Cap.13-Juicio de Luz y Sombras

“No hay equilibrio en el amor de los dioses. Sólo secretos… y consecuencias.”

—Fragmento prohibido del Grimorio de Zevarien

(Alerta en la tierra de reyes)

El cielo sobre el Reino de Velmira no volvió a ser el mismo tras la aparición del Inquisidor Caído. Las nubes parecían más pesadas, el aire más denso, y las sombras más largas de lo natural. La noticia se expandió como plaga: un emisario celestial había descendido con intención de ejecutar un juicio divino… sobre un alumno.

Ren.

La Academia Celestia cerró sus puertas y se convirtió en fortaleza. El rey en persona convocó a su consejo de guerra. Tropas fueron movilizadas hacia las afueras del reino, al borde del Páramo de Marea Silenciosa, un lugar olvidado donde se sentía el eco de antiguos campos de batalla… y donde Malrik aguardaba.

Ren se mantenía en silencio. Su mirada estaba perdida, sus pensamientos nublados.

Las portadoras sabían que algo estaba por romperse dentro de él. No dormía. Apenas hablaba. Solo entrenaba… y esperaba.

(El páramo del fin)

Cuando el sol se ocultó tras una línea roja en el horizonte, Ren caminó solo hacia el páramo. Las portadoras lo siguieron a distancia, preocupadas.

Allí, entre las ruinas de un antiguo altar olvidado, lo esperaba Malrik.

—Has venido —dijo el inquisidor, su lanza brillando como una estrella caída.

—Termina esto —respondió Ren con voz fría.

Pero antes del combate, Malrik levantó el brazo. Y, como conjurada desde las entrañas de la tierra, apareció una figura encadenada… ensangrentada… al borde de la muerte.

—¡Maestro Darek! —gritó Ren al ver a su padrastro, el guerrero exiliado que lo había criado.

—Este hombre fue el error de tu destino —dijo Malrik—. Él te protegió de los ojos del cielo. Por eso fue condenado. Por eso… sufrirá.

Ren cayó de rodillas. Su cuerpo temblaba. La tierra a su alrededor comenzó a resquebrajarse. La piedra se derretía. Sus ojos brillaron como soles inversos.

—No debiste tocarlo —susurró.

Entonces, estalló.

(La bestia oculta despierta)

Un aura negra y blanca cubrió a Ren. Su espalda se elevó como si una fuerza invisible lo arrastrara hacia el cielo. Alas etéreas, formadas de energía oscura y luz fragmentada, brotaron de su espalda. Su cabello se volvió plateado. Y su rostro… dejó de parecer humano.

—Ahora conocerás… el juicio verdadero —gruñó con voz distorsionada.

La batalla que siguió fue un torbellino de luz y destrucción. Cada golpe hacía temblar la tierra. Cada paso dejaba cráteres. La lanza de Malrik atravesaba barreras dimensionales, pero Ren respondía con una furia que quemaba la realidad misma.

Explosiones de energía estallaban como soles. Rayos oscuros caían desde el cielo. El páramo se convertía en un campo de dioses.

—¡Eres un error del universo! —rugió Malrik—. ¡Una aberración creada por fuerzas que no debieron unirse!

Ren lo escuchaba, pero ya no pensaba. Ya no razonaba.

Con un rugido final, atravesó el pecho del inquisidor con una lanza creada de su propia energía, formada de odio, dolor… y destino.

Malrik cayó de rodillas. Sonrió detrás de su máscara.

—Has cumplido tu juicio…

Y se desintegró en luz.

(El monstruo en el héroe)

Pero Ren no se detuvo.

Sus ojos seguían ardiendo. Su poder desbordaba. Y en ese instante… miró a todos los soldados, a las portadoras… y apuntó su mano hacia ellos.

—¡Ren! —gritó Elyra.

—¡Detente! —Kaien voló hacia él, pero fue derribada con una onda de energía.

—¡Por favor! —Silne se lanzó con una barrera de viento, solo para ser empujada con violencia.

—¡Ren, somos nosotros! —Aria lo enfrentó de pie, sin barrera.

Ren levantó su brazo… y entonces, sus ojos se cruzaron con los de ellas. Cuatro miradas que no lo juzgaban… sino que lo amaban. Cuatro voces que lo habían salvado, sin exigirle nada.

La lanza de energía cayó al suelo.

Ren cayó de rodillas, gritando. Y luego… se desmayó.

(El recuerdo olvidado)

En la oscuridad de su inconsciencia, una visión.

Un trono celestial. Una diosa de cabellos blancos como la luna, con ojos dorados que contenían la creación.

Frente a ella, un hombre de cuernos oscuros, el Rey Demonio… y en sus brazos, un pequeño bebé.

—Nuestro amor no debió existir —dijo la diosa—. Pero este niño… no es un error. Es la esperanza prohibida.

—Ren… —dijo el demonio, acariciando la frente del infante.

—Entonces que el destino lo lleve donde deba estar… aunque eso signifique que lo olvidemos.

Y una energía pura, sin nombre, los envolvió a los tres… antes de que la luz lo cubriera todo.

Ren despertó con un grito ahogado.

Las cuatro portadoras estaban a su alrededor. Lloraban.

Y el cielo… ya no parecía tan lejano.