Logan y Max salieron del aula sin mirar atrás. El joven llevaba ahora puesta la chaqueta de cuero de uno de los bandidos muertos. Le quedaba algo grande, pero servía.
Caminaron por el patio trasero del colegio hasta toparse con una vieja cancha de fútbol. Las porterías estaban oxidadas, la hierba convertida en maleza gris. Todo olía a humedad y olvido.
En el centro exacto del campo, había algo.
Un gato. Blanco. Sentado. Inmóvil. Con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente ladeada, como si durmiera.
Max se detuvo.
Gruñó. Bajo. Corto. Contenido.
Logan lo entendió de inmediato.
—¿Un Vacío?
Max no volvió a gruñir. Pero mantuvo la mirada fija. Tensa. Atenta.
Logan apretó el bate.
—Vale... es un Albino.
Dio un paso atrás.
—Esto no me gusta. Vámonos de aquí.
Pero entonces, el gato sonrió.
Una mueca mínima, tensa, antinatural. Como si la piel de su cara no estuviera hecha para gestos humanos… y aun así lo intentara.
Y justo después, un Vacío humano pasó corriendo a su lado. No atacó. No gruñó. No se fijó en Logan ni en Max. Fue directo hacia el gato. Se arrodilló ante él. Bajó la cabeza como si estuviera rezando.
Logan frunció el ceño.
—¿Qué cojones es esto...? ¿Un Albino arrodillado ante otro? ¿Qué mierda es ese gato?
Max miró de reojo a Logan. Su gruñido era distinto esta vez: no entendía lo que estaba viendo. Y eso lo ponía aún más en tensión.
El gato abrió los ojos.
Rojos.
Fijos.
Y maulló.
El Vacío humano saltó como activado por un resorte.
Logan no dudó. El bate cruzó el aire con fuerza brutal y se estrelló contra el pecho de la criatura. El impacto le hundió el esternón. Max lo interceptó desde el costado, directo al cuello. Lo derribó. Mordía con furia, con precisión.
Logan sacó su navaja, se agachó, y la hundió en el lateral del cuello opuesto. La hoja entró sin resistencia.
El Vacío dejó de moverse.
Logan se levantó sin mirar atrás.
—Puto gato de mierda —murmuró, con la sangre goteando de la hoja—. Vamos a matarlo, Max.
El pastor alemán gruñó como respuesta.
Corrieron hacia el centro del campo.
Pero el gato se levantó. Y entonces, algo cambió.
Desde su espalda, como brotando de su columna, emergieron nueve colas. Largas. Blancas. Flexibles. Se alzaron en el aire como serpientes que olieran la sangre.
Logan frenó en seco.
—¿Qué cojones…? ¿¡Nueve colas!?
El gato abrió los ojos de nuevo.
Y atacó.
Siete colas se lanzaron a por Logan, dos a por Max. Las colas no eran simples: eran armas. Fuerza pura.
Una atrapó a Logan por el brazo izquierdo. Otra lo envolvió por la cintura y lo lanzó al aire como una piedra. El impacto contra el suelo lo dejó aturdido, pero se levantó.
Golpeó con el bate una cola que se acercaba. Luego otra. Nada. No sangraban. No se partían. Eran como tendones endurecidos, inmunes al metal.
Mientras tanto, Max había desgarrado una de las dos colas que lo atacaban. Con un tirón, la arrancó y la lanzó lejos. Saltó a por la segunda, hundiendo los colmillos hasta el hueso desgarrándola.
Logan, jadeando, se limpió la sangre del labio. Vio a su compañero ganar terreno.
—¡Max! ¡Al gato! ¡Ve al gato!
Max entendió. No dudó. Cambió de dirección.
Y corrió hacia el centro.
Logan se defendía con todo lo que le quedaba.
Las siete colas restantes lo rodeaban como látigos vivos. El bate ya no servía. Lo había comprobado. No cortaban. No se rompían. Eran demasiado densas. Demasiado antinaturales.
Guardó el bate a la espalda y sacó su navaja.
No había estrategia. Solo instinto.
Atacó. Cortó. Apuñaló. La hoja rozaba las colas y les arrancaba fragmentos de carne dura como cuero húmedo… pero no era suficiente. Demasiadas.
Una cola lo envolvió por la pierna. Otra lo atrapó del pecho.
Lo lanzaron como un saco de huesos.
Su cuerpo atravesó un muro lateral del gimnasio abandonado. Cayó entre ladrillos rotos y polvo, con el aire arrancado de sus pulmones. El costado le ardía. Notaba algo roto. Una costilla, quizás dos.
Se levantó.
Sangraba. Cojeaba. Pero seguía respirando.
Una de las colas se acercó a través del hueco del muro. Logan esperó. Cuando estuvo lo bastante cerca, saltó hacia ella con toda su rabia. La navaja se hundió en la base, en la carne viva que asomaba donde el hueso no la protegía. Giró la hoja. Rasgó. Cortó. Partió.
La cola cayó al suelo, convulsionando.
Seis seguían vivas.
Mientras tanto, Max había conseguido abrirse paso. Sangraba por una oreja, pero no se detenía. Su objetivo estaba claro.
El gato.
El Vacío de nueve colas —ahora seis— lo vio venir.
Y tomó una decisión.
Dividió su atención. Tres colas se dirigieron a interceptar a Max.
Pero fue tarde.
Max llegó antes.
Saltó. El peso de su cuerpo impactó contra el gato y lo hizo rodar por el suelo. Fue directo al cuello, buscando lo mismo que había hecho con tantos Vacíos antes: arrancar la garganta. Terminarlo rápido.
Pero algo no encajaba.
La mordida no entró.
El pelaje del gato era distinto. Duro. Casi metálico. Como si estuviera hecho de escamas blandas bajo la piel. Max apretó los dientes con toda su fuerza, pero solo dejó marcas leves, arañazos superficiales.
El gato giró el cuello con una fluidez espeluznante, como si no tuviera columna.
Sus ojos se encontraron con los de Max.
Y entonces, lo arañó.
Una de sus patas delanteras cortó la pierna derecha del perro, dejando una herida larga, profunda, limpia. Max gruñó, pero no soltó.
No podía.
Las tres colas que habían quedado atrás lo alcanzaron.
Una lo envolvió por el lomo. Otra lo alzó. La tercera lo lanzó.
El cuerpo de Max voló por el aire como una bala de carne y músculo…
Y cayó justo encima de Logan, que apenas había vuelto a incorporarse.
Ambos rodaron por el suelo, mezclados en tierra, sangre y polvo.
Logan se arrastró hacia él.
—Max… ¿Estás vivo?
El perro se movió. Herido, jadeante, sangrando.
Pero sus ojos seguían firmes.
Logan levantó la cabeza.
Y vio al gato erguido entre la niebla del campo.
Con seis colas aún ondeando detrás.
Y la sonrisa aún en el rostro.
Logan escupió sangre y tierra.
—Una mierda —gruñó, sujetándose el costado—. No pienso morir aquí.
Una puta mierda.
Se tambaleó, con la respiración rota. El gato, aún con seis colas ondeando tras de sí, seguía ahí. Sonriente. Inmóvil.
Mirándolo.
—¿Qué coño eres, eh? —Logan alzó la voz, entre rabia y miedo—. ¿Qué mierdas eres tú? ¿Por qué tienes nueve putas colas? ¿Qué clase de basura viva te parió?
Se quitó la mochila. Luego la chaqueta. Arrancó el resto de la ropa superior, ensangrentada y rasgada. Fue hasta Max, que seguía de pie, cojeando.
Le quitó la mochila del arnés. Rebuscó rápido entre los objetos que aún quedaban.
Sacó una pelota de goma desgastada.
Logan le sonrió al perro con la mandíbula tensa.
—Tu juego favorito, Max.
Max gruñó. Entendió al instante.
Logan colocó la pelota en el suelo, como si preparara un disparo.
Agarró el bate.
Golpeó.
La pelota voló en dirección directa al gato. Rebotó en el suelo, botó una vez más, y fue derecha hacia su rostro.
El gato la siguió con la mirada. Un movimiento instintivo. Simple. Estúpido.
Pero no vio lo que venía justo detrás.
Max.
El pastor alemán saltó por encima del balón como un proyectil con colmillos. Se lanzó hacia una de las colas. Mordió con todo. Tiró. Desgarró.
La arrancó de cuajo.
El gato chilló. No como un felino. Sino como algo que no tenía nombre. Su grito era agudo, metálico, hueco. Como un hueso arañando cristal.
Mientras giraba hacia Max, Logan ya estaba en marcha.
Corrió desde el otro lado, navaja en mano. Saltó encima de una cola que se agitaba en el aire. Se aferró a ella con un brazo y, con el otro, hundió la hoja entre la base y el músculo. Gritó de rabia. Tiró. Cortó. La cola cedió.
Cuatro quedaban.
El gato tembló. Por primera vez parecía realmente herido. Pero aun así… sonrió.
Y entonces se atragantó.
Logan se detuvo en seco.
—No... No me jodas...
El cuerpo del gato se estremecía. La mandíbula se abría demasiado. Su garganta se inflaba.
Iba a vomitar algo.
—¡MAX, VETE! —gritó Logan.
Max retrocedió de inmediato.
Logan dio un paso al frente y se interpuso.
—Una mierda vas a tocarle.
El gato vomitó.
Una larva. Blanca. Viscosa. Rápida. Salió disparada como una bala.
Impactó directo en el pie de Logan.
Él gritó. No de dolor. De asco. De furia.
La larva se introdujo bajo la piel.
Podía verla moverse, subir por su pierna como si se deslizara entre sus músculos.
Notaba el calor y la presión.
Logan apretó los dientes.
—Una mierda.
Sin dudarlo, hundió la navaja en su propia pierna. La hoja cortó piel, carne, nervio.
Sangre.
Pero también la larva, que salió reventada en la punta del cuchillo.
Logan se desplomó de rodillas, con la pierna temblando y sangre brotando a chorros.
Miró a Max, que jadeaba cerca, listo para seguir.
—Es un Albino Madre —susurró Logan—. Hijos de puta evolucionados...
El gato se tambaleó. Las colas restantes vibraban débilmente.
Max dio un paso al frente.
Y Logan, sangrando, sonrió.