Capítulo 3: Pactos de Sangre

Elena apenas pudo dormir aquella noche. Las imágenes de Aiden, sus ojos intensos y su voz profunda, seguían grabadas en su mente como un eco persistente. Pero no era sólo la atracción lo que la mantenía despierta; era una mezcla de miedo y fascinación por lo desconocido que empezaba a despertar dentro de ella.

A la mañana siguiente, la ciudad de Carthya seguía su ritmo frenético, pero para Elena, cada sonido y cada sombra parecían llevar un significado oculto. Fue entonces cuando Aiden la buscó en su apartamento, esta vez sin la aura imponente de la noche, sino con una vulnerabilidad rara que sorprendió a Elena.

—Hay algo que debo mostrarte —dijo Aiden, extendiendo una pequeña caja de madera adornada con símbolos arcanos.

Dentro, reposaba un medallón negro con un rubí incrustado, que parecía latir con un pulso propio.

—Este es un pacto —explicó—. Un vínculo de sangre entre nosotros. Aceptarlo significa unirte a mí en cuerpo y alma, compartir mis dones y mis cargas. Pero también significa que tu vida cambiará para siempre, y no todos querrán que estés a mi lado.

Elena miró el medallón con mezcla de temor y deseo.

—¿Y si rechazo? —preguntó en voz baja.

—Entonces nuestra conexión se romperá, y los peligros serán aún mayores. No puedo protegerte si no estamos unidos.

Tras una larga pausa, Elena tomó la decisión. Colocó el medallón sobre su pecho y permitió que Aiden le hiciera un pequeño corte en la palma de la mano para mezclar sus sangres. Un calor intenso los envolvió, y una energía nueva, poderosa, comenzó a fluir entre ellos.

Ese momento selló su destino. El pacto los unió, pero también despertó fuerzas que no podían controlar.

Mientras tanto, Morrigan, desde las sombras, observaba cómo se tejía esa unión. Sabía que el poder de Elena había crecido, y con él, la amenaza para la congregación. La bruja comenzó a preparar sus hechizos más oscuros, dispuesta a intervenir cuando fuera necesario.