Capítulo 5: La Congregación Oscura

[Narrado por Morrigan]

La Sala de los Sellos se alzaba oculta bajo el subsuelo de Carthya, más allá de las ruinas del antiguo convento de St. Nocturne. No figuraba en ningún mapa ni respondía a coordenadas terrenales. Para ingresar, había que conocer los susurros de acceso, palabras muertas en lenguas prohibidas.

Yo era la única que podía pronunciarlas sin perder la cordura.

La sala era una cúpula pétrea iluminada por fuego negro; las llamas no daban calor, pero consumían sombras. En el centro, el Círculo del Juicio, una estructura con trece tronos de obsidiana, reposaba con aire solemne. Allí se reunía la Congregación Oscura: las brujas más antiguas y poderosas de nuestro linaje, unidas no por afecto, sino por sangre, temor y poder.

Las hermanas comenzaron a aparecer una por una: Salka de los Bosques, Lysareth la Cruel, Yelna la Pálida, y otras cuyos nombres solo se mencionaban en voz baja por temor a despertar su ira. Sus túnicas negras ondeaban como humo, sus ojos brillaban con hambre, y todas me miraban como si yo fuera una llama que se extendía más allá de su control.

Tomé mi lugar en el trono central, el único con filigranas doradas: la Silla del Enlace, reservada a la que portara la Marca Carmesí, un signo oculto entre mis costillas que me vinculaba con la fuente del poder ancestral.

—¿Por qué nos has convocado, Morrigan? —gruñó Lysareth—. No se activa el círculo sin causa… ni sin sangre.

—El linaje dormido se ha despertado —anuncié, sin necesidad de elevar la voz—. Elena es la heredera del Pacto del Silencio. Y ya ha sellado vínculo con el inmortal.

Un murmullo tembló entre las hermanas. Salka se incorporó de golpe.—¿El vampiro Aiden? ¿Él aún vive?

—No solo vive —respondí—. Ha renacido en ella.

Algunas apretaron los puños, otras sonrieron con los labios, pero no con los ojos. La información había incendiado algo dentro de todas. Sabían lo que significaba: si Elena despertaba por completo… el control de la Congregación sobre Carthya se disolvería.

—¿La eliminamos? —preguntó Yelna, afilando una uña contra otra como si ya anticipara el sabor de su sangre.

—No —dije con frialdad—. No podemos destruirla. Su muerte rompería los sellos que nos protegen. El poder ancestral respondería con furia.

—Entonces controlémosla —insistió otra—. Un collar, un conjuro de esclavitud…

—¿Una maldición? —susurró Salka, relamiéndose los labios secos—. La de Velo Carmesí… sería perfecta.

Yo las dejé hablar. Sabía que cada palabra pronunciada era inútil. Elena ya no podía ser domada por medios comunes. Sentía en ella la misma chispa que había sentido en mí cuando por primera vez caminé entre mundos. Pero lo que no dije —no aún— es que yo también fui como Elena. Y que, en el fondo, no estaba segura de si quería salvarla… o si quería verla consumarlo todo.

Cuando el debate cesó, hablé:

—No la tocaremos aún. Vigilaremos. Observaremos. Manipularemos desde los bordes. Si ella elige nuestro bando, será el arma más poderosa que hayamos tenido. Si no…

Todas comprendieron.

En ese momento, una grieta de magia recorrió el suelo bajo nosotras. Fue solo una vibración tenue, pero antigua. No venía de la sala. Venía de arriba, desde el plano de la superficie. Desde el teatro donde Elena y Aiden sellaron su pacto.

La magia había escuchado nuestras palabras.

—Ella ya está sintiendo el despertar —dije. Me puse de pie y cerré los ojos—. Que así sea. Iniciad el Rastro de Ceniza.

Las brujas comenzaron a recitar el hechizo en voz baja, invocando un velo que nos permitiría observar a Elena desde las sombras, sin que ella nos percibiera. No era vigilancia. Era posesión a distancia. Y si ella caía… caería bajo nuestros ojos.

[Narrado por Elena]

La mañana siguiente fue distinta.

Me desperté con una quemazón bajo la piel. No era fiebre. Era una energía que vibraba desde la base de mi columna hasta la coronilla. El medallón pulsaba contra mi pecho como si tuviera corazón propio, y mi respiración salía en pequeñas nubes de vapor… a pesar de que el cuarto no estaba frío.

Tuve un sueño. No, más bien una visión.

Una sala circular con trece mujeres que hablaban en un idioma que no conocía… pero que entendía. Me observaban como si yo fuera un error o una promesa. Como si les perteneciera.

Me levanté de la cama con las piernas temblorosas. Fui al baño, me lavé el rostro. Cuando levanté la vista, el espejo me devolvió algo que no esperaba.

No era sólo yo. Detrás de mis pupilas… había otra cosa. Un fulgor rojizo. Poder. Antiguo. Vivo.

—¿Qué me estás haciendo, Aiden? —susurré, aunque sabía que la respuesta no estaba con él.

La respuesta estaba dentro de mí. Y acababa de despertar.

[Narrado por Aiden]

No podía protegerla de todo.

Esa noche, me acerqué a la Biblioteca del Umbral, donde se guardaban los textos prohibidos que ni siquiera los míos se atrevían a tocar. En sus catacumbas estaban las profecías que hablaban del renacimiento de la Hija del Silencio. Una criatura que sería al mismo tiempo destrucción y redención.

Los textos eran vagos, pero hablaban de un linaje que cruzaba la sangre de los vampiros con la de las magas más puras. Solo ocurría una vez cada cinco siglos. Y cuando la luna roja aparecía sobre Carthya, como esa noche… el sello se rompía.

Elena no era solo una bruja. Ni una simple humana con magia.Era el portal.Una conjunción de razas, poderes y antiguos rituales.

Y yo… estaba enamorándome de ella.

[Narrado por Morrigan]

En mi espejo oscuro, vi el momento exacto en que Elena sintió su visión. Vi su reflejo, su reacción, su confusión. Y sentí algo que no sentía desde hacía siglos: un estremecimiento.

No por miedo.

Por emoción.

El tablero está dispuesto. Las piezas se mueven. El fuego empieza a alzarse.

La Congregación Oscura ha despertado.

Y la ciudad de Carthya jamás volverá a dormir.