Capítulo 7: La Calma Aparente

Punto de Vista de Alice

El día comenzaba a caer y la mansión Salvaterra seguía tan imponente como siempre, rodeada por sus jardines perfectamente cuidados. La casa en sí era un símbolo de la riqueza y el esfuerzo de mi padre. Desde la entrada principal, un camino pavimentado y flanqueado por altos árboles conducía hasta el enorme portón de hierro forjado. Al abrirse, se revelaba la grandiosa edificación: columnas de mármol, grandes ventanales de vidrio que dejaban ver los espléndidos interiores, y jardines que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. Un paraíso oculto tras los muros de esta fortaleza de lujo.

Por dentro, la mansión no se quedaba atrás. Al entrar, te recibían altos techos adornados con molduras doradas y una gran escalera de caracol que daba acceso a los pisos superiores. Los suelos de mármol blanco brillaban bajo los candelabros de cristal. La decoración era sofisticada pero cálida, un equilibrio entre el lujo y la comodidad que hacía que el lugar pareciera más una casa que una exhibición de riqueza. Cada rincón tenía su propio toque personal, desde las obras de arte colgadas en las paredes hasta los muebles de madera fina. Sin embargo, no podía evitar sentir que todo estaba sometido a una vigilancia invisible, una vigilancia que me acechaba a cada paso.

El comedor principal era enorme, con una mesa de roble oscura que podría acomodar a veinte personas sin dificultad. Los candelabros de cristal iluminaban la estancia con una luz suave, pero en su brillo, se reflejaban los recuerdos y secretos de esta familia. A la izquierda, una chimenea de mármol blanco dominaba la pared, dando un toque acogedor en contraste con la frialdad de los alrededores. Aquí se servía la comida, aunque los servicios no eran siempre iguales. A veces, la comida era un festín, otras veces una comida más sencilla, pero siempre con la calidad que la mansión exigía.

La Ropa de los Personajes

Cuando Alice se preparó para el día en el jardín, optó por algo sencillo pero elegante. Se puso un vestido blanco de lino, que caía suavemente sobre su figura esbelta, sin perder la clase. El vestido era ceñido en la cintura y luego fluía con un movimiento ligero, permitiendo que el aire tocara su piel de manera refrescante. Unas sandalias de cuero blanco completaban su atuendo. Decidió dejar el cabello suelto, con ligeras ondas que caían sobre sus hombros, y usó un sombrero de paja, elegante y funcional para el paseo por el jardín.

Cristina, por otro lado, llegó con un estilo más relajado pero igualmente sofisticado. Lucía un conjunto de shorts de mezclilla y una blusa de seda color azul celeste, acompañada de unas sandalias planas. Su cabello, recogido en una coleta baja, resaltaba su rostro libre de maquillaje. Aunque su atuendo era casual, había algo en la forma en que lo llevaba que le confería una elegancia natural.

Rebeca fue quien se destacó con su estilo audaz. Llevaba un conjunto de baño moderno debajo de una camisa de lino oversize de color coral, con un pañuelo de seda atado a su cuello. Sus gafas de sol eran de gran tamaño, lo que le daba un aire de diva, y llevaba un bolso pequeño de lujo colgado al hombro. Su actitud despreocupada la hacía aún más llamativa.

Dere, siempre impecable, llevaba un conjunto más formal para estar en el jardín. Optó por unos pantalones oscuros y una camiseta de manga larga negra, sin ningún logo o diseño visible, que acentuaba su complexión musculosa. Sobre su hombro, llevaba una chaqueta ligera, de color gris, que dejaba ver sus tatuajes que recorrían su brazo izquierdo y parte de su torso. A pesar de su atuendo relativamente sencillo, su presencia imponía respeto.

La Comida

A medida que la tarde avanzaba, la luz del sol se reflejaba en la piscina y la mansión parecía adentrarse en la calma del atardecer. La comida fue algo sencillo, pero como siempre, elaborado con la atención al detalle que caracterizaba el servicio de la casa.

Rosa, la mucama, preparó un picnic en el jardín para los invitados. Había ensaladas frescas con ingredientes orgánicos del huerto de la mansión: lechugas variadas, tomates cherry, pepinos, y aguacates, todo aderezado con una vinagreta casera. Para acompañar, había una tabla de quesos, charcutería y pan artesanal, acompañado de frutas frescas como uvas, melones y manzanas. El plato principal fue un risotto de setas con parmesano, servido en platos de porcelana blanca que destacaban sobre el mantel de lino. El agua con rodajas de pepino y limón se servía en jarras de cristal, y el vino, una botella de Cabernet Sauvignon, se ofrecía en copas elegantes.

Mientras comían, los silencios entre las risas de Cristina y Rebeca eran profundamente marcados por las miradas de Dere, quien observaba cada movimiento con una precisión casi militar. Aunque no intervenía en la conversación, su presencia era innegable.

De fondo, se escuchaba el sonido suave de las olas de la piscina moviéndose con el viento, mientras que las hojas de los árboles se movían suavemente, como si la naturaleza misma estuviera atenta a todo lo que ocurría en ese preciso momento.

El Servicio y la Rutina

En la mansión Salvaterra, el servicio era impecable, y aunque la familia no se encontraba en su totalidad, la rutina seguía siendo la misma. Rosa y los otros empleados de la casa se encargaban de que todo estuviera en orden. Como siempre, se aseguraban de que la casa estuviera perfectamente limpia y organizada. Las camareras preparaban la comida, mientras los jardineros mantenían el jardín sin una sola hoja caída fuera de lugar. Había un ambiente de orden y eficiencia, pero también de una cierta distancia.

En cuanto a Dere, su presencia no solo era una protección para Alice, sino también una sombra constante sobre la mansión. Cada paso que daba estaba medido. No podía evitarlo. Aunque pasara desapercibido en momentos, su energía era como una cuerda tensada a punto de romperse. Nadie se atrevía a acercarse demasiado, sabiendo que cualquier movimiento podría ser percibido. Sin embargo, había algo en él que, a pesar de su carácter fuerte y distante, indicaba que estaba allí para proteger y, de alguna manera, también para cuidar de la familia Salvaterra.

Un Momento de Relajación

A pesar de todo el estrés, Alice, Cristina, y Rebeca lograron disfrutar de una tarde tranquila en el jardín. Mientras la tarde se desvanecía, la risa y las conversaciones se hicieron más relajadas. Alice se permitió desconectar por un momento, disfrutando de la compañía de sus amigas y del entorno pacífico, a pesar de que las sombras de la inseguridad seguían acechando desde lejos.

Este momento fugaz de tranquilidad no duró mucho, pero fue lo suficiente para recordarle a Alice que, a pesar de los desafíos que enfrentaba, aún había momentos de paz y de belleza en medio del caos.