"Sterling, ¿qué has hecho?" susurré, con voz temblorosa. "¡Solo estaba pidiendo ayuda!"
Los ojos de mi hermanastro, normalmente de un verde esmeralda profundo, ahora brillaban con un ámbar depredador mientras volvía parcialmente de su forma de lobo. Su respiración era pesada, primitiva.
"Estaba demasiado cerca de ti, Aurora. Su olor estaba por todo tu cuerpo". La voz de Sterling era inquietantemente tranquila mientras se limpiaba la sangre de las manos en sus jeans oscuros. "Ningún hombre se acerca a lo que es mío".
Mía. Esa palabra me ponía la piel de gallina. No era suya. Era su hermanastra, no su posesión.