Capitulo 3: La Ignorancia del Bosque

—Ohhhh. ¿Así que así es como se hace el fuego?

Preguntó una Hoshiko que miraba con los ojos muy abiertos y con emoción a un Yareth, el cual había prendido una fogata con unas ramas secas, frotándolas con rapidez.

—Sí —contestó secamente—. Si vuelves a intentar encender fuego con una Manacalcyta, te corto la mano.

Bufó, pues hace unos mom2025-07-152025-07-15entos aquella chica volvió a querer prender fuego haciendo estallar una piedra de Manacalcyta.

—¡Déjame intentarlo! ¡Déjame intentarlo!

Dijo, tomando unas ramitas y comenzando a frotarlas rápidamente. Comenzó a sacar algo de humo hasta que se rompió.

—¡Ay! Esa no vale, esa no vale. Déjame, lo intento otra vez.

Yareth suspiró, recargándose contra la pared de la cueva, mirando a Hoshiko fallar en su intento de encender fuego con unas ramitas una y otra vez.

—Oye, mocos...

—¡¡¡HOSHIKO!!!

Le gritó, enojada, mientras inflaba las mejillas y seguía intentando prender una fogata.

—Sí, sí... lo que sea, Hoshiko. ¿Cuánto tiempo llevas en este bosque?

Hoshiko se detuvo y se puso a pensar, alzando los dedos uno por uno.

—No lo sé.

—¿Disculpa?

—Creo que dejé de contar como... el tercer año, creo...

Yareth se le queda mirando, como si intentara ver alguna señal de que mentía.

—¿Y qué edad tenías cuando empezaste a vivir en el bosque?

Hoshiko se quedó callada, y sus ojos se ensombrecieron un poco, mirando el suelo con melancolía.

—Como... a los diez, creo —dijo en voz baja, con la mirada hundida en el suelo.

Yareth notó esto. Aunque realmente no le interesaban las razones de que estuviera triste, tampoco era un idiota que no supiera leer el ambiente.

—Aquí la pregunta es: ¿cómo has sobrevivido tanto tiempo? Dudo que a base de frutas y...

—De hecho sí.

Dijo Hoshiko, alzando la cabeza, volviendo a mostrar sus ojos color azul cristalino, reflejados por la luz del fuego. Yareth se quedó quieto... no había forma... a no ser que...

—Hoshiko —se inclinó, adoptando un tono completamente serio—. ¿Tú eres humana?

—Pues... no tengo orejas ni cola de jabalí, así que... creo que sí.

Dijo mientras miraba sus manos y sus piernas, como si quisiera asegurarse de que siguiera entera. Yareth volvió a quedar con la mirada fija en ella. Había algo muy raro en esta chica. Pero de algo estaba seguro: no era un humano común.

—Como sea —resopló—. Mañana comenzará el verdadero entrenamiento, así que descansa, mocosa.

Al escuchar nuevamente la palabra “mocosa”, volvió a inflar las mejillas mientras caminaba a su cama de hojas.

—Ya te dije que no me digas así... pero si se te hace difícil mi nombre, está bien que me digas así.

Comentó, acurrucándose como si fuera un animal, poniéndose en posición fetal, abrazando sus rodillas, dejando que la piel de animal que tenía como capa la envolviera.

Yareth se quedó mirando fijamente la fogata en silencio, como si esas palabras le hubieran recordado algo... o a alguien.

Después suspiró y cerró los ojos, con el chasquido de las hojas y ramas resonando dentro de la cueva.

---

—Presta atención, mocosa —resopló Yareth.

Era temprano por la mañana. El clima frío seguía aferrándose a la tierra, pero los rayos del sol ya se empezaban a reflejar en el río. A lo lejos, las aves rompían el silencio del bosque, y pequeños movimientos en los árboles anunciaban que los animales comenzaban sus tareas.

Hoshiko, por otro lado, parecía aún más salvaje que antes. Estaba cabeceando y bostezaba, costándole mantener los ojos abiertos mientras miraba a Yareth.

—¿Era necesario tan temprano? Tengo sueño... —murmuró entre bostezos, tallándose los ojos.

Yareth comenzó a chasquear los dedos para que se despertara, visiblemente malhumorado por la pereza de la chica.

—Si quieres aprender a controlar el Qi, debes aprender disciplina. Y para aprender disciplina, tienes que aprender a levantarte temprano.

Hoshiko respondió con otro bostezo, más largo, mientras se tambaleaba.

—Bien. Hay muchas formas de usar el Qi —explicó Yareth—: el método del Wu Qi, los Tesoros Sagrados, las Aethermas, Contratos y...

Se detuvo.

La miró.

Hoshiko estaba de pie... dormida. Con los ojos cerrados, tambaleándose, con ronquidos suaves y vergonzosamente audibles.

Yareth inhaló. Exhaló. Cerró los ojos un segundo.

Un grito cortó el aire, las aves salieron disparadas del follaje, y el chapoteo resonó como un relámpago en la quietud de la mañana.

Hoshiko emergió empapada del río, con los ojos desorbitados, buscando el suelo, el cielo o lo que fuera que acabara de pasarle.

—Bien —dijo Yareth con una calma sádica—. Ahora que ya estás despierta… ¿comenzamos?

---

—Como decía... —explicó Yareth a una Hoshiko que ahora se veía más despierta, pero temblaba un poco por el frío de estar empapada.

—Existen varias formas de usar el Qi. Pero —recalcó, levantando un dedo— te enseñaré los principios del Wu Qi primero.

—¿Y qué es el Wiu Cui que dices?

Dijo Hoshiko, mientras volvía a sacudirse cual perro mojado por décima vez.

—Es simple. ¿Recuerdas la sensación del agua corriendo por tu cuerpo al salir del río?

Hoshiko se quedó en blanco, pensando unos momentos. Luego negó con la cabeza, mientras Yareth comenzaba a impacientarse otra vez.

—Tsk... claro que no —dijo por lo bajo—. Bien, entonces mira.

Sacó una cantimplora de cuero de su gabardina, la abrió y le dejó caer un poco sin previo aviso a Hoshiko.

—¡Aghh! ¿¡Qué haces!? —gritó cubriéndose los ojos—. ¿¡Cómo se supone que me ayudará a aprender ese tal Wiu Cui!?

—Cállate y concéntrate. ¿Qué sientes?

—Frío.

—¿Y además de eso?

Hoshiko frunció el ceño y cerró los ojos, como si intentara adivinar la respuesta.

—¿Mojadito?

Yareth exhaló. Lento. Muy lento.

—El agua fluye por tu cuerpo, tonta.

—Ahhhhhhh... ¿Ah? —ladeó la cabeza, confundida.

Yareth alzó la cabeza y se sujetó el puente de la nariz, como si le pidiera a quien fuera que lo escuchara un poco de paciencia. Hoshiko solo lo miró, agachando la cabeza.

—Perdón... es que usas palabras que no entiendo.

Yareth se detuvo. Tenía razón. Es como querer enseñarle a un bebé a resolver sumas básicas. Aunque sea muy fácil, claramente no podrá.

—Tienes razón —admitió, rascándose la cabeza, frustrado—. Solo te enseñaba como lo hizo mi maestra.

—¿¡Tenías una maestra!? ¿¡Cómo era!? ¿¡Te enseñó todo!?

Yareth se quedó callado ante una Hoshiko que se le había acercado demasiado, con estrellas en los ojos al escuchar sobre la maestra de Yareth. Sus ojos se apartaron de ella, y dio un paso atrás.

—Ah... perdóname... me emocioné —dijo, retrocediendo.

Yareth suspiró y caminó hacia el río, poniéndose de cuclillas en la orilla, mirando su propio reflejo.

—¿Cómo podría enseñarle...? —murmuró para sí mismo, rascándose el mentón.

—Oye, por cierto, nunca me dijiste tu nombre —dijo Hoshiko, acercándose a él, sentándose a su lado.

—¿Por qué te lo daría?

—Mi madre decía que, si le das tu nombre a una persona, ella debía darte el suyo —sonrió alegremente.

—¿Y dónde está tu madre ahora? —respondió sin pensar.

Se detuvo.

Volteó a mirarla.

Hoshiko había clavado la mirada en su reflejo, mientras apretaba sus rodillas. Podía ver cómo se forzaba a no fruncir los labios.

—Yo... lo siento —dijo, sabiendo que metió la pata.

Se rascó la cabeza sin saber qué hacer... sabía que había tocado una fibra sensible de ella. Después de todo, él también se pondría tenso si le preguntaran algo tan personal a la ligera.

Hoshiko no habló. No hizo otra respuesta tonta ni alguna pregunta más.

—Yareth.

Hoshiko abrió los ojos y volteó a verlo. Sus ojos estaban algo más cristalinos y lagrimosos.

—Me llamo Yareth.

Ella sonrió ligeramente, mirando nuevamente al río.

—Está bonito —dijo, recargando su mentón en sus antebrazos.

Yareth suspiró.

—Yareth...

Él volteó a mirarla.

—Sé que puedo dar miedo... pero intento aprender.

Yareth alzó una ceja.

—¿Por qué me darías miedo?

—Bueno... cuando he intentado ayudar a otras personas... ellas salen corriendo —dijo mientras acomodaba sus piernas.

—Probablemente solo te confundieron por esa piel que llevas encima —dijo, mirando aquella piel con pelaje rojizo que tenía como capa.

—¿De verdad? —miró la piel—. Es que está calientita... la encontré cuando un tipo estaba huyendo de un lagarto verde.

—¿Un Komokai?

—¿Así se llaman? —dijo, sorprendida.

—Ahora que lo mencionas — pregunto recordando la cueva— ¿Cómo conseguiste tantos libros? ¿Siquiera sabes leer?

Hoshiko se levantó de golpe, emocionada, sorprendiendo incluso a Yareth, quien abrió los ojos.

—¡ES VERDAD! ¡SE ME OLVIDÓ MOSTRARTE MIS LIBROS! —gritó, corriendo directamente a su cueva.

Yareth quedó sorprendido no solo por el cambio de actitud, sino por la velocidad con la que se movió.

—Si no supiera que no usa Qi, pensaría que está usando Qi Potenciador —murmuró para sí mismo, mientras veía a Hoshiko regresar con unos libros y los ojos llenos de estrellas.

—¡Mira! ¡Mira! —dijo, mostrándole un cuento de hadas mientras se movía de arriba a abajo con una sonrisa deslumbrante—. ¡Este habla de una princesa que recibe poderes de una bestia mágica! ¿¡Si domino el Qi, podré recibir poderes de bestias mágicas!?

El libro que tenía en las manos estaba algo descuidado. Abrió las páginas mostrándole el contenido que se encontraba algo garabateado con manchas, probablemente carbón o similar.

—¿Eh? Obvio que no... —Hoshiko dejó de saltar, quedándose petrificada—. O no sé si cuente, la verdad...

Hoshiko volvió a moverse de arriba a abajo, emocionada, con los ojos brillando las que antes.

—No es tan fácil como parece —explicó, alzando dos dedos—. Podrías aprender Contratos para domar a una Bestia Espiritual, o aprender a usar Tesoros Sagrados y forjar uno con restos de una bestia espiritual.

—¿¡ENTONCES SABES DÓNDE HAY BESTIAS MÁGICAS!? —gritó aún más fuerte—. ¿¡ME MOSTRARÍAS UNA!?

Yareth se rascó el oído, comenzando a fastidiarse nuevamente, poniéndose de pie para escapar de los gritos de Hoshiko entre gruñidos.

—Te recuerdo que ayer casi te mata una.

—¿Eh? —pensó Hoshiko. Recordó al jabalí—. ¿¡Ese gordito es una Bestia Espiritual!?

Yareth asintió, incrédulo de que tampoco supiera eso.

—P-pero en mis libros dice que...

—Son cuentos de hadas —resopló Yareth ante una Hoshiko que parecía aún más confundida.

—¿E-Eh?

—Son libros para niños o entretenerse. No son exactamente así las cosas.

La mirada de Hoshiko se apagó un momento, mirando sus libros y luego a Yareth, no queriendo creer que lo que decía fuera verdad.

—P-pero entonces...

—Aunque... —recalcó, provocando que el brillo volviera a los ojos de Hoshiko—, técnicamente podrías hacer algunas cosas. Pero para eso, deberás aprender a usar el Qi.

Hoshiko sonrió y se puso de pie rápidamente.

—¡BIEN! ¡ENTONCES EMPECEMOS! ¡PROMETO PONER TODA MI FUERZA EN ESTO!

—Deja de gritar, o te voy a volver a lanzar al río —dijo, malhumorado.

—¡Perdón!

---

Fin del capítulo 3