Capítulo 8: Enfrentamientos en la Mansión

El sol ya se encontraba alto, y el aire en el jardín de la mansión comenzaba a caldearse. Alice, con el bikini que le ajustaba perfectamente al cuerpo, se encontraba mojada tras un largo baño en la piscina. El agua, fresca y revitalizante, había calado profundamente en su piel, dejando pequeños destellos de gotas sobre su cabello rubio, que caía desordenado sobre sus hombros. Las luces del sol dibujaban sombras sobre su cuerpo esbelto mientras caminaba, de manera casi desafiante, hacia la entrada trasera de la mansión.

El sonido de sus pies desnudos golpeando el mármol de la cocina resonaba suavemente en el aire tranquilo de la mansión. Alice abrió la puerta de la cocina sin hacer ruido, en busca de lo único que podía saciar el calor abrasante del día: un helado. La nevera, repleta de opciones lujosas y exquisitas, era uno de los lugares favoritos de Alice, quien sabía que en su interior siempre había algo delicioso esperando ser descubierto.

Al abrir la puerta de la nevera, Alice estiró la mano para tomar su helado favorito, un sorbete de frutas tropicales. Justo cuando iba a cerrarla, una sombra de figura imponente se dibujó frente a ella. Era Dere, quien estaba sentado a la mesa, aparentemente disfrutando de su almuerzo con una tranquilidad que no correspondía con la situación. La luz de la cocina lo bañaba, resaltando cada uno de sus músculos y sus tatuajes. La figura de Dere, siempre serio y aparentemente distante, la miraba con esos ojos oscuros y penetrantes que no dejaban de transmitir una mezcla de calma y control.

Alice levantó la mirada, sintiendo cómo la tensión crecía en el aire. Con una sonrisa arrogante, dio un paso hacia él, levantando el mentón en señal de superioridad.

— ¿Tú aquí? — Alice preguntó con voz firme, como si el hecho de que él estuviera en la cocina fuera una ofensa. — ¿No se supone que deberías estar vigilando? O mejor, ¿por qué no te ocupas de algo útil en lugar de estar aquí comiendo, como si tu presencia no tuviera un propósito? — Alice soltó, con un tono desafiante.

Dere no movió un músculo. Su postura se mantenía erguida, rígida, y sus ojos permanecieron fijos en Alice. Sin una sola palabra, continuó comiendo con calma, su actitud tranquila desafiaba la arrogancia de Alice. No se sentía intimidado, ni un poco.

— ¿Es que no tienes nada mejor que hacer, además de interrumpir mi almuerzo? — respondió Dere con frialdad, su tono grave y firme, sin la más mínima emoción.

Alice frunció el ceño, sorprendida por su calma. No estaba acostumbrada a que alguien, menos aún un simple guardaespaldas, la tratara de esa manera. En su mundo, todo giraba en torno a ella, y esperaba que los demás también lo entendieran.

— No soy "simple" — respondió él, anticipando el giro de su pensamiento. Sus palabras fueron cortantes, directas, como una espada afilada. — Soy el guardaespaldas de tu familia, y como tal, mi primer deber es protegerte. Si eso significa que debo estar en cualquier lugar que me necesites, entonces lo estaré, aunque me encuentres comiendo en la cocina. No esperes que me disculpe por eso. — dijo, sin dejar de comer.

Alice lo observó en silencio, la incredulidad cruzando por su rostro. ¿Cómo podía alguien ser tan imperturbable? Sin embargo, algo en su postura y en su respuesta le hizo sentir una chispa de irritación. Se acercó más, como si fuera a desafiarlo nuevamente.

— ¿Y qué, piensas que me va a importar lo que digas? ¿Acaso crees que tu trabajo como guardaespaldas es más importante que mis propios deseos? — preguntó, esta vez con un aire aún más desafiante, mientras recorría la cocina con la mirada. Su voz se elevó, cargada de arrogancia.

Dere la miró sin pestañear. Su expresión era de hierro, sin una sola grieta.

— Piensa lo que quieras. No me afecta. Pero no te equivoques, Alice. Yo no estoy aquí para ser tu amigo, ni para ganar tu simpatía. Estoy aquí para protegerte. Nada más. Y si eso implica soportar tus arrogantes comentarios, lo haré sin titubear. — dijo con un tono autoritario, pero sin dejar de ser respetuoso.

Alice no dijo nada durante un momento. El ambiente entre ellos se tensó aún más, como si las palabras flotaran en el aire. Por un segundo, Alice sintió que la balanza de poder ya no estaba de su lado. Algo en la forma en que Dere se mantenía impasible y firme comenzaba a alterar la seguridad que siempre había tenido sobre sí misma. Nadie, nunca, la había tratado con tan poca consideración. Nadie, nunca, la había desafiado de esa manera.

De repente, una parte de ella deseó que él cediera, que se rindiera ante su actitud. Pero eso no pasó. En lugar de eso, él se limitó a seguir comiendo, como si todo lo que ella dijera fuera irrelevante. Y aunque Alice no lo admitiera en voz alta, algo dentro de ella se sentía atraído por su confianza y su control.

Sin embargo, no iba a dejar que eso le afectara. Era Alice Salvaterra, y nadie, ni siquiera un guardaespaldas imponente, iba a arrebatarle su sentido de superioridad.

— ¡Qué arrogante! — dijo Alice finalmente, mientras se giraba y se dirigía a la nevera para sacar el helado que había ido a buscar, buscando distraerse. — No me hagas perder el tiempo, Dere.

Dere la observó con una leve sonrisa que no llegó a serlo del todo. Con una calma absoluta, se levantó de la mesa, dejó el plato vacío en el mostrador y salió de la cocina, sin añadir nada más. Su actitud siguió siendo firme, mientras Alice lo miraba irse, sintiendo una mezcla extraña de frustración y una leve curiosidad sobre lo que acababa de suceder.