CAPÍTULO 3: Ecos en un Mundo Caído (3)

Reize seguía asomándose detrás de la barra, con los ojos fijos en aquel joven y una sonrisa que claramente anunciaba problemas.

—¿En serio? —preguntó Reize con una sonrisa traviesa—. Entonces, ¿qué tal si yo llevo su orden y tú la de la niña?

Arika la miro con sospecha y se negó de inmediato. Ya conocía esa actitud. No era la primera vez que se interesaba demasiado en un cliente. De hecho, hace unas semanas, un chico muy atractivo había venido a la cafetería, y ella, con su entusiasmo evidente, lo había puesto tan incómodo que nunca volvió.

—Ni lo sueñes —dijo Arika cruzándose los brazos.

—¡Por favor! —insistió Reize con una expresión dramática—. ¿Y si este es el comienzo de mi gran historia de amor? Ten piedad de mí, que sigo soltera. Prometo que seré discreta esta vez.

—Sí, claro —respondió Arika con sarcasmo.

Reize la miro con ojos suplicantes, pero Arika no iba a ceder. Con una sonrisa victoriosa, le extendió el vaso de helado.

—Toma, llévaselo a la niña.

Reize bufó en señal de derrota, pero tomó el helado con el té y se dirigió a la mesa de la pequeña. Arika, por su parte, termino de preparar la orden del cliente, aunque todavía podía sentir la mirada de Reize sobre ella, probablemente tramando otra de sus ocurrencias.

Reize le entregó el helado a la pequeña y la felicitó por su cumpleaños. La niña sonrió y le dio las gracias con entusiasmo.

De repente, el sonido de una notificación interrumpió el momento. La madre sacó su teléfono y, al leer el mensaje, su expresión cambió. La pequeña notó su reacción y, con cierta inquietud, preguntó:

—¿Papá no vendrá?

Su madre suspiró y le dedicó una sonrisa apenada.

—Cariño, tiene una reunión importante y no podrá venir.

La emoción en los ojos de la niña se desvaneció al instante. Bajó la mirada y jugueteó con la cuchara en su helado, visiblemente desanimada.

Reize, al notar su tristeza, se arrodilló a su lado y le revolvió suavemente el cabello.

—No estés triste, ¿sí? Es tu cumpleaños, y en los cumpleaños hay que sonreír. Te prometo que, si lo haces, te daré una sorpresa.

La niña parpadeó y, aunque aún tenía los ojos vidriosos, se secó las lágrimas con la manga de su suéter y asintió.

Con una sonrisa, Reize sacó algo de su bolsillo: una delicada pulsera con pequeñas mariposas adornando la cadena.

—Mira, esta pulsera es mágica —dijo con un tono misterioso—. Brilla en la oscuridad. Y como hoy es tu día especial, quiero que la tengas.

Con cuidado, la colocó en la muñeca de la niña, quien la observó con asombro. Sus ojitos volvieron a iluminarse y, sin pensarlo dos veces, abrazó a Reize con fuerza.

—¡Gracias! ¡La cuidaré mucho!

Reize asintió con una sonrisa y, con curiosidad, le preguntó a la pequeña.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

La niña la miró con sus grandes ojos brillantes y respondió con dulzura.

—Althea.

Por un instante, Reize pareció quedarse pensativa. Ese nombre… le resultaba extrañamente familiar. Pero decidió no darle demasiadas vueltas y simplemente sonrió.

—Es un nombre muy bonito —dijo, revolviendo suavemente el cabello de Althea.

Justo en ese momento, un ruido repentino se escuchó desde otra mesa. Ambas volteamos de inmediato, alertadas por el sonido inesperado.

Reize se puso de pie, dejando que la pequeña y su madre disfrutaran de su comida. Sin pensarlo dos veces, se dirigió rápidamente hacia la otra mesa, sintiendo un ligero presentimiento que la hizo apresurar el paso.

—¿Qué fue ese ruido…? —murmuró, con la mirada fija en la dirección de donde había provenido el sonido.

Antes de llegar, una voz tensa resonó en el ambiente.

—¿Estas loca?

Reize frunció el ceño y apresuró aún más el paso. Al llegar, se encontró con una escena que no esperaba: el joven oficinista estaba sentado, con la camisa completamente empapada de café, mientras que Arika sostenía el vaso vacío con fuerza, sus dedos crispados alrededor del vidrio.

El hombre parpadeó varias veces, sorprendido, mientras intentaba secarse la mancha con una servilleta, pero solo lograba esparcir más el líquido sobre la tela.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Reize, su mirada alternando entre ambos.

Arika aún tenía la expresión tensa, los labios ligeramente apretados. Se notaba que intentaba contenerse, pero sus ojos reflejaban una mezcla de confusión e incomodidad.

—Lo siento, se me cayó el café por accidente —respondió Arika con voz neutra, evitando mirar al joven directamente.

Reize arqueó una ceja. La conocía demasiado bien como para aceptar esa explicación sin más.

—¿Un accidente? —repitió en voz baja, ladeando ligeramente la cabeza. Su tono era suave, pero la desconfianza era evidente.

El joven sacudió la cabeza con una sonrisa forzada.

—Sí, pero no pasa nada —respondió, aunque su tono dejaba claro que ni él mismo creía del todo sus palabras.

Reize entrecerró los ojos, sin apartar la mirada de ninguno de los dos.

—¿Pero está bien? ¿No se quemó? —preguntó, dirigiendo su atención al joven, con una preocupación que contrastaba con la cautela en su mirada.

—Estoy bien… no se preocupe. No estaba tan caliente —repitió él, con una voz amable pero tirante, como si las palabras le costaran más de lo que admitía.

El silencio que siguió fue denso. La atmósfera se había vuelto espesa, incómoda, como si algo no dicho flotara entre ellos.

—Voy por una toalla —murmuró Reize, tras una breve pausa, sin dejar de observar a Arika con una mezcla de curiosidad y suspicacia.

—No hace falta, yo puedo encargarme —intentó decir el joven, con un gesto rápido, casi ansioso.

—Insisto —replicó Reize con suavidad, pero con un filo en la voz que no admitía réplica.

Se giró y se alejó con paso tranquilo. Mientras buscaba una toalla con qué limpiar el desastre, no pudo evitar que su mente volviera una y otra vez a la misma pregunta: ¿Qué había pasado realmente entre ellos?

Conocía a Arika desde hacía tiempo, y si algo sabía con certeza era que ella no cometía ese tipo de errores. No de forma accidental. Su destreza, su control… siempre había sido impecable, casi meticulosa. Derramar un café así, de forma tan torpe y en un momento tan oportuno, no encajaba con la Arika que él conocía.

Esto no fue un simple descuido, pensó, con el ceño levemente fruncido. Había algo más. Algo que ella no quería decirle.

Cuando Reize desapareció de la vista, el joven chasqueó la lengua y bajó la mirada hacia su camisa empapada. Con un susurro cargado de irritación, murmuró.

—¿Accidente? No me hagas reír. Me derramaste el café encima con toda la intención.

Arika no parpadeó siquiera. Su mirada fría y firme contrastaba con la ligera sonrisa que esbozó.

—Lo merecías.

El joven entrecerró los ojos, claramente molesto.

—¿Qué dijiste?

—Escuchaste bien. —Arika inclinó la cabeza levemente, como si analizara su reacción—. Crees que puedes venir aquí, actuar como si fueras superior y despreciar el trabajo de los demás. Si no te gusta lo que ofrecemos, podrías haber salido en silencio en lugar de menospreciarlo.

El joven soltó una carcajada seca, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Tienes agallas, lo admito. Pero te crees demasiado valiente para alguien que solo sirve café.

Vio de reojo a Reize acercándose con rapidez, así que tomó unas servilletas y se limpió la camisa. Antes de marcharse, se inclinó ligeramente hacia Arika y susurró:

—Te lo dejaré pasar esta vez… pero la próxima, intenta controlar tu temperamento. Podría meterte en problemas.

Luego, se irguió, se giró con indiferencia y alzó una mano en un gesto de despedida.

—En fin, me voy. No tengo interés en seguir con este espectáculo.

Salió de la cafetería con pasos tranquilos, sin volver la vista atrás.

Reize llegó justo en ese momento, observando con extrañeza la escena.

—¿Y el tipo?

Arika, con una expresión impasible, respondió sin más.

—Dijo que tenía prisa y se fue.

Reize la miró con desconfianza, como si supiera que había ocurrido algo más, pero al ver la serenidad en su rostro, decidió no preguntar.

Arika aprovechó el momento para regresar al mostrador y continuar con su trabajo. Entonces, notó que la señora y la pequeña se ponían de pie.

—¡Adiós! —dijo Althea con una sonrisa radiante, agitando su manita—. ¡Gracias!

Arika le devolvió la sonrisa y movió la mano en respuesta.

—Hasta luego, vuelve pronto —agregó Reize con entusiasmo.

Althea asintió emocionada antes de salir con su madre. Arika no pudo evitar sonreír al verla tan animada a Reize, pero aquella calidez desapareció rápidamente. Pero las palabras del desconocido seguían resonando en la mente de Arika, como un eco molesto del que no podía desprenderme, recordando el incidente.

Minutos antes, Arika había llevado la taza de café y la tarta de manzana a la mesa del joven, manteniendo la misma cortesía de siempre. Mientras dejaba el pedido, su mirada se deslizó fugazmente sobre él, casi sin querer. Era un joven alto, de figura esbelta y elegante, con hombros rectos y una postura relajada pero cuidada. Su cabello, castaño oscuro, estaba perfectamente arreglado, peinado hacia atrás con una precisión impecable. Sus ojos verdes claros, fríos y penetrantes, contrastaban con su expresión indiferente. Su piel era blanca y tersa, con rasgos refinados y simétricos, propios de un modelo. Vestía un traje negro ajustado, camisa blanca y una corbata gris que completaban su apariencia sofisticada. Un reloj plateado adornaba su muñeca, y cada detalle de su atuendo y su porte dejaba claro que se trataba de alguien acostumbrado a atraer miradas, definitivamente era alguien muy atractivo.

—Aquí tiene, su café y su tarta de manzana. Que lo disfrute —dijo Arika con neutralidad, dejando con cuidado la taza y el plato sobre la mesa.

Sin más, giró sobre sus talones y comenzó a alejarse. Apenas había dado unos pasos cuando escuchó la voz del joven a su espalda, cargada de desdén.

—Vaya, pensé que al menos sabrían hacer un café decente.

Arika se detuvo en seco. Su ceño se frunció lentamente. Se giró y, con pasos firmes, regresó hasta quedar de pie junto a la mesa del joven.

—¿Qué acaba de decir? —preguntó con voz baja y cortante, la mirada fija en él.

El joven alzó la vista hacia ella, con una sonrisa ladeada, arrogante.

—Sabiendo que el café es así de horrible, no hubiera venido. Al menos el café de enfrente es mucho mejor —repitió con desgano, moviendo la taza con los dedos como si fuera un objeto cualquiera.

Arika apretó la mandíbula.

—¿Y por qué entonces no va allí, en vez de estar aquí? — soltó con frialdad, sin molestarse en disimular el filo en su voz.

El joven se encogió de hombros, dejando caer el cuerpo hacia atrás contra la silla con total desinterés.

—Lo haría… pero hoy está cerrada. Para mi mala suerte —dijo, como si con cada palabra le costara más esfuerzo seguir prestándole atención a la conversación.

Arika entornó los ojos, dando un paso atrás, ya con la intención de alejarse de nuevo, pero su voz volvió a clavarla en el sitio.

—Supongo que no se puede esperar mucho más de un sitio como este —comentó con desprecio, su mirada recorriendo lentamente el local antes de volver a posarse en ella—. Todo es mediocre. La comida, el ambiente… el servicio.

Arika sintió un leve tirón en la comisura de los labios, conteniéndose.

—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle? —preguntó con una frialdad afilada.

El joven ladeó la cabeza, como si lo pensara por un instante, y luego sonrió, pero esta vez la sonrisa no tuvo nada de amable.

—Quizá podrían empezar por contratar a personal más competente. Como esa chica escandalosa de hace un momento —añadió con burla, refiriéndose claramente a Reize—. Se nota que no es muy profesional. Habla demasiado, hace ruido… seguro solo está aquí porque no pudo conseguir algo mejor.

Arika sintió un latido violento en el pecho. Su respiración se volvió más pesada sin que pudiera evitarlo.

—Tenga cuidado con lo que dice —advirtió con un tono grave.

El joven no se inmutó. Se inclinó hacia adelante sobre la mesa, apoyando un codo, con una sonrisa aún más amplia, como si disfrutara del efecto que causaban sus palabras.

—Oh, ¿la estoy ofendiendo? Solo estoy diciendo la verdad. Hay lugares para cierto tipo de gente… y ella no encajaría en un sitio decente. Mucho menos si sigue comportándose como una chiquilla malcriada. Es molesto tener que soportar a gente que no sabe cuándo cerrar la boca.

Arika entrecerró los ojos y golpeo la mesa con su puño.

—Esa chica de la que usted habla trabaja aquí porque se lo ha ganado. Es más competente y valiosa que muchos que he conocido. No tiene derecho a hablar así de ella.

El joven soltó una risa baja, burlona.

—Por favor… no se ponga sentimental. Al final, ustedes solo son camareras. Qué tanto valor puede tener una chica que solo sirve mesas. No exageremos.

El pecho de Arika ardía. Sin decir palabra, con un movimiento rápido y deliberado, tomó la taza de café y, con mano firme, volcó el contenido hacia adelante, dejando caer el resto del café directamente sobre el traje del joven. El líquido oscuro se deslizó por la tela negra, extendiéndose por la camisa blanca y empapando la corbata con manchas marrones.

El joven se quedó helado, la sonrisa borrada de su rostro. Sus ojos verdes, antes relajados, se quedaron como sorprendidos.

—¿Estás loca? —soltó con la voz tensa, mirando las manchas en su ropa con repulsión.

Arika no se movió. Lo miró directamente a los ojos, con una calma tensa que solo ocultaba el temblor de su respiración.

—Lo siento —dijo con una neutralidad gélida que no sonaba en absoluto a disculpa—. Supongo que no se puede esperar mucho más de un sitio como este, ¿no?

El joven apretó los dientes, su mandíbula marcada, pero no dijo nada más. En eso fue cuando llego Reize.

Al regresar de sus pensamientos, Arika dejó escapar un suspiro. Tal vez había exagerado. Sabía que no debía perder la compostura tan fácilmente, pero escuchar a alguien hablar mal de Reize la había enfurecido más de lo que imaginó. Aun así, no podía permitirse reaccionar de esa manera otra vez.

Entonces, recordó algo que el joven había dicho antes de irse:

"Solo vine aquí porque la cafetería a la que voy siempre está cerrada. La de enfrente es mucho mejor."

Sus ojos se dirigieron instintivamente hacia la ventana. Efectivamente, la cafetería de enfrente estaba cerrada. Eso era… inusual. Ese lugar nunca cerraba, mucho menos en un día laboral, cuando la clientela era constante.

Frunció el ceño y recorrió el local con la mirada. Fue entonces cuando se dio cuenta de otro detalle inquietante: no había llegado ni un solo cliente desde que la señora y la niña se habían marchado. Miró el reloj. Mediodía. La hora en la que normalmente las mesas estarían llenas con empleados en busca de un café o un almuerzo rápido.

Pero ahora, el lugar estaba en un silencio extraño.

Arika sintió un ligero escalofrío.

Algo definitivamente no estaba bien.