"Regla número siete: si el hermano sexy del villano te dice 'no abras la caja', y tú la abres igual, no llores cuando salga humo negro o un demonio diminuto. Regla número ocho: cuando ese mismo hermano te arrincone en una biblioteca oscura, el humo negro será el menor de tus problemas." — Apuntes escritos con mano temblorosa por una transmigrada que claramente ignora sus propias reglas.
La caja de terciopelo negro era un peso constante, un latido maligno contra su cadera escondido bajo las capas de su vestido de mañana (esta vez un verde esmeralda que, según el sistema, "complementaba sus ojos y aumentaba la probabilidad de supervivencia en un 2%"). Seraphine la sentía cada vez que se movía, un recordatorio mudo de Lucius y su "generosidad". Kaelan había desaparecido después del desayuno con una vaga promesa de "preparar la oscuridad" para su próxima lección, dejándola a merced de sus nervios y de la ominosa caja.
—Análisis de riesgo continuo —masculló el sistema en su cabeza, proyectando un esquema parpadeante de la caja—. Hipótesis principales: 1) Joya envenenada (45%). 2) Mecanismo explosivo de baja intensidad (30%). 3) Artefacto de escucha/vigilancia (20%). 4) Un billete amable diciendo 'Buen intento' (5%). Sugerencia: ¡Buscar un mago de confianza! (Probabilidad de encontrar uno: 0.3%).
Seraphine vagaba por la Galería de los Susurros, un largo pasillo abovedado lleno de retratos de antepasados con miradas tan frías como las de Lucius. Necesitaba un lugar seguro, privado, para enfrentarse a la maldita caja. La biblioteca del ala oeste, recordó de la novela. Rara vez frecuentada, llena de estantes polvorientos y tomos olvidados. Perfecta.
Empujó la pesada puerta de roble tallado. El aire dentro era quieto, cargado con el olor a papel viejo, cuero y polvo. Rayos de luz moteada entraban por los altos ventanales, iluminando motas de polvo que danzaban en el aire. Estanterías laberínticas se perdían en la penumbra. Era tranquila, sí, pero también inquietante. Como si los libros guardaran secretos que respiraban.
Se refugió en un rincón apartado, tras una pila de tomos gigantescos sobre heráldica. Con manos que apenas lograban contener el temblor, sacó la caja de su bolsillo. El terciopelo negro parecía absorber la poca luz que llegaba allí. Respiró hondo, ignorando el pitido de alarma agudo del sistema: **"¡ADVERTENCIA FINAL! ¡ABRIR LA CAJA ACTIVARÁ SECUENCIA DE AMENAZA! ¡PROBABILIDAD DE EVENTO ADVERSO: 99.99%!"**
—Ya lo sé, Siri Siniestro —susurró, pasando un dedo sobre la pequeña cerradura de plata sin mecanismo visible—. Pero no puedo llevarla siempre encima como una granada emocional. *Además, ¿y si solo es una joya? ¿Y si Lucius está probando mi paranoia?* La posibilidad, aunque mínima, era tentadora.
Con un clic apenas audible, la tapa se abrió. No hubo humo negro. No salió ningún demonio diminuto gritando maldiciones. No explotó.
Dentro, sobre un lecho de terciopelo rojo oscuro, casi del color de la sangre seca, descansaba un colgante. Era un ojo estilizado, tallado en una piedra negra como la noche, vetada de hilos plateados que parecían moverse bajo la superficie. El iris era un diminuto diamante gris pálido, frío y sin vida. El engarce era plata antigua, con intrincados diseños que parecían garras sujetando la piedra. No era bonito. Era inquietante. Fascinante. Como mirar a un abismo en miniatura.
**"¡ARTEFACTO DETECTADO!"** El sistema casi gritó, proyectando un signo de exclamación rojo parpadeante. **"¡IDENTIFICACIÓN: 'OJO DE LA TORMENTA NEGRA'! ¡OBJETO DE PODER OSCURO! ¡EFECTOS: DESCONOCIDOS (PERO PROBABLEMENTE MALIGNOS)! ¡SUGERENCIA: ¡NO TOCAR! ¡NO MIRAR FIJO! ¡HUIR!"**
Seraphine no podía apartar la mirada. El pequeño diamante gris parecía captar la luz tenue y devolverla más fría. Sintió un leve tirón, una extraña resonancia entre la piedra y... ¿su propia ansiedad? ¿El miedo latente que llevaba desde que llegó?
—¿Es bonito, verdad? En una forma aterradora, primitiva.
La voz la hizo dar un salto, casi tirando la caja. Kaelan estaba allí, apoyado silenciosamente contra un estante cercano, observándola. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Vestía una túnica oscura de lino que lo hacía fundirse con las sombras. Su expresión era inescrutable, pero sus ojos grises estaban fijos en el colgante con una intensidad que rayaba en lo feroz.
—¡Sistema! ¡Alerta silenciosa! —gritó mentalmente. **"¿Por qué no me avisaste?"** El sistema emitió un pitido avergonzado: **"¡CONCENTRACIÓN DE USUARIA EN EL ARTEFACTO MALIGNO CREÓ INTERFERENCIA! ¡PERDÓN!"**
—Me dijiste que no la abriera sin ti —dijo Seraphine, defendiéndose, cerrando la tapa de la caja con un chasquido seco que resonó en el silencio de la biblioteca—. Pero... ¿qué es esto? ¿De verdad es un 'Ojo de la Tormenta Negra'?
Kaelan se acercó, sus pasos silenciosos sobre las baldosas de piedra. El aire a su alrededor parecía vibrar con una energía contenida.
—Sí —confirmó, su voz baja y grave. Tomó la caja de sus manos temblorosas. No la abrió, solo la sostuvo—. Es una reliquia Blackwood. Antigua. Poderosa. Y sí, maligna. —Sus ojos grises se alzaron para encontrarse con los de ella—. No está envenenada, no explotará... al menos no físicamente. Pero tocar la piedra, o peor, ponértela... es invitar a la oscuridad a anidar en tu mente. Amplifica emociones oscuras: miedo, paranoia, ira. Lentamente. Como un veneno para el alma.
Seraphine sintió un escalofrío que no tenía que ver con el frío de la biblioteca.
—¿Por qué... por qué me la daría Lucius?
Una sonrisa fría, sin humor, se dibujó en los labios de Kaelan.
—Porque es un maestro jugador, Temperamental. Es un regalo que no puedes rechazar abiertamente sin insultarlo. Que no puedes usar sin dañarte. Que debes guardar, sabiendo lo que es, un recordatorio constante de su poder y de tu vulnerabilidad. Es un jaque mate psicológico. Elegante. Perverso. Muy de él. —Dejó la caja sobre un tomo polvoriento de genealogía—. Guárdala. En el fondo de un baúl. Olvídala. Pero nunca, nunca la uses.
El alivio de saber que no moriría al instante se mezcló con una nueva capa de terror sutil. Lucius no necesitaba cuchillos o venenos evidentes. Su malicia era más refinada, más insidiosa.
—¿Y si... no puedo olvidarla? —preguntó, su voz un susurro. La atracción que había sentido por la piedra era perturbadora.
Kaelan la miró, y por primera vez, Seraphine vio algo más que diversión o desafío en sus ojos grises. Vio... comprensión. Una sombra de algo que podría ser empatía.
—Esa es la trampa —dijo suavemente—. Su poder es seductor. Promete fuerza, claridad... pero es una mentira. Solo trae ruina. —Dio un paso más cerca. La distancia entre ellos se redujo a menos de un brazo. La energía eléctrica de él, ese olor a cuero y bosque húmedo, la envolvió—. Olvida los ojos de piedra. Olvida a Lucius. Olvida todo lo que no sea... esto.
"Esto" era la electricidad que saltaba entre sus cuerpos. Era el calor de su mano a través de la tela. Era la promesa en sus ojos. Seraphine sintió que el mundo exterior se desvanecía. Solo existían las estanterías polvorientas, el rayo de luz, y él.
—Ahora —susurró Kaelan, su voz rozando el límite de lo audible—, muévete conmigo. Sin música. Solo... el ritmo de esto. Presionó suavemente la palma de su mano contra el centro de su espalda, guiándola en un lento giro. No eran los pasos precisos del minueto. Era algo más primitivo. Más íntimo. Un balanceo lento, hipnótico, que hacía que sus cuerpos se rozaran con cada movimiento.
Seraphine cerró los ojos, abandonándose a la guía de sus manos, a la corriente que fluía entre ellos. El miedo, la paranoia por la caja... se disolvían, reemplazados por una sensación vertiginosa de libertad y una atracción tan intensa que casi dolía.
—Kaelan... —murmuró, sin saber qué más decir. Su nombre era una súplica, una pregunta, una afirmación.
Él detuvo el leve balanceo. Abrió los ojos. Estaba increíblemente cerca. Su mirada gris recorrió su rostro, deteniéndose en sus labios. El aire cargado de polvo parecía vibrar. El sistema emitió un pitido agudo y luego se silenció por completo, como si se hubiera desconectado.
—El segundo paso —dijo Kaelan, su voz apenas un hilo de sonido, ronca, cargada de una intención que hizo que Seraphine contuviera el aliento—, es aún más simple.
Se inclinó. Lentamente. Dando tiempo a que ella lo rechazara. Pero ella no se movió. No podía. No quería. El precipicio estaba ahí, y la vista era demasiado hermosa.
Sus labios estuvieron a un suspiro de distancia. Podía sentir el calor de ellos. El mundo se redujo a ese pequeño espacio entre sus bocas. A la promesa de un trueno que llevaban días anunciando.
**¡CRASH!**
Un estruendo violento hizo temblar las estanterías. Un torrente de libros pesados se desplomó desde una sección alta, cayendo como una avalancha de papel y cuero a solo unos metros de ellos. El polvo se levantó en una nube espesa.
Seraphine gritó, sobresaltada, apartándose instintivamente del abrazo de Kaelan. Él la agarró del brazo, apartándola del peligro con un movimiento rápido, sus ojos grises escudriñando la penumbra más allá de la nube de polvo, repentinamente fríos y alertas, toda la intensidad anterior reemplazada por una peligrosa concentración.
—¿Qué... qué fue eso? —jadeó Seraphine, aferrándose a su brazo, el corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra. El momento, el beso inminente, se había esfumado, destrozado por el estruendo.
Kaelan no respondió de inmediato. Su mirada era de acero, escaneando las sombras entre las estanterías.
—Un accidente —dijo finalmente, pero su tono era plano, desprovisto de convicción—. O un recordatorio muy oportuno.
El sistema volvió a la vida con un pitido de choque: **"¡AMENAZA INMINENTE! ¡DESPRENDIMIENTO ESTRUCTURAL (¿ACCIDENTAL?)! ¡NIVEL DE PELIGRO: ALTO! ¡SUGERENCIA: ¡EVACUAR ZONA INMEDIATAMENTE!"**
Entre el polvo que se asentaba, en el borde del caos de libros desparramados, Seraphine creyó ver, por un instante fugaz, un destello de dorado frío. Como un ojo. O dos. Observando desde las profundidades del laberinto de estanterías. Luego, solo hubo sombras.
Kaelan la llevó hacia la salida, su mano firme en su brazo, pero su mirada aún fija en el lugar del "accidente". La ternura, la intensidad del momento anterior, se había evaporado, dejando atrás una alerta tensa y una pregunta aterradora.
—¿Fue... él? —preguntó Seraphine en un susurro, la imagen de los ojos dorados quemándose en su mente.
Kaelan no miró hacia atrás.
—Lucius nunca hace nada accidentalmente, Temperamental —respondió, su voz baja y peligrosa. **"Y parece que nuestra... distracción... no le ha pasado desapercibida."** Abrió la puerta de la biblioteca, inundándolos con la luz más fría del pasillo.
—La lección ha terminado por hoy. Pero no te preocupes —añadió, lanzando una última mirada cargada de significado hacia el interior polvoriento de la biblioteca, donde la caja de terciopelo negro aún descansaba sobre el libro de genealogía, olvidada en el caos—. El trueno aún no ha caído. Solo fue la advertencia.
Al salir, Seraphine supo dos cosas con certeza: el beso que no llegó a consumarse la dejó con una punzada de frustración y un anhelo más profundo, y que Lucius Blackwood no solo vigilaba. Intervenía. Y su próxima jugada podría no ser tan sutil como una caja. El sistema, recuperándose, solo proyectó una palabra parpadeante en rojo sangre: **"¡VIGILANCIA!"** El juego había escalado. Y el precio de bailar con la tormenta acababa de subir.