El sol de la mañana se colaba a través de las grandes ventanas de la mansión Salvaterra, bañando de luz cálida los pasillos adornados con mármol blanco y tapices de lujo. Alice, aún con la sensación del día anterior en su mente, se despertó con una sonrisa satisfecha. Aunque no lo admitiera, había algo en la actitud imperturbable de Dere que había comenzado a molestarla. Nadie nunca la había desafiado de esa forma. Nadie la había tratado con esa indiferencia tan absoluta. Y, como era de esperar, Alice no podía soportarlo.
— Hoy será diferente — pensó mientras se levantaba de la cama, su cuerpo esbelto y alargado moviéndose con gracia. Sabía que no podía permitir que Dere siguiera ignorándola. No lo iba a permitir.
Se puso un conjunto ligero y elegante para el desayuno. Una blusa de seda blanca que se ceñía a su figura, con un pantalón de lino gris claro que le daba un aire casual pero perfectamente arreglado. Alice tenía esa capacidad de parecer siempre impecable, incluso en lo más simple. Después de todo, era la hija de Maximiliano Salvaterra, y nada menos que eso le bastaba para sentirse por encima de los demás.
Al bajar las escaleras, vio a Dere en la cocina, como siempre, vigilante, atento y casi indiferente a su presencia. Estaba de pie, sirviendo su café en una taza blanca, con una expresión que delataba su desinterés. Alice, decidida a que eso cambiara, entró en la cocina con una sonrisa desafiante en su rostro.
— Buenos días, Dere — dijo con voz suave, pero cargada de un tono irónico. Caminó hacia la mesa del desayuno, acercándose deliberadamente a él, lo suficiente como para que él sintiera su presencia.
Dere levantó la mirada brevemente, como si su saludo fuera una molestia. Su mirada fue breve, casi indiferente, antes de volver a su taza de café.
— Buenos días, Alice. — La respuesta fue cortante, rápida, como si ya estuviera acostumbrado a su actitud.
Alice no estaba dispuesta a que eso fuera todo. Su mirada recorrió su figura musculosa, notando cada detalle de sus tatuajes que no podía evitar que le provocaran una extraña fascinación. Esa mirada de hierro, su porte tan imponente... Algo en él le decía que no era el tipo de hombre que se dejaba manipular fácilmente.
Con un ligero movimiento, Alice tomó un trozo de pan de la mesa y lo miró, asegurándose de que Dere la observara, antes de dejar caer una miga deliberadamente sobre el mostrador, justo frente a él.
— Parece que no sabes comer sin hacer un desastre — dijo Alice con un tono de burla, mientras observaba cómo Dere, sin cambiar su expresión, limpiaba la miga de pan sin hacer una palabra.
Dere suspiró, levantó la cabeza y miró a Alice con una calma implacable, sin mostrar ni un atisbo de frustración.
— Si eso te hace sentir mejor, Alice, puedes seguir provocándome todo lo que quieras. Pero, créeme, no me va a afectar. — dijo, con una frialdad que le desarmaba por completo.
Alice frunció el ceño, frustrada por la falta de reacción de Dere. ¿Qué le pasaba a este hombre? Estaba acostumbrada a que todos se rindieran ante ella. A que, al menos, cayeran en sus juegos de provocación. Pero con Dere, no parecía importar lo que hiciera. Era como si sus palabras no tuviesen peso.
Alice caminó alrededor de la cocina, su paso largo y elegante, mientras pensaba en algo más que pudiera hacer para alterar a Dere. Sin embargo, algo en su interior le decía que ese juego de provocación podría ser más complicado de lo que había imaginado. Pero eso solo le daba más ganas de seguir adelante.
De repente, se acercó a él con un movimiento rápido y, sin previo aviso, le quitó la taza de café de las manos, dejando un pequeño espacio entre sus cuerpos. La sorpresa de Dere fue apenas visible, pero la tensión entre ellos aumentó.
— ¿Sabías que el café es uno de los lujos más básicos? — dijo Alice mientras tomaba un sorbo, disfrutando del calor en su boca. — No es que me importe mucho, pero seguro que te gustaría un poco más si lo acompañaras de algo decente, no solo de pan seco. — dijo con tono burlón, volviendo a colocar la taza sobre la mesa, casi a propósito para que él tuviera que moverse para alcanzarla.
Dere, aunque aún imperturbable, vio cómo Alice se divertía con su pequeño triunfo. Algo, sin embargo, en su interior sentía que ya se estaba cansando de esta situación. Pero no dejó que sus pensamientos se reflejaran en su rostro.
— ¿Te divierte esto? — preguntó finalmente, su voz firme, pero con una ligera sensación de cansancio. — ¿Crees que esto tiene algún impacto en mí?
Alice lo miró directamente a los ojos, sintiendo una extraña mezcla de poder y frustración.
— No lo sé, Dere. Quizás no... pero ya veremos cuánto tiempo puedes resistir mis provocaciones. — dijo con una sonrisa astuta, consciente de que no iba a rendirse tan fácilmente.
Dere no dijo nada más. Se limitó a observarla, su mirada oscura y profunda como el abismo. No se iba a dejar arrastrar por sus juegos. Sabía que, por más que Alice lo desafiara, su único deber era protegerla. Y eso lo haría, sin importar las provocaciones. Sin embargo, un pequeño atisbo de curiosidad le rondaba. ¿Cuánto tiempo seguiría Alice con su actitud provocadora? ¿Cuánto tiempo más podría mantener su distancia de este juego que ella había comenzado?
Pero, por ahora, lo único que podía hacer era aguantar. Al fin y al cabo, estaba allí para protegerla, aunque ella no lo supiera apreciar.