Capítulo 4: Entre Lujo y Sombras

Punto de vista de Alice

El día después del atentado parecía haberse alargado hasta el infinito. El hospital privado donde mi madre había sido atendida se sentía más como un mausoleo que un refugio. Las paredes blancas, frías y estériles, no podían borrar la sensación de vulnerabilidad que me envolvía.

Mi mente seguía viajando a esa fatídica noche. El sonido de los disparos, el grito ahogado de mi madre, la sangre. ¿Cómo podía ser que alguien quisiera matar a mi padre? Y aún más aterrador, ¿quién se atrevería a atacar a nuestra familia de esa manera?

Mi padre, Maximiliano Salvaterra, era un hombre de poder. Había construido su imperio desde cero, luchando en el mercado de los hoteles, conquistando a la alta sociedad. Con su mirada afilada y su estilo impecable, nunca había mostrado debilidad ante nadie. Pero esa noche, vi algo que nunca había visto en él: miedo.

—Alice —dijo, su voz grave interrumpiendo mis pensamientos. Me miró desde su lugar, la luz que entraba por la ventana iluminaba su rostro, dándole un aire aún más intimidante.

—Vamos a hacer que esto termine.

Mis ojos se encontraron con los suyos. Había algo en su mirada, una determinación feroz que me decía que cualquier cosa que estuviera en su camino, se aplastaría sin compasión.

En ese momento, mi mente trataba de entender la gravedad de lo que había sucedido, pero mi cuerpo reaccionaba diferente. Sentía como si todo hubiera quedado en pausa y los demás se movieran en cámara lenta. El aire acondicionado, el brillo de los cristales a través de las ventanas… todo parecía irreal. Mi madre, con la pierna aún vendada, descansaba en la cama, ajena a mi caos interior.

En cuanto a él… Dere Ferrel, el guardaespaldas asignado a mi protección.

Era difícil ignorar su presencia. Alto, musculoso, con esos tatuajes que cubrían sus brazos como una segunda piel. Cada vez que lo miraba, una sensación extraña recorría mi cuerpo. ¿Por qué me sentía tan inquieta?

—¿Todo bien, Alice? —su voz rasposa interrumpió mis pensamientos.

Lo miré de nuevo, encontrando su mirada fija en mí. No había emoción en sus ojos, solo un control absoluto.

—Sí —respondí sin mucha convicción, tratando de disipar el nudo en mi estómago.

Punto de vista de Maximiliano

Lo había perdido todo en un abrir y cerrar de ojos. En mi mente, la imagen de la limusina destrozada no dejaba de repetirse. Mi chofer muerto, mi esposa herida… ¿y mis enemigos aún sueltos? Esto era personal.

La policía aún no había identificado a los atacantes, pero yo sabía que no era un robo común. Este era un mensaje. Un mensaje claro. No permitiría que esto quedara impune.

Moncada… ese nombre rondaba en mi cabeza, una sombra que crecía con cada segundo que pasaba. Mi socio, mi amigo, ¿sería capaz de algo así?

El dolor de la traición me quemaba por dentro. Moncada siempre había sido ambicioso, pero no pensé que llegaría tan lejos. ¿Qué podía esperar de alguien que se alimentaba de la avaricia? Estaba claro que ahora quería más: mi imperio. El legado que había creado, con sudor y sacrificio, no lo entregaría tan fácilmente.

Al llegar a la mansión, me sentí más vulnerable que nunca. Todo mi mundo de lujos, mi hotel, mi familia, todo estaba en juego. Pero una cosa era segura: no me dejaría derribar.

Alice, mi hija, parecía aún más frágil de lo que realmente era. A sus veinte años, seguía siendo una joven soñadora, enfocada en sus estudios de modelaje, ajena a las sombras que acechaban nuestra familia. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, esa noche algo en ella había cambiado. Se había vuelto más consciente de lo peligroso que era el mundo en el que vivíamos.

Y Dere Ferrel… el hombre que estaba destinado a protegerla. No me gustaba confiar en extraños, pero sabía que Marco tenía razón. Dere era la mejor opción. Él venía del mundo militar, tenía la mirada de alguien que había estado en el infierno y había sobrevivido.

Lo observé por un momento, su postura relajada, su actitud implacable. Me daba la sensación de que no sentía miedo por nada, ni por nadie. Algo en su calma me desconcertaba. Pero sabía que si estaba al lado de mi hija, la protegería. Al menos, eso esperaba.

—No quiero que te acerques a Alice. —le dije, mis palabras cargadas de advertencia.

El hombre no reaccionó, solo asintió. Pero en sus ojos vi un destello de entendimiento.

Punto de vista de Alicia

El dolor en mi pierna era insoportable, pero lo soportaba en silencio. Sabía que mi familia me necesitaba fuerte. El hecho de que Maximiliano y yo estuviéramos en peligro no solo afectaba nuestras vidas, sino también la de Alice. No podía permitirme perder el control.

Mi mente, aún nublada por la anestesia, se centraba en una sola cosa: mi hija. ¿Cómo reaccionaría a todo esto? Alice siempre había sido tan optimista, tan llena de sueños y esperanzas. Pero esta noche, el brillo en sus ojos había cambiado. Había un manto de incertidumbre, y sentí una punzada de culpa. Había tratado de protegerla de este mundo de poder y negocios, pero la realidad era que nada nos protegía de la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

Miré a Maximiliano, que no parecía descansar ni un segundo. Siempre tan impetuoso, tan lleno de energía, siempre dispuesto a luchar por lo que amaba. Pero esa vez, lo vi diferente. La furia en sus ojos, el cansancio en su cuerpo, todo indicaba que la batalla que estaba por comenzar sería mucho más grande de lo que imaginábamos.

De alguna manera, sabía que esta era la calma antes de la tormenta.