Kenia desde su pupitre, hojeando una revista sin mirarme siquiera—. Pero mira nomás, el milagro se nos adelantó.

Todas sueltan la carcajada. Yo también, porque es imposible no reír con sus ocurrencias.

—Bueno... sí. Ayer. En el parque —confieso por fin, y ahí sí explota el alboroto.

—¡Dios mío! —dice Stephanie, abrazándome de lado—. ¡Al fin! ¿Y qué dijo? ¿Cómo fue? ¡Queremos los detalles!

—Fue... bonito. Muy bonito. Me dijo que me escogía por sobre todas las cosas. Casi me da un infarto.

—¿Y tú qué dijiste? ¿"Ok, gracias"? —bromea Kenia, arqueando una ceja con su tono de sarcasmo experto.

—No, Kenia, no soy tú —le respondo, riendo.

—Oye, yo seré fría, pero jamás perdería la oportunidad de responder a una declaración con un poema dramático o algo por el estilo. Digo, para mantener la estética.

—¿Entonces ya son novios oficiales? —pregunta Milagros, emocionada—. ¡Qué bonito, Adel! Aiden es un amor, me cae súper bien.

—Sí —digo, mordiéndome el labio para no sonreír tanto—. Y no saben lo feliz que estoy.

Stephanie me toma las manos como si estuviéramos en una novela. —Me encanta verte así. Te lo mereces, Adel.

Nos quedamos un momento así, entre risas, bromas y cariño genuino. En medio del caos de la vida, ellas siempre han sido mi lugar seguro. Y ahora, parece que el corazón también está encontrando su propio refugio.

—¡Por fin! —grita Denika.

—Siempre pensé que harían una pareja hermosa —añade Ana.

Yo solo me encojo de hombros, pero por dentro, se me acomoda el alma.

El día pasa entre clases, tareas, y pensamientos que vuelven a él. Me descubro escribiendo su nombre en los márgenes de mi cuaderno, como en una película adolescente, y me río de mí misma.

En el receso, le mando una nota de voz:

Creo que hoy todo se siente un poquito menos gris. Y eres parte de eso. Gracias, Aiden.

Me responde con otra, su voz suave como siempre:

Entonces, haré todo lo que pueda para que te sigas sintiendo así. Porque te mereces lo bonito, Adellai. Te lo mereces todo.

Y por primera vez en semanas, me doy cuenta de que no solo estoy sobreviviendo.

Estoy empezando a vivir de nuevo.

Estoy en clase. El maestro de literatura habla sobre el realismo mágico, pero yo tengo la mirada perdida en el margen de mi cuaderno, donde dibujé un pequeño sol con gafas. Como él. Como mi sol.

Mi celular vibra en silencio sobre la mesa. Lo reviso con disimulo:

Aiden:

¿Cómo va la mañana, mi chica favorita?

Sonrío sola. Siempre logra escribir justo cuando necesito una pausa.

Yo:

Surrealista. Literal. Estoy aprendiendo de García Márquez y tratando de no morirme de sueño.

Responde al instante.

Aiden:

Si tú te mueres de sueño, ¿qué queda para mí? Acabo de salir de cálculo y mi cerebro está oficialmente en huelga.

Yo:

JAJAJA mis condolencias a tu materia gris.

Aiden:

¿Les contaste a tus amigas?

Me muerdo el labio. Lo estaba esperando.

Yo:

Sipi. A las cinco. En plena banca del descanso. Fue épico.

Aiden:

¿Y...?

Yo:

Stephanie gritó. Ana me abrazó. Milagros suspiró como si fuera novela. Denika nos deseo durar mucho y tener muchos hijos. Y Kenia... Kenia dijo: "al fin, pensé que lo ibas a negar hasta que se casaran".

Aiden:

JAJAJA Kenia me representa un poco.

Yo:

Yo sabía que ustedes dos se iban a llevar bien.

Aiden:

¿Me aprueban entonces?

Yo:

Con honores. Les encantaste sin conocerte. Igual que yo.

Tarda un poco más en responder. Luego vibra la pantalla:

Aiden:

Me haces sonreír como tonto en los pasillos. Estoy en la cafetería y ya me vieron raro tres veces.

Yo:

Ni modo, ya te tocaba ser el enamorado visible.

Aiden:

Por ti, siempre.

Apoyo el celular boca abajo sobre el pupitre, como si ese mensaje pesara bonito.

Como si mi pecho tuviera calorcito propio.

Y entonces, sí... puedo seguir con mi clase.

...

Los días siguientes se desdibujan entre tareas, mensajes con Aiden, cafés a medio terminar y momentos de calma fingida.

A veces, el dolor se asoma como una sombra larga. A veces, parece que todo vuelve a ser lo de antes.

Pero no es cierto.

No del todo.

Y aun así, la vida sigue su curso. Una rutina tibia va envolviéndolo todo, como si la normalidad supiera cómo arropar el duelo sin nombrarlo.

Hasta que llega el viernes...

Hoy cumplimos un mes desde que decidimos estar juntos.

Un mes desde aquel "sí" que cambió algo dentro de mí.

Estamos felices. Y por qué no decirlo... muy enamorados.

Aunque últimamente me he sentido algo apagada, cuando lo veo todo se acomoda un poquito. Como si por un instante nada doliera, como si el mundo volviera a tener sentido.

Aún no se lo digo. No sabría cómo explicarle lo que siento ni por qué me siento así. Supongo que aún no tengo la confianza suficiente... o tal vez aún no tengo las palabras.

Pero eso no borra lo feliz que me hace estar con él.

Hoy tendremos una cita casual. Vamos a ir al mercado, sin rumbo fijo, solo caminando, comprando lo que se nos antoje.

Una excusa para estar juntos. Una excusa para sonreír.

Le preparé unos regalos hechos a mano —muy a mi estilo—: unas cartas, unos dibujos, algunos papelitos con frases tontas como "Premio al mejor novio", "Gracias por existir", "Eres mi lugar seguro".

Nada caro, pero lleno de cariño.

Acabo de llegar a casa después de la escuela. Me cambié, puse música bajita y ahora estoy terminando el sobre donde voy a guardar las cartas. Lo decoro con estrellitas y corazones mal hechos, como si eso pudiera guardar el cariño que quiero entregarle esta tarde.

No es perfecto.

Pero yo tampoco lo soy.

Y aun así, sé que cuando lo vea... todo va a brillar un poco más.

A las seis en punto, Aiden ya está afuera de mi casa, con esa sonrisa tímida que se le forma cuando me ve.

Me acerco con el sobre en la mano, lo guardo en mi mochila —no se lo daré todavía—. Primero, quiero disfrutar el momento.

Caminamos hacia el mercado. Él lleva sus manos en los bolsillos, como siempre, pero cuando cruzamos la primera calle, saca una y la entrelaza con la mía. Sin decir nada. Solo eso.

—¿Entonces ya tenemos plan o solo vamos a dejarnos llevar? —le pregunto, con una sonrisita.

—Dejarnos llevar suena bien —responde, mirándome de reojo—. Contigo no me importa el destino.

Me río bajito. Qué cursi... pero también, qué lindo.

El mercado está lleno de gente, luces, colores y aromas. Pasamos por los puestos de frutas, de comida, de cosas innecesarias pero bonitas. Compramos un agua de horchata para compartir y un elote en vaso que terminamos comiendo entre los dos.

Nos sentamos en una banquita a la sombra, como si el tiempo no importara. Le cuento algo gracioso de mis amigas —incluyendo el sarcasmo infalible de Kenia—, él se ríe, y luego me mira como si yo fuera la mejor historia que ha escuchado.

—¿Sabes qué es raro? —me dice—. A veces me siento demasiado feliz contigo. Y me da miedo.

—¿Miedo de qué?

—De que se acabe. De no poder darte todo lo que mereces. De fallarte sin querer.

Me quedo en silencio. Porque entiendo. Porque a veces yo también tengo esos miedos, pero hoy no quiero que ganen.

—Yo también tengo miedo a veces —le digo—. Pero también tengo esto.

Saco el sobre de mi mochila y se lo doy. Lo toma con cuidado, como si pesara más de lo que parece.

—¿Y esto?

—Solo... cositas. Nada del otro mundo.

Él lo abre. Lee la primera carta. Sonríe. Después la segunda. Luego saca uno de los dibujos, el que dice: "Premio al mejor novio". Se ríe, pero sus ojos se humedecen un poquito.

—Nadie me había regalado algo así... nunca.

—Es que nunca habías sido mi novio —le digo, encogiéndome de hombros.

Nos quedamos ahí un rato más, en esa banquita de mercado, compartiendo miradas, palabras suaves y una tranquilidad que se siente como hogar.

Antes de irnos, me toma del rostro y me da un beso en la frente.

—Gracias por quererme —susurra.

Y yo pienso que si esto no es amor, no sé qué más podría ser.

Después de un elote, seguimos caminando hasta toparnos con un puestito de waffles. Esos que huelen a cielo recién horneado y tienen más toppings de los necesarios. Aiden me mira como si supiera exactamente lo que voy a decir.

—¿Uno con nutella, fresas y chispas de colores? —pregunta.

—¿Nos leímos la mente o qué?

—Nah, solo te estoy conociendo muy bien.

Lo pedimos y lo compartimos como si fuera un tesoro. Solo que, en medio de tanta emoción y azúcar, no nos damos cuenta de lo evidente: ambos nos manchamos con nutella. Yo, en la comisura del labio. Él, justo en la punta de la nariz.

Estoy a punto de decirle:

—Tienes algo en la nariz...

Pero se me adelanta:

—Te manchaste —dice, señalando mi boca.

Nos miramos. Parpadeamos. Y en ese momento, notamos al mismo tiempo el desastre chocolatoso del otro.

—¡JA! —decimos a la vez, y estallamos en carcajadas.

Aiden se limpia la nariz con una servilleta, torpemente, y yo intento limpiarme también pero me río tanto que apenas atino.

—Esto es muy romántico —dice con sarcasmo—. Chocolate facial de cortesía.

—Así es el amor real —le respondo—, pegajoso y con azúcar de más.

—Y aún así te sigo escogiendo.

—Y yo a ti, con nutella y todo.

Nos tomamos una selfie justo en ese momento, los dos medio manchados y con la risa desbordándose. Es horrible, pero es perfecta.

Ya casi terminamos el waffle cuando, entre risas, me limpio el último pedacito de nutella con una servilleta y lo miro de reojo.

—Oye... ¿tú crees que deberíamos hacer lo que hacen algunas parejas cursis?

—¿A qué te refieres? —pregunta Aiden, aún sonriendo.

—Ya sabes, eso de comprar un pastelito cada mes y ponerle una vela como si fuera un mini aniversario. Uno por cada mes... hasta cumplir un año.

—¿Y luego qué?, ¿nos compramos un pastel de bodas? —responde, fingiendo estar alarmado.

—¡Aiden! —le doy un pequeño golpe en el brazo, pero no puedo evitar reírme.

—Me parece tierno —dice luego, más serio—. Como una forma de celebrar que seguimos eligiéndonos.

—Exacto —respondo, un poco más bajito—. Aunque sea una tontería, me gustaría que tuviéramos algo así. Algo solo nuestro.

—Pues entonces empecemos hoy mismo. Vamos por un cupcake —dice levantándose con decisión—. Aunque sea con una vela de los de cumpleaños de Winnie Pooh, no me importa.

—Acepto... pero solo si le cantas al pastelito —le digo, con una sonrisa pícara.

—Adellai, no me hagas eso.

—Demasiado tarde, Solís. Esto es un contrato emocional.

Los dos reímos mientras vamos por ese pequeño símbolo, ese primer cupcake que no necesita más que una vela y dos personas que, sin importar las manchas de nutella o las cicatrices del alma, se siguen escogiendo.

Caminamos sin prisa, disfrutando la tarde, hasta llegar a una panadería pequeña con vitrinas llenas de pan dulce y pastelillos. Después de mirar un rato, nos decidimos por un cupcake de vainilla con betún blanco y brillitos plateados en forma de bolitas. Es simple, pero bonito. Perfecto para nosotros.

—¿Este? —pregunta Aiden, señalándolo con una sonrisa.

—Ese. Tiene buena vibra de "mes-versario" —respondo, divertida.

Salimos de ahí directo a una tienda cercana, y después de revolver un poco entre estantes, encontramos una vela con el número 1. Aiden la alza como si fuera un trofeo.

—El destino quiere que celebremos —dice.

Compramos también un encendedor en un puesto del mercado y luego caminamos hasta la plaza que queda cerca de mi casa, esa donde hace exactamente un mes me pidió que fuéramos novios. Es imposible no recordarlo todo.

Nos sentamos en la misma banca, como si el tiempo se hubiera detenido solo para traernos de regreso.

—¿Lista para soplar nuestra primera vela oficial? —me dice.

—Lista.

Colocamos el cupcake entre nosotros. Aiden prende la vela con cuidado, y para nuestra sorpresa, el mundo coopera: no hay viento, no hay gente alrededor. Solo nosotros, una banca familiar y una pequeña llama que no titubea.

Sacamos nuestros celulares y nos tomamos algunas selfies. Salimos manchados de betún, riéndonos como tontos.

Pero en la mirada hay algo más: esa chispa suave de dos personas que están construyendo algo, aunque aún no sepan exactamente qué.

Un mes.

Y lo que venga.

En la siguiente foto, le doy un beso en la mejilla justo cuando sonríe, y su expresión se congela entre sorpresa y ternura. En otra, él se inclina y me besa suavemente la frente, como si ese gesto dijera todo lo que a veces no hace falta decir.

Y en la última, aparece mi gata, como caída del cielo, trepándose a mis piernas como si también quisiera ser parte de la celebración. La cargo con una mano mientras Aiden sostiene el cupcake y toma la foto. Salgo con cara de risa contenida, él haciendo equilibrio para que no se caiga nada, y la gata mirando como reina absoluta.

Así, sin planearlo, terminamos nuestra pequeña sesión de fotos.

Nos sentamos juntos a verlas, pasando una por una entre risas suaves y comentarios tontos. No son fotos perfectas. Algunas están movidas, en otras se nos ve el betún embarrado, y en más de una salimos haciendo caras.

Pero son nuestras.

Y son hermosas, porque nos vemos reales. Naturales. Felices.

Aunque sea por un momento, el mundo parece un lugar tranquilo. Y eso, para nosotros, ya es muchísimo.

Después de tantas fotos y risas, por fin encendemos la vela y la dejamos arder unos segundos más, solo para contemplarla. Luego la apagamos de un soplido compartido, pidiendo un deseo silencioso que no decimos en voz alta, pero que sabemos muy bien.

Nos comemos el cupcake entre los dos, turnándonos cucharadas y riendo cuando el betún amenaza con mancharnos otra vez. El sabor es simple, pero tiene ese no sé qué que todo tiene cuando estás con la persona correcta.

Al terminar, vamos caminando hasta los columpios de la plaza. No hay muchos niños ya, apenas queda alguna que otra familia cerrando su día. Nos sentamos en los columpios, uno al lado del otro, dejando que el movimiento suave nos meza mientras charlamos.

No de cosas trascendentales. Hablamos de lo que vimos en la semana, de un meme que le mandaron, de una canción que me tiene obsesionada. Cosas simples, cotidianas, pero que en su compañía se sienten especiales.

—Ya casi son las nueve —dice, mirando su celular con cierta tristeza suave en la voz.

Asiento. —Aún tenemos media hora. O con suerte... una más.

Nos levantamos con calma, sin prisa, como si cada paso de regreso pudiera estirarse un poco más. Caminamos despacio rumbo a mi casa, nuestras manos entrelazadas, el mundo apagándose poquito a poco alrededor.

Y aunque sé que el tiempo se agota, no me importa. Estoy aquí. Él también.

Y por ahora, eso es suficiente.

Cuando estamos a unas casas de distancia, saco el celular y le mando un mensaje a mamá:

"ya voy llegando, estoy afuera con Aiden"

No pasan ni dos minutos cuando escuchamos el clic de la puerta y la veo salir. Lleva su suéter gris de estar en casa y una sonrisa tranquila que me sorprende un poco. No es que no sea amable... pero con Aiden siempre se muestra un poquito más suave.

—Hola, Aiden —dice con voz cordial mientras se acerca—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal la universidad?

—Hola, señora Ana. Bien, gracias. Un poco pesado, pero ya me voy acostumbrando —responde él con esa educación tan suya, parándose derecho y sonriendo con respeto.

—¿Recuerdas que estudia físico-matemáticas? —le digo a mamá en voz baja, como si estuviera presentándole a un genio.

—¡Ah, sí! —responde ella con interés—. Vaya carrera. Requiere mucha disciplina. Me alegra que te vaya bien.

Aiden asiente con humildad. —Sí, es retadora, pero me gusta mucho. Y trato de organizarme para no dejar el centro cultural. Me ayuda a despejarme.

—Eso me parece perfecto. Lo importante es encontrar un equilibrio, ¿no? Y me alegra que hayan podido salir hoy. ¿La pasaron bien?

Nos miramos cómplices.

—Sí —respondo—. Fue una cita sencilla pero muy bonita.

Aiden sonríe. —Hicimos de todo un poco... hasta sesión de fotos improvisada.

Mamá suelta una risita ligera. —Eso suena a una buena noche. Bueno, ya es tarde. Gracias por acompañarla, Aiden. Que descanses.

—Igualmente, señora. Hasta luego.

Mi madre se mete a la casa con esa última mirada que dice "no se tarden", pero sin decirlo. Aiden y yo cruzamos una sonrisa cómplice, y sin pensarlo mucho, nos vamos a la esquina de mi casa. Hay un pedacito de banqueta amplia ahí, justo debajo del poste de luz que tiñe todo con un amarillo cálido.

Nos sentamos en el piso, espalda contra la pared, rodillas dobladas, nuestras mochilas al lado. Aiden se cruza de brazos, como siempre hace cuando está cómodo. Yo me recuesto un poco en su hombro.

Platicamos un poco más. De cosas pequeñas. De tonterías. De cómo casi tiramos el encendedor con la vela dentro de la bolsa y casi quemamos el cupcake, de cómo la gata apareció justo para posar como celebridad de Instagram.

Reímos. Y luego, cuando hay un silencio bonito, me acuerdo.

—Ah, espera —digo, alzando la vista—. ¡Te quería contar del libro que estoy leyendo!

—¿Otro? —bromea—. ¿Llevas uno por semana o qué?

—Casi. Bueno, este se llama El mapa de los anhelos, de Alice Kellen. Lo empecé hace poco, pero ya me atrapó. Siento que... no sé, que me está hablando directo al corazón.

—¿De qué trata? —pregunta él con interés sincero, ladeando la cabeza.

—De una chica que acaba de perder a su hermana que estaba enferma y recibe una carta que la lleva a cumplir una lista de anhelos que su hermana había escrito para ella... —suspiro—. Es duro, pero también es esperanzador. Como si dijera que, incluso con el corazón roto, aún podemos encontrar razones para seguir buscando algo hermoso.

Aiden se queda en silencio unos segundos. Luego me mira.

—Suena como algo que tú leerías justo ahora.

Asiento. —Sí. Me hace sentir menos sola, de alguna forma. Me recuerda que no todo está perdido. Que aún hay caminos. Anhelos.

—Y que tú también puedes tener un mapa —agrega él, suave.

Le sonrío. No digo nada, pero en ese instante siento que él también está en mi mapa, que es una brújula sin quererlo, que su presencia me está guiando de vuelta a la vida... poquito a poquito.

El aire de la noche es fresco, pero no da frío. No si estoy a su lado.

—Oye... —dice de pronto—, ¿me lo prestas cuando lo termines?

—Solo si prometes tratarlo como a mí: con cuidado y cariño.

Él sonríe. —Entonces no hay problema. Lo firmo con sangre si hace falta.

—Ah, y hay un personaje que me encanta —le digo, acomodándome un poco para contarle mejor—. Se llama Wil. Es el chico en El mapa de los anhelos. Él es como... no sé, una especie de ancla para Grace, la protagonista.

Aiden me mira curioso, animándome a seguir.

—Wil tiene esa mezcla de paciencia y cariño que hace que Grace empiece a abrirse, a encontrar razones para seguir. El romance entre ellos es lento, como de esos que se construyen despacito, sin prisa, con mucho respeto y verdad.

—Suena bonito —dice él, con una sonrisa suave.

Asiento, pensando.

—Lo que más me gusta es que gracias a Wil, Grace logra sobrellevar mejor la muerte de su hermana. Es como si Wil fuera ese apoyo silencioso, esa luz que entra poco a poco cuando todo está oscuro.

—¿Y lo comparas con alguien? —pregunta, intrigado.

—Sí —respondo, un poco pensativa—. Lo comparo con mi abuela. Mamá María era ese tipo de persona que sin muchas palabras te hacía sentir que todo iba a estar bien. Que no importa qué tan difícil sea, ella siempre estaría ahí para sostenerte.

Aiden me mira con atención, como si estuviera descubriendo un pedazo importante de mí.

—Me gusta que tengas a alguien así en tu vida —dice, apretando mi mano—. Y me alegra que los libros puedan ser un refugio cuando la realidad pesa.

—Sí, es como tener un mapa cuando todo está perdido —respondo, apoyando la cabeza en su hombro—. Un mapa que te ayuda a encontrar anhelos nuevos, a encontrar esperanza.

Él asiente en silencio, y en ese momento sé que, aunque no pueda reemplazar lo que perdí, estoy encontrando un Wil en mi propio camino.

Reímos bajito por las charlas que tenemos, para no despertar al vecindario.

Y ahí, en esa esquina cualquiera, me doy cuenta de que no necesito nada más. Porque a veces, lo ordinario se vuelve mágico cuando estás con la persona correcta.

Seguimos charlando un rato más. La conversación fluye fácil, entre risas suaves y silencios que no pesan. A veces me mira y no dice nada, pero en sus ojos puedo leer que está feliz. Yo también lo estoy.

Pero cuando reviso la hora en mi celular, una punzada me atraviesa el pecho.

—Son las 9:40... —susurro, como si al decirlo en voz alta, el tiempo fuera a detenerse.

Aiden asiente con una sonrisa triste.

—Lo sé... se pasó volando —dice, y me aprieta la mano con cariño—. Siempre se pasa volando contigo.

Nos levantamos del suelo, sacudiéndonos un poco la ropa. Caminamos en silencio de vuelta a mi puerta, despacio, como si cada paso fuera una forma de estirar un poquito más el momento.

Ya frente a la reja, nos quedamos parados, mirándonos.

—Gracias por hoy —le digo, con la voz bajita—. Por todo.

—Gracias a ti —responde él, acariciando mi mejilla—. Por ser tú... y por dejarme estar contigo.

Lo abrazo fuerte, de esos abrazos que quieres que duren más de lo que duran. Me hundo en su pecho por unos segundos, memorizando su olor, su calor, ese latido que parece calmarlo todo.

Nos separamos con lentitud, y antes de irse, Aiden me deja un beso suave en la frente.

—Te veo mañana, ¿sí?

—Sí, mañana —respondo, sonriendo.

Lo veo alejarse hasta que dobla la esquina, y solo entonces entro a casa con el corazón lleno. Triste porque terminó, pero feliz porque sucedió.

Y voy hacia mi cuarto, pienso que a veces, el amor más bonito es ese que te deja paz cuando se va, y no ruido.

...

Aiden Solis

Camino de regreso a casa con una calma extraña. El viento nocturno me despeina un poco, pero no me importa. Siento todavía el eco de su risa en mis oídos, y la calidez de su mano entre la mía.

No sé en qué momento pasó, pero estar con Adellai se volvió lo más natural del mundo.

No es perfecta. Yo tampoco. Pero lo que tenemos... se siente sincero.

Y mientras avanzo por las calles medio dormidas de mi colonia, pienso:

"Soy un chico afortunado."

Porque ella existe. Porque me deja estar. Porque me confía su mundo, aunque a veces no sepa cómo hacerlo.

Llego a casa. Papá ya está dormido —mañana entra temprano a trabajar—, así que me meto sin hacer mucho ruido.

—¿Aiden? —me llama mamá desde la cocina.

—Ya llegué, má —respondo, dejando los tenis en su lugar.

Me asomo. Ahí está ella, con su taza de té, y Sofía en la barra, viendo su celular.

—¿Qué tal la cita, Pollito? —dice mi hermana con tono burlón.

—Bien —contesto, y no puedo evitar sonreír—. Muy bien, en realidad.

—¿"Muy bien"? ¿Así seco? No suenas como el tipo de persona que acaba de celebrar un mes de novios —se ríe Sofía.

—Es que no sé cómo explicarlo. Fue lindo. Natural. Nos reímos, nos embarramos de nutella con los waffles, compramos un cupcake con brillitos, le pusimos una velita... nos tomamos un montón de fotos, y... no sé. Me sentí feliz. Verdaderamente feliz.

—Awwww —dice Sofía con exageración—. Qué asco lo cursi... pero qué bonito.

Mamá solo me mira. Sonríe un poco, pero es esa sonrisa que tiene algo más detrás. Como si pudiera ver más de lo que digo.

—¿Y ella cómo está? —me pregunta, con esa voz suavecita que usa cuando va al fondo.

—Mejor... o eso creo. Aunque a veces la noto cansada, como si estuviera fingiendo que todo está bien. Pero confío en ella. Sé que me hablará cuando esté lista. Yo solo... estoy ahí.

—Eso es querer —dice mamá—. Acompañar sin exigir.

—Eso intento —respondo bajito.

Sofía me lanza una servilleta como siempre.

—Te estás enamorando, ¿verdad?

—¿"Te estás"? —me río—. Creo que ya lo estoy.

—¡Awww! —grita como si le doliera y se ríe—. Mamá, me vas a tener que comprar chocolates para el drama emocional que me provoca este niño.

—Ya, ya —dice mamá entre risas—. Déjalo en paz. Me gusta verte así, Aiden.

—Gracias, má —le digo sinceramente.

Y lo pienso. En voz alta, sin querer:

—Gracias... por ella.

Ellas no dicen nada por un momento. Y eso está bien.

Subo a mi cuarto y me acuesto, mirando al techo con una sonrisa que no se me borra.

Hoy fue un buen día.

Y ella... ella lo fue todo.

Estoy a punto de acostarme. Ya apagué la luz principal, tengo la lámpara de noche encendida y acabo de dejar el celular sobre la mesa. Me acomodo entre las sábanas cuando escucho unos golpecitos en la puerta.

—¿Sí? —respondo, medio adormilado.

—¿Se puede? —es la voz de mamá.

—Pasa —digo, sentándome un poco.

Se abre la puerta y entran las dos: mamá con su taza en la mano, y Sofía detrás con una sonrisa demasiado sospechosa.

—¿Qué pasó? —pregunto, alzando una ceja—. ¿Ahora qué trama el comité familiar?

Mamá va al grano, como siempre:

—¿Cuándo nos vas a presentar a Adellai?

Parpadeo, sorprendido.

—¿Eh?

—¡No te hagas! —dice Sofía, riéndose—. Ya llevan un mes y ni una videollamada, ni una foto decente, ni un "mamá, ella es"... nada.

—Ni siquiera sabemos cómo se ve —agrega mamá, fingiendo indignación—. Y ya vimos que te trae más contento que cuando te regalaron tu primer uniforme de taekwondo.

Me río. Es inevitable.

—Ok, ok... ya, tranquilos. —Tomo el celular del buró—. Les voy a enseñar unas fotos de hoy, pero con una condición: nada de gritos, ni de "awwws" exagerados.

—No prometemos nada —dice Sofía mientras se sienta a mi lado, pegando la cabeza a mi hombro.

Mamá se sienta al borde de la cama, con los ojos brillándole de curiosidad.

Les muestro la serie de fotos: la de la velita encendida sobre el cupcake, la selfie en la banca, la de ella dándome un beso en la mejilla, yo besándole la frente, la foto donde aparece cargando a su gata con cara de "¿qué está pasando?", y yo con el cupcake en una mano y el celular en la otra.

—Ay no... es hermosa —dice mamá en voz baja, deteniéndose en la imagen de ella sonriendo—. Tiene unos ojos... color miel, ¿no? Y una expresión tan linda. Se ve dulce.

—Eso es lo primero que noté de ella también —susurro, casi sin darme cuenta.

Sofía se inclina hacia el celular.

—¿Y esta es la gata que salió de la nada?

—Sí. Juro que solo apareció y se dejó cargar como si nada. Fue demasiado random, pero nos reímos muchísimo.

—Se ven naturales —comenta mamá—. Y felices. Me alegra verte así, hijo.

—Gracias —respondo, sintiéndome cálido por dentro.

—Pero que no se te olvide, eh —dice Sofía—. Una cosa es ver fotos y otra conocerla en persona. Ya va siendo hora, ¿no?

—Ya estoy viendo cuándo puede —respondo—. No se preocupen, solo quiero que sea un buen momento. Y que ella esté lista. Es importante para mí que se sienta cómoda.

Mamá asiente, comprensiva.

—Eso habla bien de ti —dice mientras se levanta—. Pero que sepas que aquí la vamos a recibir con gusto. Desde ya se nota que es especial.

—Lo es —susurro de nuevo, sin pensar.

Sofía me da un golpecito en la frente con un dedo.

—Estás enamorado, Pollito.

—Lo sé —respondo, sin vergüenza esta vez.

—Buenas noches, mi amor —dice mamá desde la puerta.

—Buenas noches, campeón del amor —bromea Sofía mientras sale.

Cuando se van, me quedo un rato viendo la pantalla del celular. Vuelvo a mirar sus fotos.

Y sonrío.

Mamá tiene razón.

Sus ojos... parecen llenos de luz.

Y yo tengo la suerte de que me miren a mí.

Siendo así me decido por mandarle mensaje nuevamente...

Es que no te cansas de estar con ella o que.

Nunca.

Aiden:

Hoy fue un día perfecto. Gracias por todo, amor 🩷

Adellai:

Yo también la pasé increíble 🥺

Feliz primer mes, Aiden. No puedo creer lo rápido que se pasó.

Aiden:

Ni yo. Me siento muy afortunado de estar contigo.

Por cierto... te tengo que contar algo 😅

Adellai:

¿Ya me vas a cortar? 😔

Aiden:

¡Jajaja! 😭 Claro que no, loca.

Mi mamá y mi hermana entraron a mi cuarto hace rato.

Adellai:

¿Y? ¿Qué pasó? 😳

Aiden:

Me preguntaron sin rodeos cuándo te voy a presentar. Dicen que ya llevan un mes esperando verte en persona.

Y... les enseñé nuestras fotos de hoy 🫣

Adellai:

¡¿QUÉ?! 😳

No estaba lista emocionalmente para eso JAJAJA

Aiden:

Tranquila, dijeron que te veías hermosa.

Mi mamá se quedó viendo la foto donde te beso la frente y dijo: "Tiene unos ojos lindísimos".

Adellai:

🥺 ay noooo, qué bonitaaaa

¿Y tu hermana qué dijo?

Aiden:

Que ya se nota que estoy completamente perdido por ti... no mintió 🤷🏻‍♂️

Adellai:

😭😭😭💗

Ahora me da curiosidad... quiero ver fotos de ellos.

Aiden:

¿Quieres verlos?

Adellai:

¡Sí! Mándame alguna tuya con ellos o algo así.

Aiden:

adjunta 3 fotos

Mamá y yo en el cumpleaños de Sofía el año pasado.

Sofía y yo saliendo de un café.

Foto vieja con mi papá y yo arreglando una bicicleta cuando era niño.

Adellai:

Awww tu mamá tiene carita de ser súper tierna 😍

Sofía se ve muy inteligente, como que siempre tiene un buen consejo listo jaja

Y tu papá... wow, sí te pareces un montón.

Ya quiero conocerlos 🥹

Aiden:

Y ellos a ti. Te lo juro.

Adellai:

🤍

Aiden:

¿Te gustaría hacer videollamada ahora? Aunque sea un ratito. Quiero verte otra vez hoy.

Adellai:

¿Aunque ya esté con la cara lavada y en pijama de gatitos? 🐱

Aiden:

Especialmente así. Eres más tú.

Adellai:

Ok 🥺 Dame 3 minutos. Pongo luz bonita y me acomodo.

Aiden:

Perfecto. Yo también ya estoy en modo chill.

Te llamo en 3... 2... 1...

La videollamada comienza. La pantalla se divide en dos: Aiden con una sudadera gris, acostado con la almohada de fondo. Adellai con pijama de gatitos, luces tenues detrás, envuelta en su cobija.

Aiden:

(sonríe apenas la ve)

Sabía que ibas a estar bonita, pero wow... no sabía que los gatitos fueran tan fashion.

Adellai:

(ríe)

Cállate, este pijama es vintage, edición limitada, solo para personas con insomnio y ansiedad.

Aiden:

Entonces somos dos.

(pausa, la mira en silencio por un momento)

Te ves hermosa.

Adellai:

(susurra)

Gracias... tú también te ves guapo en modo "ya quiero dormir pero quiero verte antes".

Aiden:

Eso es exactamente lo que soy ahora mismo.

(sonríe)

¿Estás bien?

Adellai:

Sí... solo me siento más tranquila. Contigo me siento segura, Aiden. Como si el mundo bajara el volumen un poquito.

Aiden:

(su mirada se ablanda)

Me alegra escucharte decir eso. Yo estoy aquí para eso, ¿sabes? Para quedarme. Para cuidarte. Para acompañarte en lo que venga.

Adellai:

(lo mira con ternura)

Ya quiero que conozcas a mi familia. Aunque... no sé, mi mamá es medio seca. Pero creo que le vas a caer bien.

Aiden:

Tu mamá ya me saludó una vez, ¿recuerdas? Se nota que te quiere, aunque no lo diga tan fácil.

Adellai:

Sí... igual me gustaría que algún día tú y mi papá hablen. Eres tan diferente a él...

Aiden:

Cuando tú digas. Sin presión.

Y bueno... ya conociste a mi familia por fotos.

Pero eso fue trampa. Yo quiero presentártelos en vivo, cuando estés lista.

Adellai:

(lo mira emocionada)

Sí... quiero. Solo que me da cosita. Pero me da ilusión.

Aiden:

Casi todo lo bueno da un poco de miedo, ¿no?

Adellai:

(susurra)

Sí...

Se quedan en silencio unos segundos, mirándose. No hace falta más.

Aiden:

¿Sabes en qué pensé hoy mientras caminábamos con el cupcake?

Adellai:

¿En qué?

Aiden:

Que si la vida se resume a momentos, quiero que muchos de los míos sean contigo.

Aunque sea solo compartiendo un panecito, con una vela chueca y fotos borrosas.

Adellai:

(se le humedecen los ojos)

Te juro que nunca había sentido esto antes...

Como si todo el caos que tengo dentro tuviera, por fin, un lugar para descansar.

Aiden:

Susúrrame cuando te duela. Grita si lo necesitas. O no digas nada. Yo sabré escucharte igual.

Ella asiente, apenas, pero sonríe con los ojos.

Adellai:

Eres mi lugar seguro, Aiden.

Aiden:

Y tú el mío.

Se quedan un rato más platicando de cosas pequeñas: del libro, del clima, de lo que harán el fin de semana. Hasta que el silencio vuelve, cómodo, suave, como una despedida lenta.

Aiden:

¿Dormimos al mismo tiempo?

Adellai:

Sí.

(apaga su lámpara y se acurruca)

Buenas noches, mi Solís.

Aiden:

Buenas noches, mi Rossi. Que sueñes con estrellas... y con pan de vainilla con brillitos.

...

[Pov Adellai]

Cuando cuelgo la videollamada, me quedo viendo la pantalla negra por un momento. No sé si estoy sonriendo o si estoy a punto de llorar. Tal vez ambas cosas.

Porque hay días que duelen...

Y hay días como hoy, que son como curitas de vainilla con brillitos.

A veces no entiendo cómo funciona el amor, ni por qué llega justo cuando uno se siente rota. Pero llega. Y se queda.

Y Aiden... él se está quedando.

Apago la luz y me acomodo bajo las cobijas. El cuarto está en silencio, pero mi corazón no. Late con fuerza. Late como si recordara que sigo viva.

Pienso en mamá María. En cómo se habría reído si la hubiera visto hoy con la vela en el cupcake. En cómo le hubiera brillado la mirada si conociera a Aiden.

Estoy segura de que le habría encantado.

Y pienso en mí.

En la chica que sigue llorando a escondidas, pero que también sonríe con las cartas que hace a mano.

En la que siente miedo y alegría al mismo tiempo.

En la que ama fuerte, aunque a veces no sepa cómo decirlo.

Soy yo.

Y sigo aquí.

Aprendiendo a vivir con lo que duele.

Aprendiendo a amar lo que queda.

Y encontrando belleza... en los días comunes, que se sienten un poquito menos comunes cuando los compartes con alguien que te mira como si fueras magia.

Cierro los ojos.

Y por primera vez en mucho tiempo, duermo con el corazón en paz.