Alice odiaba sentirse ignorada.
Y Dere la ignoraba.
Desde que volvieron de Brasil, ni una sola reacción, ni una sola mirada de más, ni un solo comentario mordaz.
Y eso la estaba matando.
Así que cuando Julián la invitó a cenar esa noche, Alice hizo lo impensable:
— Lo siento, Julián, me siento fatal. Creo que pesqué algo en Brasil.
Él le creyó de inmediato y le deseó que se recuperara.
Pero no estaba enferma.
Solo tenía un plan mejor.
A la medianoche
Cuando todos en la casa estaban dormidos, Alice se escabulló.
Cristina y Rebeca la esperaban afuera en un Uber negro.
— ¡Dios, qué emoción! —dijo Rebeca.
— ¿Y tu guapo guardaespaldas? —preguntó Cristina con picardía.
Alice bufó.
— Ni sabe que me fui.
— Ali, esto es mala idea.
Alice sonrió con superioridad.
— No va a pasar nada.
Y se metió al auto sin mirar atrás.
En la discoteca
El reguetón vibraba en el aire, el alcohol fluía y Alice se dejó llevar.
Bebió más de lo que debía. Rió más de lo que recordaba. Bailó como si el mundo no importara.
Y entonces todo empezó a dar vueltas.
— Alice, ya no tomes más. —advirtió Cristina.
— ¡Estoy bien! —rió Alice.
Pero no estaba bien.
Su estómago se revolvió y, antes de darse cuenta, estaba vomitando en el baño del club.
Cristina, preocupada, sacó su teléfono y hizo la llamada que cambiaría la noche.
En la mansión Salvaterra
El teléfono de Dere vibró en la mesita de noche. Eran las tres de la madrugada.
Vio el nombre en la pantalla: Cristina.
— ¿Qué pasó? —respondió con voz ronca.
— ¡Dere, tienes que venir! Alice está hecha un desastre.
Dere se levantó de golpe.
— ¿Dónde están?
Cristina le dio la ubicación.
— Estoy en camino.
En la discoteca
Dere entró como un huracán.
No necesitó preguntar. Reconoció el desastre de inmediato.
Alice estaba apoyada contra la pared del baño, con los ojos entrecerrados, el maquillaje corrido y el cabello enredado. Apestaba a alcohol.
Cristina lo vio llegar y suspiró aliviada.
— Gracias a Dios.
Dere no dijo nada.
Solo miró a Alice con una mezcla de ira y… algo más.
Alice lo vio de reojo y sonrió, medio mareada.
— ¡Mírenlo! El caballero oscuro ha venido a rescatarme.
Dere no sonrió.
Se agachó y la cargó en sus brazos sin decir una palabra.
— Oye… puedo caminar… —balbuceó ella.
— No puedes ni mantener la cabeza en alto, Salvaterra.
Su tono era gélido.
Cristina y Rebeca los siguieron hasta el auto. Nadie habló.
Cuando Dere arrancó el coche, el silencio era sofocante.
Alice lo miró de reojo, con una sonrisa borracha.
— ¿Vas a regañarme?
— No.
— ¿No?
— No vale la pena.
Eso dolió más de lo que Alice esperaba.
Llegaron a la mansión. Dere la sacó del auto y la llevó hasta su habitación.
Cuando la dejó en su cama, Alice agarró su muñeca.
— ¿Por qué me ignoras?
Dere la miró fijamente.
Algo en él se quebró.
Se inclinó hacia ella, lo suficiente como para que Alice sintiera su aliento.
— Porque si no lo hiciera, Salvaterra… ya te habría besado.
Alice contuvo el aire.
Su corazón explotó.
Y antes de que pudiera decir algo, Dere se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.