La luz del sol apenas se filtraba por la cortina cuando Reiji terminó de ponerse el uniforme. En la cocina, Naru ya estaba sentada en la silla más alta con las piernas colgando, moviéndolas mientras comía unos panqueques en torre.
—Reiji, ¡quiero más chispitas! —dijo inflando los cachetes, señalando la caja vacía.
—Ya no hay… te las comiste todas ayer. —Reiji
se rascó la cabeza y tomó un pan para él.
— Fue tu culpa por dejarme sola viendo caricaturas.
—¿Y qué tiene que ver eso con las chispitas?
—¡Todo! Porque me dio hambre.
Ambos se quedaron en silencio un momento… y luego soltaron una risa corta. Reiji le revolvió el cabello con suavidad.
—Compraré más tarde—dijo Reiji .
—¡Yay!—gritó Naru festejando.
—Ahora prepárate para la escuela—dijo Reiji en un tono más serio.
Naru solo asintió y se fue a prepararse
En un rato, Reiji abrió la puerta de su casa mientras Naru, aún sujetando su lonchera con forma de oso, saltaba un poco al caminar. Iba tomando a su hermano de la mano.
Justo al salir, vieron una figura tambaleante frente a su puerta.
—¿…Haruki?... ¿Qué te pasó?
Era Haruki. Tenía el uniforme todo arrugado, el saco mal puesto como si hubiera dormido con él, la corbata hecha un nudo imposible y los ojos entrecerrados. con ojeras tan marcadas que parecía un mapache.
—Hoy me levanté temprano para que no me dejes botado, maldito antisocial… —gruñó mientras bostezaba tan fuerte que Reiji sintió su aliento.
—…¿Dormiste con el uniforme puesto otra vez?
—Tuve miedo de quedarme dormido si me lo quitaba.
—Eso no tiene sentido.—Y tu aliento tampoco—murmuró Reiji
—Oye, sí me cepillé los dientes
—Nunca negué eso—dijo Reiji
Entonces Haruki bajó la mirada y notó a Naru, que observaba con interés el desastre ambulante que tenía delante.
—¿Eh…? ¿Ella es… Naru?
—Hola —dijo Naru, frunciendo el ceño—. Pareces un fideo mojado.
Haruki soltó una gran carcajda mientras se agachaba para estar a su altura.
—¡JAJAJA! Ya me cae bien. ¡Soy Haruki! ¿No quieres que yo sea tu hermano ahora?
—No. Él hace panqueques los domingos —respondió con un tono serio.
—¡QUEEEEE! —Haruki miró a Reiji—. ¿Desde cuándo haces panqueques?
—Desde que tú no sabes cocinar ni fideos instantáneo.
Y así, entre bromas, los tres comenzaron el camino a la escuela mientras el sol terminaba de salir.
Al llegar a la escuela, Reiji dejó a Naru en el salón de preescolar. Ella le abrazó con fuerza antes de soltarlo.
—Hoy no me iré del salón, lo prometo —dijo con una sonrisa traviesa.
—Eso dijiste ayer, espero hoy lo cumplas —respondió él, cruzándose de brazos.
Ya en su salón de secundaria, Reiji se sentó al fondo, solitario, cerca de la ventana. Su lugar perfecto. Haruki ocupó el asiento a su lado, aún medio dormido. El murmullo entre los alumnos llenaba el aula hasta que entró el profesor.
—Buenos días a todos. Soy el profesor Ayabe. Espero que podamos llevarnos bien.
Hoy comenzaremos con algo simple y será toda la clase, no los quiero abrumar por ahora: quiero que cada uno se presente diciendo su nombre y algo que les guste o los represente.
Varios alumnos se fueron presentando uno a uno. Luego de un rato...
—Soy Mikari Yuzuki. Me gusta dibujar y ver dramas coreanos. Ah, y soy fan de los conejitos.
(Una chica energética y risueña, con moños en el cabello y demasiada energía para tan temprano.)
—Soy Rin Ayanami. Me gusta leer novelas… y la gastronomía.
(Dijo sin mucha expresión, pero bajando la mirada al notar algunas miradas de compañeros.)
—¡Hey Haruki Yamagishi por aquí! Me gusta dormir, molestar a los amigos, leer cómics y mi talento especial es llegar tarde incluso cuando salgo temprano.
(El salón se rió. El profesor le dio una mirada cansada.)
Finalmente, llegó el turno de Reiji.
Se levantó sin ganas, metiendo las manos en los bolsillos de su suéter.
—Reiji.
Y se volvió a sentar.
El silencio duró unos segundos, hasta que Haruki rompió la tensión:
—¡Guau! Qué discurso tan emotivo, me dieron ganas de llorar.
(El profesor suspiró, pero se notaba que le hacía gracia.)
Reiji lo ignoró y cambió de tema.
—Y... ¿Qué opinas de este reemplazo del profesor Mizuki?
—Mmm.... Se ve viejo. Parece fácil de evadir—dijo Haruki, riendo.
—Los viejos son sabios, no deberías subestimarlo.
Por otro lado Mikari se acercó rápidamente a Rin
—Bueno, al menos sabes cómo se llama el chico a quien manchaste—dice Mikari en tono burlón.
Rin que se avergonzaba por el hecho—¡Cállate!. ¡Eso ya no importa!.
—¿Por qué no?, seguro quieres saber más de él—Dice Mikari segura de si misma
—No es verdad—Responde Rin más rápido de lo que pensaba
—Seguro—Dice Mikari sarcástica
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Reiji recogió a Naru del área de preescolar. Ella lo abrazó con fuerza, feliz de que ese día sí se había portado bien. Haruki los esperaba cerca de la salida. Mientras caminaban por el patio escolar, Naru se detuvo de pronto.
Naru veía a Rin y Mikari quienes hablaban entre ellas mientras salían del edificio. No estaban demasiado lejos… pero tampoco estaban muy cerca.
Naru la reconoció al instante y jaló el brazo de su hermano y le apuntó directamente a Rin.
—¡Onii… Onii! ¡Ahí está tu chica! —dijo con un tono de voz más alto de lo que debía con total inocencia.
—¿Mi qué…? —Reiji se quedó confundido. Haruki casi se atraganta de la risa.
—JAJAJAJA, ¡Naru es increíble! —exclamó.
Rin se giró al oírlo. Mikari también.
—¿Ehh…? ¿Rin… esa no es la niña que te chocó? Digo… que chocó con alguien —dijo burlándose de Rin.
—No. Ella no fue la que chocó —dijo Rin sin apartar la mirada de Reiji—. Fue él.
Por unos segundos, ninguno de los dos desvió la mirada. Era un silencio extraño, como si algo los conectara sin palabras.
Mikari soltó una risita traviesa.
—Ooh… entonces él es el misterioso que te desestabilizó el equilibrio emocional.
Rin no respondió. Solo bajó la mirada por un momento… y luego siguió caminando, como si nada hubiera pasado.
Pero Reiji sí la había mirado. Por unos segundos, incluso se había quedado quieto. Aunque no dijo nada, tampoco apartó la mirada.
Y Naru, sin entender del todo por qué, sonrió satisfecha.
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La noche cayó con un cielo oscuro despejado, iluminado por la luz de una gran cantidad de estrellas y la luna llena imponente.
La puerta corrediza de una casa se abrió y Rin entró con su mochila aún en los hombros.
—Ya llegué…
—¡Bienvenida, hija! —respondió su madre desde la cocina—. ¿Cómo estuvo el segundo día?
—Normal —respondió Rin, quitándose los zapatos.
—¿Conseguiste amigas?
—Mikari es bastante… energética —respondió con una leve sonrisa, que su madre notó y guardó sin decir más.
—Este es tu último semestre antes de la preparatoria ¿no?
—Lo es.
—¿Ya sabes a qué preparatoria quieres entrar?
—Aún no, creo que lo hablaré con Mikari. Me gustaría seguir con ella.
—Ya veo. Me alegra que tengas amigas
Después de cenar, Rin subió a su habitación. Abrió la ventana de su cuarto y dejó que el aire fresco de la noche entrara. Las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, pero ella no miraba eso.
Miraba la luna.
Se apoyó sobre el marco de su ventana sin decir palabra, mientras su cabello se movía por el viento. A su lado sobre su escritorio se encontraba una foto enmarcada de Rin con Mikari.
—Reiji… ¿Cómo será? —susurró.
Y por primera vez, su mirada reflejó más curiosidad que orgullo.
—Tal vez este semestre... no sea tan fácil de ignorar —susurró, aún mirando la luna.