Capítulo 8: Pruebas
Faltaban apenas dos días para
la graduación, y Lunaria comenzaba a llenarse de comerciantes y exploradores.
Se acercaba el festival más importante de la ciudad. Circulaban rumores de que
la emperatriz ya se encontraba encubierta entre la multitud; otros decían que
seguía en Celadia, la capital del imperio.
Ernet se encontraba en la
academia. Sus manos sudaban, una gota descendía por su frente. Estaba nervioso,
aunque también un poco confiado. Lo acompañaban Klervin, algunos miembros del
Clan Wa y su líder. Amadeus también estaba presente, aunque apartado. Quería
observar con atención lo que tenía preparado la líder de su clan. Confiaba en
que, aunque la magia presentada fuera útil al imperio, eso no justificaría su
intervención en los asuntos internos de un clan.
Al ingresar a la arena de
prácticas, Ernet notó que todas las gradas estaban ocupadas por profesores:
había al menos ciento cincuenta. En lo más alto se encontraba la directora,
vestida con un saco, pantalones elegantes y una corbata oscura. A su lado, una
mujer con botas altas, pantalones largos, un abrigo gris y guantes negros. Al
verla, Ernet sintió que esa mujer no era una persona común. Su belleza era
incomparable, y su rostro le resultaba familiar. Entonces lo comprendió: la
había visto antes, en retratos y periódicos. Era la emperatriz del Imperio
Humano.
Verla así, aparentemente
desprotegida, sin amuletos visibles ni guardias cerca, solo podía significar
una cosa: estaba de incógnito. Su presencia aumentó la tensión que Ernet sentía
en el pecho.
Los miembros del Clan Wa
tomaron asiento en las gradas. Minutos más tarde, llegaron los del Clan Lu:
vistiendo ropas elegantes, poco prácticas para el combate, adornados con
amuletos brillantes y ostentosos. Al instante ocuparon su lugar.
La directora se puso de pie y
habló con voz firme:
—Actualmente, existe una
disputa por el primer puesto de esta promoción. Los candidatos son Ernet Cawa
Colimayú del Clan Wa y Syr Felu Lunaria del Clan Lu. Ambos han presentado
informes sobre un nuevo tipo de magia, por lo que se ha decidido evaluar directamente
sus habilidades. Comienza Ernet Cawa.
Aunque era una exhibición
privada, Ernet sabía que muchas personas estarían escuchando desde fuera de la
arena.
—¡Esto es aburrido! —se oyó una
voz descaradamente relajada desde un rincón de las gradas—. ¡Comienza de una
vez, mocoso! La emperatriz tiene cosas que hacer.
—¡Señor Dorado, no debería
decir esas cosas! —replicó una voz femenina, más calmada—. Ya arruinaste todo…
Nuestra suprema emperatriz se va a enojar.
—¡Mierda! Tienes razón,
Salamandra —respondió el hombre—. Olvida eso, mocoso. La emperatriz no está
aquí… pero comienza ya.
“¿Quiénes rayos son estos
idiotas?” pensó Ernet con frustración, hasta que una idea lo heló por dentro.
“¡No puede ser! Dijeron Dorado y Salamandra. ¿No son esos los nombres de los
Diez Ángeles Imperiales?”
Salamandra: la séptima ángel de
fuego, capitana del gremio de cinco estrellas Rosa Roja. El Dorado: el primer
ángel de luz, el mago más fuerte del mundo, sin gremio, bajo órdenes directas
de la emperatriz. Su corazón se aceleró. Aquello era real.
Respiró hondo, dio un paso al
frente, miró a la directora y se inclinó con respeto ante la emperatriz. Luego,
comenzó su presentación.
Explicó que su magia se llamaba
Magia Espacial. Miró de reojo a Klervin, quien sonreía con orgullo, no por
Ernet, sino por la grandeza de su creación. Luego, Ernet trazó un círculo
rúnico sobre el suelo. Solo unos pocos en las gradas pudieron comprenderlo: era
lenguaje divino, una combinación de runas de luz y viento.
Ernet se posicionó en un
extremo de la arena y comenzó a recitar el conjuro en su mente. No pronunció ni
una palabra en voz alta. Solo gritó el nombre del conjuro:
—¡Transportación!
En un parpadeo, desapareció de
su lugar y reapareció en el centro del círculo rúnico.
El Clan Wa aplaudió con
entusiasmo. Amadeus, sin embargo, no se movió. Estaba preocupado. Había
subestimado la utilidad de esa magia: comunicación instantánea, envío de
tropas, transporte de recursos… Todo cambiaba con eso. Observó a la emperatriz.
Ella también aplaudía, con una sonrisa triunfal.
“Ya no hay dudas, la batalla
del clan será dura antes de empezar.” Pensó Amadeus. “Solo quedaba esperar y
sobrevivir”
El Clan Lu estaba perplejo.
Algunos parecían sorprendidos, aunque su líder, una mujer de vestido blanco
largo, tacones y un peinado estrafalario, sonreía confiada.
Syr subió al escenario. Explicó
que su magia se llamaba Magia de Trampa: consistía en invocar pequeñas
criaturas capaces de adoptar la forma de casi cualquier objeto. Pidió al
profesor Bermilio que lo atacara.
El profesor lanzó un conjuro de
agua. Cuando el hechizo estaba por impactar, fue absorbido por una de las
criaturas invocadas y devuelto hacia él. Bermilio se recompuso y lanzó un “Dragón
de Agua”, bloqueando el contraataque.
Syr explicó que su magia era
una combinación de invocación y runas. Había estudiado cómo grabar runas
directamente en sus criaturas, de modo que, al recibir un ataque, este fuera
devuelto automáticamente.
El Clan Lu aplaudió. La
emperatriz también.
Tras una reunión privada entre
profesores, directora y emperatriz, se anunció la decisión final.
Una voz elegante y serena se
elevó sobre todos:
—Disculpen mis modales. Mi
nombre es Lesmyn. Hace tiempo abandoné mi apellido y mi pertenencia a un clan.
Como ya lo sospechan, soy la emperatriz del Imperio Humano. Me siento conmovida
por la dedicación de ambos. Ver a los jóvenes crear cosas nuevas me derrite el
corazón. Pero solo uno puede ocupar el primer lugar. Tras consultar con los
presentes, he decidido que esa responsabilidad sea mía. El primer puesto lo
ocupará Syr Felu Lunaria del Clan Lu.
Una lluvia de aplausos y
silbidos estalló en las gradas. La emperatriz continuó:
—La razón es simple: aunque la
magia espacial tiene un potencial inmenso, la magia de trampa ya está completa,
lista para enseñarse y replicarse. La otra aún requiere perfeccionamiento.
La reunión concluyó. Ambas
líderes de clan conversaron en privado con la emperatriz, mientras Ernet se
retiraba, sintiéndose abatido. Habría sido su gran logro. Su aporte final antes
de desvincularse del clan y convertirse en explorador. ¿Era enojo lo que
sentía? Tal vez. Ni él mismo lo sabía.
De regreso en la mansión del
Clan Wa, reinaba el silencio. Klervin se encerró en su cuarto. El único que
sonreía, satisfecho, era Amadeus.