Punto de vista de Alice
Los días que siguieron al atentado fueron largos, interminables. La mansión Salvaterra, que siempre había sido un refugio de lujo y elegancia, ahora se sentía más como una fortaleza rodeada de sombras. Había una constante sensación de alerta en el aire. Los periódicos esparcidos por el jardín solo recordaban la pesadilla que habíamos vivido, y las noticias no paraban de mencionar el ataque a la familia Salvaterra. Sin embargo, había algo que aún no sabíamos: quién estaba detrás de todo esto.
Mi madre, Alicia, pasó las primeras horas después de su operación descansando, inmóvil en la cama. La pierna herida le dolía, pero los médicos decían que se recuperaría. Yo solo podía esperar. Maximiliano, por otro lado, ya no era el hombre fuerte que solía ser. Su rostro, marcado por la fatiga y la tensión, hablaba por sí mismo.
Hoy, estaba sentado frente a su escritorio, mirando los papeles con la mirada fija, como si tratara de entender algo que le resultaba inalcanzable. Podía ver que algo lo preocupaba, pero no decía nada. Tal vez sabía que el peligro no había pasado, o tal vez algo más lo estaba carcomiendo por dentro.
De repente, mi teléfono vibró sobre la mesa, interrumpiendo mis pensamientos. Era Cristina, mi mejor amiga. El simple sonido de su nombre me dio un poco de consuelo en medio del caos.
La respondí de inmediato.
—¡Alice! —exclamó su voz a través del teléfono, siempre tan enérgica, tan llena de vida—. ¿Estás bien?
Una oleada de alivio me invadió al escuchar su voz familiar.
—Estoy… tratando de estar bien, Cristina —respondí, pero no pude evitar que la tristeza se filtrara en mi tono—. ¿Cómo te has enterado?
—¿Cómo no? ¡Todo el mundo está hablando de lo que pasó! Los periódicos, las noticias… es una locura. Vi la foto de la limusina… ¡¿cómo están tus padres?!
Respiré hondo.
—Mi mamá está mejor. El médico dice que se recuperará, pero aún tiene tiempo de reposo. Y mi papá… sigue con su mente en otra parte. Está más preocupado por encontrar a los responsables que por descansar.
Cristina hizo una pausa.
—¿Y tú? ¿Cómo estás tú? ¿Qué ha pasado con esa historia de los guardaespaldas?
La pregunta me sacudió un poco. Lo cierto era que tener a Dere Ferrel siguiéndome a todas partes no era lo que más me preocupaba en este momento. Pero la realidad era que ahora, era parte de la vida que mi padre había elegido para mí. La protección no era solo para él, sino para todos nosotros.
—Ya sabes cómo es mi papá. Siempre tiene todo bajo control, pero ahora… es diferente. Los guardaespaldas están en todas partes, y me asignaron uno de ellos como sombra personal —le dije, un poco incómoda con la idea—. Su nombre es Dere, y es… un tipo serio.
Cristina se rió.
—¡¿Serio?! ¿Eso es todo? ¿Qué más puedo esperar de un guardaespaldas? Aunque me imagino que debe estar muy guapo, ¿verdad?
—¡Cristina! —respondí, sonrojándome sin querer.
Pero antes de que pudiera continuar la conversación, la voz de mi padre irrumpió en la habitación.
—Alice, necesito hablar contigo.
Punto de vista de Maximiliano
La noticia del atentado aún resonaba en los pasillos de la mansión. Los periódicos llenaban las mesas, las sillas y el jardín, como si se estuviera burlando de mí. Nadie, absolutamente nadie, parecía entender lo que significaba todo esto.
Mi mente estaba dispersa, viajando entre el dolor de la pérdida de mi chofer y la sensación de que alguien cercano a mí había traicionado mi confianza. Sabía que no podía seguir en la ignorancia por más tiempo. Quería respuestas, y las quería ahora. Pero aún no podía siquiera sospechar de Moncada.
La situación se complicaba más de lo que imaginaba. A pesar de todo lo que había sucedido, tenía que cumplir con mis responsabilidades. Mi viaje a China no podía retrasarse. La conferencia con mis socios chinos era vital para el futuro de mi imperio.
Me acerqué a Marco Ferrel, el encargado de la seguridad.
—Voy a necesitar a cinco guardaespaldas para este viaje. Tienen que estar en cada paso que dé, especialmente cuando esté en contacto con los socios. La situación es crítica, no puedo permitir que nada salga mal.
—Entendido, señor Salvaterra —respondió Marco con firmeza.
Me dirigí a Alice, que estaba en el salón, mirando pensativa por la ventana. El brillo de la luz de la mañana la hacía ver aún más vulnerable, pero también más decidida. Era la hija de un hombre que siempre luchó por lo suyo, y no iba a dejar que nada la derrumbara.
—Alice, necesito que permanezcas con tu madre durante mi ausencia.
Ella asintió, pero su mirada estaba fija en algo más allá de mí, como si viera el futuro y no estuviera segura de qué iba a traer.
—Mi madre está mejor, papá. No te preocupes. Pero… ¿y tú? ¿Estás seguro de que este viaje es lo que más necesitas hacer ahora?
La pregunta me dejó sin palabras. Sabía que Alice entendía que lo que más me preocupaba era ella y su madre, pero también sabía que sin ese viaje, el futuro del hotel y la seguridad de todos estarían en peligro.
—Este viaje es necesario, Alice. Confía en mí —le dije, sin poderle dar más detalles—. Tú estarás bien.
Cuando volví a salir de la habitación, me encontré con Alicia, que estaba descansando. Le di un beso en la frente, asegurándole que todo estaría bajo control. En cuanto se recupere, le asignaré un chófer y un guardaespaldas, porque, aunque parezca todo en orden, la amenaza no ha desaparecido. Alicia debe estar segura, especialmente cuando regrese al hotel.
Punto de vista de Alicia
El dolor en mi pierna era insoportable, pero el pensamiento de Maximiliano viajando solo a China me dejó una sensación más amarga. Yo no era tonta. Sabía que algo no estaba bien. Algo que no me estaba diciendo.
Alice era fuerte, lo sabía. Pero yo también tenía miedo por ella.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando el sonido de la puerta abrió. Dere Ferrel entró con su postura imponente, su mirada fija en mí.
—Señora Salvaterra, todo está listo para su recuperación. Le aseguro que estaré con ustedes durante todo el proceso.
Era extraño tener a alguien como él cerca, pero no podía negar que su presencia, aunque intimidante, era tranquilizadora. Había algo en su manera de moverse, en la forma en que no dejaba nada al azar.
—Gracias, Dere.
Lo observé por un momento antes de que se retirara. La seguridad era una necesidad, y si había alguien en quien podía confiar, era él, aunque no fuera fácil confiar en nadie.