En las primeras semanas tras su liberación, Kaien se volvió una figura enigmática en la academia.
Lucía como una chica normal: cabello rojo atado en una coleta alta, mirada afilada, uniforme escolar adaptado con botas reforzadas. Pero bastaba con verla concentrarse en algo, o enfadarse ligeramente, para notar cómo una leve aura ígnea comenzaba a emerger de su piel.
Como si el fuego no la obedeciera, sino que la vigilara… y se impacientara.
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(Adaptarse al mundo exterior)
Ren se convirtió, sin planearlo, en su sombra constante.
O quizás, era ella quien comenzó a seguirlo más de lo que admitía.
Entrenaban juntos por las mañanas. Caminaban por los pasillos hablando de cosas triviales: qué tipo de pan era mejor, si los dragones podían roncar, y por qué los baños termales estaban divididos si todos éramos iguales al nacer (esa pregunta casi les gana una suspensión).
Pero cuando nadie más los veía, Kaien bajaba la mirada.
Y hablaba en voz baja.
—Yo era la guardiana de un templo. No por elección… sino por nacimiento. Fui criada para contener al Espíritu Ígneo, “Nahr’zar”. El Fulgor Viviente.
—¿Un espíritu elemental? —preguntó Ren.
—Uno antiguo. De los que existen desde antes que los reinos. Fue sellado dentro de mí cuando era una niña. Pero cuando cumplí trece… lo perdí. Una emoción desbordada, un grito, un instante de debilidad…
Se detuvo.
—¿Murieron? —preguntó Ren, sin juicio en la voz.
Ella asintió.
—Mi maestro. Mi hermana. El viejo cocinero del templo. Todos los que me cuidaban… quedaron reducidos a cenizas.
Los monjes me encerraron. Me llamaron aberración.
Silencio. Solo el viento.
—No eres una aberración —dijo Ren—. Solo alguien que sobrevivió a algo que nadie debería cargar solo.
Kaien lo miró, y por primera vez… sonrió.
No con altanería, ni con tristeza. Sino con gratitud.
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(Transformación Humana: El disfraz de Kaien)
Para poder asistir a la academia sin alarmar a la nobleza o al consejo mágico, Kaien debió sellar su forma original mediante una técnica antigua: la Transformación de Disfraz Viviente.
Con ayuda de Elyra, aprendió a crear una proyección humana que contenía su poder elemental.
A simple vista, parecía una chica más. Pero quienes tenían percepción mágica… veían los hilos de fuego que latían bajo su piel.
—¿No te molesta tener que esconderte? —le preguntó Ren, mientras observaban las estrellas desde la torre oeste.
—Me molesta más haber vivido encerrada en piedra. Esto… es libertad disfrazada. Y por ahora, eso es suficiente.
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(Una nueva rutina, una nueva alianza)
Los días pasaban. Las clases continuaban.
Kaien se adaptaba sorprendentemente bien… excepto por los ocasionales accidentes:
• Una pluma encendida al bostezar.
• Un escritorio carbonizado al aburrirse.
• Un campo de entrenamiento reducido a cráter por estornudar.
—¡Kaien, no puedes simplemente incinerar las pruebas escritas! —gritaba la profesora de Historia.
—¡Me estaban estresando!
Pero Ren, Elyra… y ahora algunos estudiantes, comenzaron a aceptarla. Su fuerza era innegable. Su espíritu, inquebrantable.
Y su lealtad a Ren… absoluta.
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(El trío se fortalece)
Una tarde, mientras entrenaban juntos en el patio sur, Ren les preguntó:
—¿Creen que… hay una razón por la cual nosotros tres estemos juntos?
Elyra respondió sin pensarlo:
—No. La razón vendrá después. El destino no explica. Solo conecta.
Kaien se cruzó de brazos, con una sonrisa ladeada.
—Quizás somos una tormenta esperándose a estallar. Pero si lo somos… me alegra que ustedes estén dentro conmigo.
Ren no respondió. Solo miró sus manos.
La marca de su muñeca —aquella que apareció tras su sueño— ardía una vez más, como si reaccionara al calor de Kaien.
Un fuego… que no buscaba destruir, sino purificar.