Punto de vista de Alice
El sol brillaba con fuerza esa mañana. El aire fresco y el sonido de las hojas moviéndose con el viento creaban una atmósfera que, por un momento, lograba aliviar la tensión que había estado acumulándose en mi pecho. Mi madre aún descansaba en su habitación, recuperándose poco a poco, y mi padre seguía en China, ocupado con sus socios.
El silencio en la mansión era ensordecedor, casi asfixiante. A pesar de la magnitud de lo que habíamos vivido, el peso de la incertidumbre seguía colgando sobre todos nosotros. Afortunadamente, hoy era un respiro. Quería desconectar por un rato, aunque fuera solo por unas horas.
Decidí llamar a Cristina y Rebeca, mis dos amigas. Cristina estaba al tanto de todo, siempre dispuesta a escucharme y hacerme sentir que no estaba sola. Rebeca, por otro lado, siempre había sido una de esas amigas más extrovertidas, que podía aportar un toque de ligereza a cualquier situación. Sabía que necesitaba un poco de eso.
La conversación con Cristina fue breve, pero su entusiasmo era palpable. No tardó mucho en decirme que estaría en la mansión en menos de una hora. Rebeca, en cambio, parecía aún más emocionada. La idea de pasar el día juntas en la piscina, con un buen libro y un cóctel, era todo lo que necesitaba. Pero había un detalle: Dere Ferrel.
El pensamiento de tenerlo cerca me incomodaba un poco. No porque no confiara en él, sino porque su presencia, tan imponente y silenciosa, siempre me dejaba con una sensación extraña, una mezcla de protección y distancia. Aún así, sabía que era necesario.
Las horas pasaron y, cuando finalmente llegaron, nos dirigimos al jardín. La piscina estaba impecable, como siempre, con el agua reluciendo bajo el sol. Rosa, la mucama de la casa, me acompañó a dar un paseo por el jardín antes de entrar al agua. Mientras caminábamos, podía sentir el peso de las miradas protectoras que se posaban sobre mí. Era casi imposible escapar de ellas.
—¿Cómo se siente, señora? —preguntó Rosa, siempre tan amable y atenta.
—Mejor, Rosa. No es lo mismo que antes, pero voy mejorando. Es solo que… a veces me siento atrapada, ¿sabes? Como si no pudiera hacer nada sin que alguien me esté vigilando.
Rosa me sonrió con una suavidad maternal.
—Es por su seguridad, señora. Todos queremos que se recupere bien.
Cuando llegamos a la piscina, Dere ya estaba allí, apoyado contra una de las columnas que rodeaban la zona. Su mirada estaba fija en todo lo que ocurría a su alrededor, como siempre, pero al verme, asintió levemente, reconociéndome sin decir una palabra. No había necesidad de hacerlo, su presencia lo decía todo.
Cristina y Rebeca llegaron poco después, acompañadas de risas y comentarios despreocupados. Mientras se acomodaban en las tumbonas, ambas parecían aliviadas de ver que, por una vez, las sombras no estaban sobre nosotros. La calma había regresado, aunque solo fuera por un rato.
—¡Alice! —gritó Rebeca, lanzándose al agua sin pensarlo. —¡Vamos a disfrutar de este día como si nada hubiera pasado!
Me reí, aunque mi corazón aún latía con fuerza. Pero no podía negar que su actitud me alegraba. Cristina se acercó a mí mientras nos sentábamos al borde de la piscina, mojándonos los pies.
—Sabes, Alice, tienes que relajarte más. Todo esto te está afectando más de lo que crees. —Cristina me miró fijamente, como si intentara leerme.
Suspiré y me dejé llevar por el momento, sintiendo el agua fría acariciando mis tobillos.
—Lo sé. Pero cuando estás rodeada de este tipo de protección, es difícil no pensar en lo que podría pasar.
Rebeca, desde el agua, hizo una mueca.
—¡Alice! Relájate, ¡estás demasiado tensa!
Dere, que hasta entonces había permanecido en su lugar, se acercó con paso firme, vigilante, pero sin intervenir. Su presencia seguía imponiéndose, incluso en un momento como este. Rebeca, sin embargo, no pudo evitar hacer un comentario, como era habitual en ella.
—¿Así que este es el famoso guardaespaldas que te sigue a todas partes, Alice? —Rebeca sonrió de manera juguetona, mirando a Dere con una mezcla de curiosidad y admiración.
Dere no respondió, simplemente se quedó de pie, observando desde su posición, su expresión impasible. La tensión en el aire se hizo palpable, pero Rebeca parecía disfrutar de la situación. Cristina, por otro lado, observaba la escena con una sonrisa traviesa.
—Vamos a dejarlo en paz, Rebeca —dije, con un toque de broma, intentando aligerar el ambiente—. Dere está haciendo su trabajo.
—¡Oh, claro! —dijo Rebeca, guiñando un ojo a Dere—. Yo solo quiero saber si eres tan rudo como pareces.
La sonrisa de Dere no fue visible, pero su mirada, aunque dura, parecía suavizarse un poco.
—Solo hago mi trabajo —dijo, con voz profunda y tranquila.
De repente, las risas cesaron un momento. Un sentimiento de incomodidad me invadió, como si el momento de relajación fuera solo una ilusión. Pero, en ese instante, me di cuenta de que quizás tenía razón. Necesitaba encontrar un respiro, aunque solo fuera por un instante. Necesitaba sentirme humana de nuevo, fuera de las sombras de la seguridad y la protección.
Con una respiración profunda, me incliné hacia atrás, dejando que el sol acariciara mi piel. Este día, a pesar de todo, era mío.